Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 9. Una isla sin nombre (Parte 2)

Había vuelto a amanecer, y aunque Bruce trataba de mantener un gesto tranquilo, le terminaba siendo difícil, sobre todo teniendo a Samira corriendo detrás de él y haciéndole preguntas sobre los vampiros.

—Escucha —le dijo más molesto que irritado—. Si no estuviéramos en medio de la maldita nada, pensaría que intentas sacarme información para llevarla a tu tierra.

—Qué inteligente eres, mercenario. Ahora que tengo tus respuestas nadaré kilómetros en un océano altamente peligroso y plagado de bestias que podrían tragarme solo para entregar tu importantísima información a mis soldados.

—¿Me rio?

—Vamos Bruce, son solo preguntas inofensivas.

—Si te respondo lo que quieres, ¿me dejarás tranquilo? Me sentiría eternamente agradecido que me dejaras buscar leña para la fogata de esta noche, fogata que te sirve más a ti que a mí.

—Promesa de coral.

—Pregunta entonces.

—¿Tienen los vampiros una festividad tradicional o de purificación?

—¿De purificación? No creo que sea así, pero cada año cuando empieza el otoño solemos hacer una hoguera y bailar alrededor de ella.

—Cuéntame más sobre eso.

—Mmmm, normalmente es uno de los pocos momentos en los que Magnus se viste de blanco y utiliza su corona. Yo lo he acompañado todos los años anteriores, y me hace gracia ver que las vampiras parecen más interesadas en bailarle a él que a la hoguera.

—¿Por qué será? —la princesa puso los ojos en blanco.

—También a esa festividad acuden los Árboles Danzantes.

—Mis nodrizas me han contado historias sobre esos árboles. No sabes cuánto me gustaría poder verlos. ¿Es verdad que también danzan?

—Si los músicos del palacio les tocan una canción que a ellos les guste no solo danzan, sino que también tejen con sus ramas largas coronas de flores y se las colocan sobre sus copas.

—Asombroso. Ojalá en Alta Marea tuviéramos seres así de increíbles.

—¿En tu tierra no hacen algún tipo de fiesta?

—La noche de San Juan. La celebramos cada veintitrés de Junio y seguimos toda la noche hasta la madrugada del veinticuatro. A diferencia del mundo humano, para los sirenos nuestra celebración es diferente.

—¿Ah, sí?

—Encendemos varias hogueras a lo largo de la costa y cantamos mientras algunos bailan y otros simplemente se sientan a contemplar el amanecer. Es una forma de agradecerle a la Gran Magia que nos deje controlar nuestro poder y que nos provea de pescado y moluscos. Aunque… creo que este año será diferente.

De la nada, Bruce comenzó a jugar con sus dedos, nervioso y ciertamente incómodo de lo que estaba a punto de decir.

—Samira… si llegásemos a pasar el veintitrés de Junio en esta isla, ¿te gustaría continuar con tu fiesta?

Los ojos de la princesa se iluminaron.

—¿De verdad? ¡Oh, no sabes cómo me acabas de hacer feliz! ¡Sí, sí, sí! Encenderemos una enorme hoguera y cantaré y bailaré alrededor de ella. Imagínate cuando regrese a casa y pueda decir que he danzado en los Mares del Oeste. ¡Nadie me lo va a creer!

—Baja de esa roca, te puedes hacer daño.

—¡Será increíble!

La luz del sol hizo que la tela de su vestido se transparentara y Bruce tuviera que apartar su mirada torpemente. Hasta ese momento había un pensamiento, una pregunta, en realidad, que divagaba por su cabeza y que le horrorizaba tan siquiera pronunciar. Samira siempre utilizaba un vestido, y esto era porque cuando la sirena se sumergía en el agua, inmediatamente sus piernas se transformaban para dejar que su aleta naciera del interior de su cuerpo. Pero, ¿qué había debajo de ese conjunto de preciosas telas y encajes? ¿Llevaba algo más debajo de ese vestido?

—¿Bruce? ¿Te pasa algo?

El vampiro la observó durante un largo momento. ¿Dónde había quedado esa bonita y joven niña que él había conocido en Alta Marea? Era de verdad una niña atrapada en el cuerpo de una mujer de veinte años, o era una criatura que su tiempo de crecer le había llegado extremadamente rápido. Cualquiera que hayan sido sus respuestas, lo cierto es que el Cazador estaba experimentando un revoltijo de emociones, deseos y atracción hacia ella. Y eso le aterrorizaba.

—¿Bruce?

—¿Eh? Ah sí, sí, vamos a seguir buscando más leña.

Después de un tiempo, el vampiro cumplió su promesa. Habían pasado semanas y varios días varados en una isla que, si bien no les causó problemas, seguían sin poder reconocer como su hogar. Por algún extraño motivo que incluso él desconocía, Bruce procuró hacer todo lo que estuviera en sus manos, lo que estuviera a su alcance para que Samira no se sintiera destrozada cada vez que levantara su mirada hacia el cielo y recordara con amarga añoranza la tierra que alguna vez formó su corazón. Y cuando por fin se llegó el veintitrés de Junio, la noche de San Juan, el hombre que alguna vez perteneció a los soldados de Mortum, un hombre regio y tosco, se atavió con la más ridícula y hermosa guirnalda de flores y algas que sus manos pudieron confeccionar.




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