Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 10. París no tiene los muros tan altos (Parte 1)

Los gritos reverberaban en toda la sala y los pasillos. Danisha les había abierto las puertas de su departamento, y contenta o no, hasta el momento no había dicho nada, no hasta que los gritos de Alexa rompieron con la calma de todos.

—¡Miren esto, miren esto! ¡Lo he logrado! Al fin puedo controlar el elemento del fuego.

Todos se acercaron. Alexa estaba sentada en el suelo de la sala, tenía las piernas cruzadas y una pequeña vela entre las manos que miraba atentamente.

—¿Estás segura de que eso no es peligroso? —preguntó Niar, impaciente por verla en acción pero también un poco preocupado.

Alexa apretó la vela entre sus manos, cerró los ojos y se concentró. Su idea era encender el pabilo utilizando la piroquinesis. Pero por más que esperaron y esperaron, al final no sucedió nada.

—No lo entiendo, ¿qué hice mal? —Alexa frunció el ceño, pero entonces una enorme ráfaga de lumbre estalló detrás de ellos y comenzó a incendiar las cortinas de la ventana.

—¡Apaguen esa cosa!

Todos corrían de un lado a otro; Niar soplaba, Edwin lloraba y Stephanie corría a la cocina en busca de un extintor. Después de unos segundos, el fuego había sido controlado.

—¡Lo logré! —Alexa levantó los brazos.

—¡Fuera de mi casa, todos! —y entonces, la fuerza impresionante de Danisha consiguió arrojarlos a la calle.

—¿Pero qué ha pasado?

—No lo sé, pero sea lo que sea, lo tengo que volver a intentar. Los veo mañana, muchachos.

Cada uno comenzó a caminar hacia sus casas, excepto Steve y Stephanie, que decidieron acompañarse mutuamente mientras recordaban, en medio de risas, lo que había sucedido.

—¿Sabes una cosa? —Steve se llevó la mano a la cabeza—. A veces me gustaría saber de qué se alimenta Danisha.

Stephanie bajó la mirada y se resistió a responder algo que tampoco ella sabía muy bien. Hace mucho tiempo Danisha le había comentado que bebió sangre de un hombre que intentaba lastimar a una joven, pero desde entonces ninguna de las dos había tocado el tema.

—¿Steph?

—¿Qué pasó? Perdón, estaba pensando en algo.

—No importa. No dejes que este comentario te arruine la noche. Danisha es inteligente y esa máscara de vampiresa cruel es simplemente eso, una máscara. Dani es buena.

Cuando Stephanie llegó a casa, el vacío y el silencio tan inmensos que profanaban su hogar le hizo recordar esos viejos días de tristeza llorando debajo del marco de la puerta, a la espera de que su padre regresara.

Ella miró la esquina de su habitación. Allí, en un pequeño rincón, seguía intacta y fría su vieja compañera de sueños. Su cama. Hacía tiempo que Stephanie dejó de usarla, pues un día llegó, cambió sus sábanas por unas nuevas, le colocó varias almohadas afelpadas y simplemente la dejó ahí para recordar cómo lucía su vida antes. Antes de que Scott la arruinara.

Tenía tantos sueños frustrados, tantos arrepentimientos y tantas lágrimas que ya no pudo llorar. ¿Pero de qué le servirían ahora? No podía hacer nada para cambiarlo.

Stephanie dispersó aquellas palabras mientras abría uno de los cajones de su armario con varias fotografías, en las cuales también estaba Danisha. Fue entonces que se volvió a preguntar: ¿De qué se alimentaba Dani si detestaba la sangre de los animales?

No supo en qué momento la tarde se terminó y dio paso a una noche tranquila y ausente de lluvia. Afuera todo estaba oscuro, taciturno y algunas cigarras cantaban a lo lejos. Ella se levantó de donde estaba sentada, sus botas crujieron en el suelo de madera y se detuvieron en la ventana. La muchacha necesitaba distraerse o comenzaría a caer en el horrible vórtice de la demencia. Cogió su gabardina oscura del sofá y se abrió paso por la misma azotea que anteriormente había sido testigo de muchas huidas.

Con el rostro pálido y sus manos sepultadas en los bolsillos comenzó a caminar sin un rumbo fijo. Las calles comenzaban a cerrarse en callejones claustrofóbicos y oscuros, aquellos mismos que durante las mañanas parecían ser normales. Algunas farolas colgaban de los postes, pero poco les faltaba a sus bombillas para fundirse; incluso se alcanzaba a escuchar el cortocircuito provocado por las gotas rezagadas de lluvia que escurrían de los tejados. El viento silbaba y le aporreaba los cabellos de la cara. Algo estaba mal, demasiado mal, puesto el enorme silencio que para nada era común en una calle como aquella. Pero entonces, un pequeño y estremecedor ruido la hizo detenerse, ¡irónico! puesto que ella era el mayor peligro más cercano.

Steph trató de tranquilizarse, se hizo la idea de que todo estaba bien, y en caso de que alguien intentase sobrepasarse con ella, decidiría atacarlo sin tener piedad. Pero entonces, un inusual sonido llamó completamente su atención. Un hombre se había reído, y después le siguió otro, y otro más.

Ella intentó alejarse, caminó más de prisa y no se detuvo aunque un silbido particularmente desagradable pregonó detrás de ella.

—Espera, preciosa, ¿por qué vas tan rápido?

Stephanie se quedó helada. Las voces se aclararon y los olores también; era un grupo de al menos tres o cuatro hombres que avanzaban para tratar de alcanzarla.




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