Bruce y Samira navegaron durante toda la mañana del día siguiente para atracar en el mismo puerto de dónde habían huido meses atrás, y el lugar que al parecer tendría que ser remodelado debido a los enormes daños que había sufrido.
Samira se sujetó a la mano del vampiro.
—¿Por qué todos nos miran así? —preguntó con cierta incomodidad.
—Tal vez porque me reconocen y tal vez porque estoy llegando con la futura reina de Alta Marea.
Ella le sonrió, pero entonces su momentánea felicidad fue interrumpida por el bullicio y la conmoción de los vampiros que pasaban a su alrededor. Fueron alrededor de ocho guardias que se lanzaron sobre Bruce y dos más que sujetaron a la princesa alejándola de él.
—¡Bruce! ¡No dejes que me lleven! ¡No quiero que nos separen!
—¡Dejadla tranquila!
—¡Quédate quieto, Cazador! —le gritó uno de los centinelas.
—¡He venido a ver al Mandato! No hace falta que utilicen la violencia, mucho menos con ella. ¡Dejadla ir!
—Es el Mandato quien ha dado la orden de tu captura. ¡Camina!
—¡No! ¡Bruce! ¡No quiero que me lleven!
—¡No te asustes, Samira! ¡Arreglaré todo esto y te prometo que iré a buscarte!
Y solo entonces ambos se dejaron arrastrar. Bruce intentó no resistirse al arresto, pero le era tan incómodo que ocho guardias lo sometieran mientras lo arrastraban por todo el puerto y hasta la entrada del castillo mortuanio.
—¿Qué está sucediendo aquí? —Dimitrio se abrió camino por la puerta principal del castillo y observó con cierto interés al hombre que habían capturado.
—Dimitrio —Bruce sintió un gran alivio al verle, pero pronto todo atisbo de tranquilidad se desvaneció cuando notó la enorme frialdad con la que el muchacho lo estaba observando.
—Buscaré a Hécate para informarle —y entonces se marchó.
Dimitrio se dirigió al bunker, y una vez que pudo llegar a él, se recargó en el marco de la puerta y sospesó cada una de las reacciones y consecuencias que esta noticia podría traer. Pero aun así decidió decirlo; era lo más lógico y si alguien debía imponer un castigo o un llamado de atención, ese era Hécate. Magnus estaba de espaldas hacia él, estaba quitando los mapas y destruyendo los pequeños muñequitos que utilizó para marcar puntos estratégicos en sus mapas cartográficos. Pero el que estuviera sumido en sus pensamientos y actividades no implicaba que no hubiese notado ya a la repentina visita.
—Hécate… Bruce ha vuelto.
El rey salió como alma que lleva el diablo. Subió al lomo de Zermman y aferrándose con todas sus fuerzas a las riendas del animal, lo hizo galopar por los estrechos senderos del valle y las concurridas calles principales del pueblo. Los vampiros lo observaron, y muchos de ellos se preguntaron cuál era el motivo que había puesto tan de malas a su soberano.
Magnus lanzaba chispas por sus ojos y cada parte de su cuerpo. Bajó del caballo y le entregó las riendas a uno de los guardias, abrió de golpe la puerta y subió las escaleras, esta vez sin contarlas. Pero justo antes de entrar al balcón real en donde mantenían asegurado a Bruce, el Mandato apoyó ambas manos sobre las manillas de la puerta doble y respiró un par de veces, más que nada para apaciguar su furia y esas inmensas ganas de entrar y asestarle un puñetazo en la cara a quien alguna vez fue su más grande soldado y amigo.
—Afuera —ordenó a los tres guardias que custodiaban al detenido.
—Pero, majestad…
—He dicho, afuera —repitió y esta vez su tono puso a temblar a todos.
Los tres guardias se marcharon y cuando ya no quedó nadie más en la habitación, Magnus miró detenidamente a través de las puertas de cristal que tenían vista hacia el reino y hacia el océano.
Nadie había dicho nada hasta que el rey habló:
—¿En dónde estabas?
Bruce comenzó a rasparse sus dedos contra la madera de la silla. Estaba sentado y sabía que Hécate no podría ver su nerviosismo.
—Si te lo digo, no me lo creerías —contestó finalmente.
—¿En dónde, estabas? —el Mandato reiteró la pregunta.
—En una isla desierta… con la princesa de Alta Marea. Escucha, yo sé que contado así, sí parece una locura, pero todo tiene una respuesta. Magnus, dos de tus guardias querían matarme. No pensaba poner mi vida en riesgo y mucho menos la de Samira, a quien acababa de capturar. Te envié una carta…
—La recibí.
—¿De verdad? Yo pensé que…
—Lo que has hecho no solo ha sido faltarme al respeto a mí, sino a todo mi palacio. Huiste abandonando a tu pueblo y a tus compañeros en medio de una destructiva guerra, y encima has huido con la princesa de Alta Marea, hija del hombre que nos estaba atacando.
¿Cambiaría las cosas que hubiésemos negociado la vida de la princesa? Hécate recordó las amargas palabras de Dimitrio.
—Temía que nos fuesen a matar a ambos.
—El reino entero pedirá que se te someta a un castigo…
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Editado: 07.05.2024