Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 2. El nacimiento de los colmillos (Parte 2)

—No huelo nada. ¿Qué es?

—Dime una cosa, ¿tus padres nunca te dijeron que no salgas al bosque porque te vas a perder?

Stephanie reprimió un gesto de dolor. Su padre se lo decía todo el tiempo.

Scott agregó:

—Los adultos suelen decir eso porque hay docenas de animales salvajes viviendo en él. Panteras, linces, alces y los asquerosos lobos hozando entre los arbustos.

—¿De verdad? Yo solo he oído que hay criaturas sobrenaturales.

—Mira allá. ¿Ves esos árboles?

—Son gigantes. Desde aquí podría jurar que sus copas no tienen fin. ¿Cuántos años tendrán?

—Supongo que muchos. Pero recuerda una cosa; por muy grande, o por muy antigua que sea una cosa, siempre termina de una manera u otra.

—Tienes razón. Todo en este mundo tiene un final —Steph pensó en el final de la relación de sus padres y en el final que tuvo la vida de Frederick.

—Todo, menos los Nevolones.

—¿Los qué?

—Los nevolones. Demonios en el idioma Aterkano.

—¿Cuál es ese idioma? Nunca había escuchado sobre él.

—¿Te han dicho que haces muchas preguntas, Stephanie?

Ella se acercó a él con la esperanza de intimidarlo, pero sucedió todo lo contrario. Scott no se movió ni un solo ápice.

—Dime algo más de ti.

Él le sonrió.

—¿Qué quieres saber? —el muchacho se sentó sobre la tierra húmeda y esperó a que ella hiciera lo mismo.

—¿Qué te gusta hacer durante tus tiempos libres? A parte de estar intimidando personas.

—Como ya lo has visto, me gusta sacar frases de diferentes autores.

—Y vaya que se te da bien. Tienes frases muy buenas para cada ocasión.

—No las tengo, me las ha dado la experiencia —y entonces, una oscuridad profunda ensombreció sus ojos y terminó con su sonrisa. Y aunque Gerard Elue le regalaba una impresionante melancolía a sus palabras, sonaba extraordinariamente hermoso, hermoso en él—. ¿Y a ti que parece gustarte? —le preguntó.

—No lo sé. No soy tan romántica con la poesía y no me gustan las películas ni los videojuegos.

—Algo tendrá que gustarte.

—Mmmm. Soy una de las pocas personas que a veces se le hace interesante la clase de historia.

—¿Historia? ¿Qué te gusta sobre la historia?

—Principalmente misterios que siguen sin respuesta. Las guerras, sus consecuencias y los personajes célebres que han participados en estás.

—¿Alguna vez te preguntaste qué cambios tuvo Dorembold en el mundo moderno después de la bomba atómica que casi lo destruyó?

—No… —en una simple pregunta, había dejado a la chica congelada.

—Es que nunca los tuvo. Hoy en día el ser humano sigue experimentando con la vida misma, y así ha sido los últimos cien años.

Pero cuando ella intentó debatirle el tema, Scott se puso de pie para regresar al sendero por el que habían venido.

La tarde se consumió con el mismo color de toda la mañana. Ella y Scott regresaron a su departamento cuando la neblina de las montañas comenzó a descender y el frío intensificó su hosquedad. El auto se detuvo frente a la entrada permitiéndole bajar con rapidez.

—Scott… —Stephanie se armó de valor— ¿mañana te veré?

Pensó que no deseaba forzar los encuentros, esporádicos sabían mejor, aunque, y solo tal vez, las cosas sucedían por algo, pero en esta ocasión ella las quería controlar a su manera.

—Por supuesto.

Se alejó, y unos minutos más tarde, el auto se perdió en el horizonte.

Cuando Stephanie terminó de acomodar su ropa sobre la cama, una camisa y un pantalón calientitos, decidió caminar a la ducha, abrió las llaves de la regadera y dejó que el agua le limpiara la suciedad de los árboles y las pequeñas manchas que la tierra húmeda le había dejado. Se permitió pensar que de verdad este día, Scott se había portado más extraño que las veces anteriores, y aunque un poco más caballeroso, había algo irregular en sus expresiones, en su manera de hablar y en sus dientes. Sobre todo en sus dientes.

Stephanie se reprochó por no poder averiguar nada de su vida o de su pasado, pues entre su irregular forma de ser, más el ambiente y el hecho de que se encontraran solos en medio de la casi nada, le producía una sensación extraña y un escalofrió de muerte.

—Basta, Stephanie, deja de pensar en él —se reprendió en voz alta, ya que estaba sola, y cuando creyó odiarlo por su enigmática, agria y seca actitud, entendió que no era así. Sonrió—. Como si tú misma no te dieras cuenta lo mucho que te gusta.

No hubiera querido que ese momento terminase, ya que solo deseaba permanecer con él. Y entonces un piquete de realidad la sumió en su tristeza. ¿Por qué él no la abrazó de la misma forma que Kerry lo hizo con Danisha? ¿Cuantas veces ella y Kerry se habrían visto? ¿Ya se habrían besado? ¿Habría ocurrido algo más entre ellos dos? ¿Qué diría Scott si ella misma le propusiera un acostón de una sola noche?




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