Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 2. El nacimiento de los colmillos (Parte 3)

—Me comienzas a dar miedo.

—Miedo… —repitió— ¿Sabes una cosa, Steph?

Pero cuando Stephanie caminó hacia él para sujetarlo y lanzarlo a la calle, sus manos no habían sujetado una piel suave y cálida, sino más bien una roca que ha pasado toda su existencia enterrada bajo la tierra y que ahora ha salido a la superficie con una sensación áspera, húmeda y fría.

—¿Qué pasa contigo?

Scott se había dado la vuelta, se giró para envolver su cintura alrededor de sus brazos, pues ahora ya no le importaba que pudiera tocarlo.

—Dime algo —dijo ella.

—¿Qué cosa?

—De ti. Lo que sea.

—Me gustaría vivir más, que las veces que me he sentido muerto.

—No me digas. ¿Gerard Elue? —preguntó.

—No. De hecho, esta vez fue Valerie Thomson. ¿Sabías que..? El último libro que se publicó, dos meses antes de su muerte, ella escribió: Me gustaría que el final fuese mucho más fácil de encontrar que el comienzo; así no tendría que romperme la cabeza y llegar a él tan agotada.

—¿A qué te refieres? —llegados hasta este momento, ella no dejaba de mirarle los labios.

—Nunca he querido referirme a nada.

—Te repito de lo hace un momento. Eres raro.

—Stephanie… ¿Te han dicho que tienes unos ojos hermosos?

—¿Desearías sacármelos y coleccionarlos dentro de un frasco? —ironizó.

—No. Prefiero que sigan en ti. Son más útiles cuando están dentro de tus cuencas.

Scott comenzó con un peligroso juego de piel y caricias. Se acercó a ella, rozó la punta de su nariz sobre su mejilla, sobre sus labios y su barbilla, mientras Stephanie sentía derretirse entre sus brazos de hierro macizo. Y cuando ella pensó que todo seguiría así, que aquella cercanía duraría al menos un par de horas más, él se detuvo.

—No le tengas miedo a lo nuevo, Stephanie.

—No es eso.

—¿Entonces? ¿Qué te tormenta? Puedes confiar en mí y decirme lo que piensas.

—El problema eres tú. No entiendo nada de lo que pasa o qué sucede contigo. Quisiera averiguar más cosas sobre ti, pero no puedo.

—Entonces mírame, y dime, dime ¿qué es lo que ves? Vamos, inténtalo.

Con cada nuevo roce, la muchacha se estremecía de frío.

—No veo nada.

—Exacto, y es así como debe de ser —acto seguido, él acunó uno de sus mechones de cabello y lo acarició con el pulgar—. ¿Alguna vez te han dicho lo hermosa que eres? —comenzó a olerlo.

—Dilo. Quiero escucharlo de tu boca.

—¿El qué?

—Que te gusto.

—Cariño, lo que yo siento por ti va más allá del gusto humano.

—¿Tanto como para pasar una noche enredado entre las sábanas de una cama?

—Podría matarte si me atreviera a tanto.

—¿Qué es lo que estás oliendo?

—No te agradará la respuesta.

Sus alertas se dispararon. Todo se quebró y el momento romántico se convirtió en un horrible suceso de película.

—Te huelo a ti… Huelo tu sangre —terminó acariciándole el cuello.

Una voz inconsciente le dio la respuesta. La muchacha cortó el contacto, trató de tirarse hacia atrás, pero su cadera se estrelló con la mesa de la sala, provocando que el florero que días antes Alexa había estado viendo, cayó al piso y se rompió en pedazos tan pequeños que brincaron por todas partes.

¡Eso no existe! Los gritos explotaban en su pensamiento. ¡ALÉJATE DE ÉL! le gritaban con la idea de poder salvarla.

—Stephanie—una sonrisa guasona develaba sus opalescentes colmillos—. ¿Me tienes miedo? Porque deberías. Deberías tenerlo.

Ella le lanzó un puntapié, lo había golpeado en las costillas, pero ni eso logró detenerlo. Corrió, gritó y tropezó en la puerta arrastrándose hasta salir a la calle y seguir corriendo.

—¡Eso no existe! ¡Eso no existe!

El teléfono temblaba en sus manos. ¿Estaría llamando a la policía? No. Estaba llamando a Danisha.

¡Quítale el terror a los vampiros!

¡Quítale el terror a los vampiros!

¡QUÍTALE EL TERROR A LOS VAMPIROS!

Pero por más que insistió, Danisha no atendió su llamado. Casi la orina escurría entre sus piernas y le ensuciaba los jeans, perdía las esperanzas y el miedo le quemaba como una farola incandescente, cuando finalmente alguien respondió a sus súplicas.

—¡Steve, ayúdame!

—¿Stephanie? ¿Qué te sucede, por qué estás tan agitada?

—¡Lo que voy a decirte es una locura!

—Nena, toda tu vida ha sido una locura.

—Scott, Scott es un… ¡Es un vampiro!

—¿Un qué? Dios mío, has perdido la cabeza.




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