Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 11. La caída de un imperio de sirenas (Parte 1)

3 MESES DESPUÉS

Contó cada uno de sus pasos mientras bajaba las escaleras de su castillo y llegaba a la puerta de salida. Esto solo lo hacía cuando se sentía ansioso o sofocado, y no era para menos. Magnus y los cuatro grandes reyes de las cuatro naciones restantes estaban a punto de dejar sus vidas y todos sus esfuerzos en lo que parecía ser un plan suicida. Pero que, si conseguían ejecutarlo bien, se salvarían muchas vidas y la tranquilidad regresaría al Otro Mundo.

—¿A qué hora partimos?

Hécate desvió su mirada hacia él, asustado y sorprendido.

—No, no, no. ¿A dónde crees que vas, Dimitrio?

Pero en respuesta el vampiro empuñó con firmeza el mango de su espada.

—¿Cómo que a dónde? Contigo y los demás guardias.

—Dimitrio, no te voy a llevar.

—¿Por qué nunca me dejas hacer nada?

—Porque siempre quieres hacer las cosas que te ponen en peligro.

—Ya no soy un niño, Magnus, y me molesta que quieras tratarme como uno. Mortum también es mi tierra, y la defenderé sin importar lo que me cueste.

—Dimitrio, entiende cuando digo no. Lo que estoy a punto de hacer es literalmente un suicidio. No sé si voy a regresar.

—Con mayor razón quiero ir contigo.

—¡No! ¡Y no lo voy a poner en discusión!

—¡¿Por qué haces esto?!

—¡Porque ya perdí a Zacarías, acabo de perder a Bruce y no te quiero perder a ti también! —finalmente consiguió moderar su tono—. Yo sé que me dijiste que no pensabas regresar al castillo hasta que yo no estuviera más en él. Pero, esto es una orden. Quédate aquí.

Hécate no dijo nada más, enfundó su espada de oro que Dimitrio le había regalado hace muchísimos años, se ajustó la capa con capucha negra y salió. Debía reunirse lo más pronto posible con los demás reyes. Celestia tenía un plan bien estructurado y seis abominables flechas mortales que pensaba disparar contra el Rey de Alta Marea y así ponerle fin a una guerra de casi dos años.

Los cuatro reyes se montaron en una goleta que los trasladó en silencio y sigilo hasta la costa Este de Alta Marea, pues ahí sería la partida, el punto de inicio de donde pensaban atacar.

Una de las águilas de Celestia surcó el cielo nocturno y se paró sobre el brazo de su reina, chillando en su idioma para contarle lo que había visto durante su vuelo.

—Bien señores, tenemos el plan de lo que haremos apenas consigamos entrar, pero qué haremos con el muro que construyeron alrededor de su palacio.

—¿Un muro? ¡Ja! Estúpido nunca fue —Kazuko se burló.

—He de suponer que como todo muro, tiene que tener una entrada. Quizá una puerta enrejada que permita a las tropas entrar y salir cada vez que lo necesiten —señaló Katrina Sartori.

El águila volvió a chillar y entregó más información.

—Felda dice que la tiene. Está en la barbacana y se sostiene mediante un sistema de contrapeso.

—Contrapeso —Kariomel se llevó la mano al mentón—. ¿Pudo ver si estaba abierta o cerrada? Porque si está cerrada, el trabajo se nos complica al doble.

El águila chilló una vez más.

—Abierta. Dice que los carruajes de carga están entrando y saliendo del palacio. Qué suerte la nuestra, ¿no?

—Vallarte no ha dejado de atacarnos, por lo que no me extrañaría que sus armas y soldados se estén reduciendo.

—Pero eso solo provocaría el doble de vigilancia. Si la reja está abierta y hay soldados entrando y saliendo de la isla, habrá guardias por todas partes.

—Concentrémonos en lo primordial. El plan del interior ya lo tenemos descrito, pero ahora es importante saber cómo diablos vamos a cruzar el muro.

—Podríamos asaltar a los carruajes, asesinamos a los tripulantes y nos hacemos pasar por ellos para entrar —propuso Kazuko.

—No suena mal.

—Suponiendo que funciona. Alguien tiene que tomar el puesto del cochero y hacerse pasar por un soldado de Alta Marea.

—Lo haré yo —Celestia dio un paso hacia delante—. Mi tono de piel se asemeja mucho al de las sirenas y no tengo colmillos.

—Podría confeccionarte un poco el rostro —le sugirió la reina wicca—. Levantaré un poco de tu piel con mi magia para que parezcan escamas y oscureceré un poco más el color de tus ojos.

—Perfecto.

—Querida Celestia —Kiroto se paró a su lado. La goleta se seguía moviendo y pronto atracarían en la isla del Este—. ¿Estás segura de que esas seis flechas podrán matarlo?

—Solo necesito una para arrebatarle la vida, ya que es el arma más poderosa y letal de mi tierra. No hay nada tan fuerte que pueda matarlo como mis flechas y la plata ácida de la que están fabricadas.

—De hecho… —Kariomel le sonrió, mostrándole sus blancos colmillos de oso—. Sí existe algo más poderoso que podría matarlo.

—No, nadie aquí va a Recitar a la Gran Magia.




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