Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 2. El nacimiento de los colmillos (Parte 1)

Abrió los ojos y la encontró al otro lado de su cama.

—¡Levántate, Stephanie, vamos de compras!

—Danisha —ella gruñó. Estaba molesta—. Debería quitarte la llave que te di. Cuando te la entregué, claramente te especifiqué que solo la utilizaras para emergencias.

—Stephanie, esto es una emergencia. Alexa necesita ropa, y quienes mejor que nosotras para ayudarla.

—¿Cómo? ¿Alexa también está aquí?

—Sí. Y si no te das prisa, devorará todo lo que tienes en la nevera.

—¡Rayos! Es la comida de toda una semana —se levantó y corrió; necesitaba buscarla y detenerla.

Pero cuando Stephanie consiguió llegar a la sala, se encontró con una Alexa diferente. La joven se hallaba sentada en el sillón individual, tenía las piernas juntas, las manos apoyadas en el respaldo y la mirada ausente; completamente perdida en la presencia de un solitario jarrón de centro.

—¿Está todo bien? —preguntó, acercándose a ella.

—Ah… Sí. Todo bien —pero luego de un par de segundos, regresó su atención al jarrón de la mesa.

Stephanie regresó a su habitación para ir por Danisha y para cambiarse de ropa. Unos veinte minutos más tarde, lograron salir.

Danisha miraba el cielo.

—Hoy más que nunca, necesito por lo menos un diminuto rayo de sol. Necesito quitarme este color muerto de la piel.

—Dudo que lo consigas —respondió Stephanie—. Comentaron en el pronóstico del clima que el día se pondría peor.

—Alexa, necesito una danza, una poción, un sacrificio o lo que sea, pero haz algo para que las nubes se quiten.

Y como por arte de magia, una espesa nube gris se arrastró por el cielo hasta que el primer rayo de sol logró escaparse y aterrizar en la tierra.

—Gracias, Alexa.

Ella no respondió. Y aunque no lo había hecho, tampoco quiso discutir. Estaba cansada de que todos la consideraran una bruja.

Las calles comenzaron a evaporar el agua rezagada de la lluvia anterior. El no estar atenta a las cosas, era algo muy normal en Stephanie, pero aquella mañana el extraño comportamiento de Alexa fue más allá de lo normal. Algo estaba pasando, y ella debía averiguarlo.

—Alexa —la tomó del brazo y descubrió que estaba helada—, ¿por qué traes esa cara?

—Porque no me la puedo quitar, Stephanie.

—Ve el lado bueno. Hoy viene con nosotras la experta en moda, la diosa del glamour y Condesa de París.

—Tienes razón. ¿Cuánto crees que nos den las tiendas si la rentamos? —sonrió. Se veía tan hermosa con el halo de rizos rojos colgándole sobre los ojos y los enormes lentes redondos de aumento.

Danisha las hizo entrar a la tienda de ropa más grande de Balefia, ubicada exactamente entre la avenida principal y la calle del Cairo de Vaness.

—Escuchen —se giró apenas entraron al local—. Este día necesitamos comprar y comprar, exprimir las tarjetas hasta que no quede nada y la maquina explote.

—¿Necesitamos? —no había ni una sola posibilidad de que Stephanie estuviera de acuerdo en ello. La joven ya había malgastado muchos dólares desde la muerte de su padre, y aquello le daba un terrible sentimiento de culpa.

—Lo que sea. Vamos, comencemos por este pasillo.

Alexa seguía enfrascada en sus pensamientos, tanto que, sin protesta alguna, se fue siguiendo a Danisha a través del primer pasillo de vestidos playeros. ¿De verdad, Balefia, vendes vestidos playeros?

Stephanie se contuvo. No quería ser entrometida y preguntarle nada, pues quizás solo era un mal momento que se esfumaría con el tiempo.

Algunas horas después, después de que La condesa de París comprase dos vestidos, tres blusas, una sudadera multicolor y un batido de fresa con piña, las dos acompañantes terminaron sentadas frente al enorme ventanal con estilo vaticano, mientras esperaban a que Danisha terminara de hacerse con las compras, pues ahora estaba viendo zapatos.

—¿Hueles eso? —cuestionó Stephanie, dejando de lado la revista que leía.

—¿Qué cosa?

—Ese aroma. Huele como si fuera… azufre.

—Estás loca.

—No. De verdad, te juro que siento un ligero aroma que…

—¡Listo! Podemos irnos —cuando Danisha levantó las pesadas bolsas del suelo, Alexa salió disparada hacia la puerta.

Pero apenas y salieron de la tienda, el lindo color marrón que se había formado en las copas de los árboles gracias a los pequeños rayos de sol, había desaparecido. El cielo volvía a ser de un color oscuro y plomizo que auguraba una posible tormenta.

—¿Qué es esto? ¿En dónde está mi sol? Alexa, remedia esto.

—¿Quieres cerrar tu insoportable boca de una maldita vez?

Ambas se quedaron estupefactas.

—Estoy aburrida de que siempre traten de relacionarme con la magia, la brujería, los hechiceros y los duendes. ¡Es aburrido!




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