Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 11. La caída de un imperio de sirenas (Parte 3)

Kariomel comenzó a hurgar entre los bolsillos de su chaleco, aprovechó que su capa le cubría gran parte de su cuerpo y así sus manos pudieran trabajar más cómodamente. El rey del cuarto elemento extrajo un pequeño tuvo que, al cargarse de pólvora en el grado adecuado, iba a causar que explotase y docenas de pequeñas bombas estallaran alrededor de las paredes como si fuesen fuegos artificiales. Esto lo haría con la esperanza de que los dos guardias que había en el pasillo principal, el pasillo que conducía a las escaleras para subir al balcón, se movieran y le dejasen libre el camino a Celestia y a Kiroto.

El rey lo hizo, preparó la bomba y una vez que consiguió encender la mecha, la arrojó a una habitación vacía y los fuegos estallaron. Las pequeñas luces de luz rebotaron por todas partes, quemaron las cortinas y los sillones, ocasionando que un pequeño incendio se reflejara bajo el resquicio de la puerta cerrada.

—¿Qué es eso? —ambos guardias escucharon las explosiones y percibieron el aroma del humo. Abandonaron la rigidez de sus puestos y se dispusieron a tratar de averiguar qué es lo que pasaba.

Celestia sonrió y emprendió una rápida caminata en cuanto los centinelas se perdieron en la esquina del pasillo. Por su parte, Kariomel se dirigió por otro de los corredores, aquel camino que lo llevaría a la sala de juntas en donde Vallarte ya los había reunido anteriormente. Durante aquella visita Kariomel había descubierto una puerta más, una puerta que posiblemente lo sacaría al otro lado de los pasillos. Y tal vez, solo tal vez si el hombre conseguía salir por ella, podría encontrar otra manera de reunirse con Celestia y Kiroto en el balcón real.

El rey de los osos procuró que sus pasos fuesen lo más silenciosos posibles. Necesitó esconderse un par de veces cuando vio a uno que otro guardia y sirena correr a donde había provocado la explosión. Una vez se ocultó detrás de un par de cortinas rojas, otra vez tuvo que adelgazar su cuerpo detrás del contorno de una armadura, y finalmente casi termina metiéndose debajo de un sillón azul de terciopelo, pero por fin llegó a la sala de reuniones. Ansioso, corrió los pocos metros que lo separaban de la otra puerta. Pasó cerca de la mesa en la que meses antes él y los cinco reyes se habían sentado y no pudo evitar rememorar aquel día. Hécate había intuido algo malo, pues de alguna forma, él había previsto lo que estaba a punto de suceder, y nadie pareció reparar en ello.

—Maldita sea —gruñó el monarca cuando intentó empujar la puerta y esta estuvo cerrada con llave.

Se dio la vuelta y volvió a salir. Debía encontrar la manera de reunirse con Celestia y Kiroto antes de que las sirenas averiguaran su invasión.

—¿Estás segura de que es por aquí? —Kiroto trató de que su voz no fuese tan escandalosa.

—¿Acaso no lo hueles?

—Toda esta tierra huele igual.

—No. Él huele a cobardía.

Pero de pronto, una de las habitaciones se abrió y de su interior salió una hermosa mujer con el cabello alborotado y un guardia que luchaba para acomodarse la camisa militar.

—¿Qué demonios…? ¡No se muevan! —el soldado levantó la ballesta y les apuntó a los dos. La sirena que estaba con él retrocedió asustada y se escudó con su ancho cuerpo.

Celestia gruñó por lo bajo. Al principio de la misión la reina había ordenado que evitasen matar a los habitantes y soldados de Alta marea, y que solo lo hicieran si lo consideraban necesario, lo que indiscutiblemente le estaba causando aquella lucha interna.

—Tranquilo —habló la reina y una parte de su voz se estaba resignando. Lo tenía que matar—. Solo hemos venido a ver al rey.

—Nadie puede pasar a verlo. ¡Levanten las manos!

Celestia y Kiroto compartieron una mirada. El rey de la vida levantó sus manos para crear una distracción y un segundo después las cosas como los floreros, los cuadros y las pequeñas mesas comenzaron a moverse como si de un terremoto se tratase. Celestia también levantó sus manos y una guadaña de viento salió disparada hacia el guardia y a la sirena partiéndolos a la mitad.

—¡Quietos! —un segundo hombre gritó a sus espaldas, levantó la ballesta y disparó rosándole el brazo a Kiroto.

—Corre —ordenó Celestia y ambos emprendieron una rápida huida.

El guardia gritó y sus ojos se llenaron de miedo al ver los dos cuerpos tendidos en el suelo sobre un pronunciado charco de sangre. En menos de tres segundos, las campanas comenzaron a sonar. Alta Marea estaba en guerra.




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