Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 12. Conociendo el Otro Mundo (Parte 2)

—¡Aaaah! Si no como nada, pronto moriré de hambre —Danisha se dejó caer sobre uno de los colchones inflables que Niar había colocado para ver las estrellas cuando oscureciera.

—¿Qué les parece si vamos a comer algo? Por primera vez, estoy de acuerdo con Danisha —al parecer Steve tenía el mismo apetito voraz que Dani.

—Alto ahí, dientones —Derek se puso frente a ellos—. ¿Qué se supone que le diremos al profesor si llegase a preguntar por ustedes?

—Yo que sé —Dani agitó su mano con desdén—. Invéntenle algo. Además, Edwin y tú son muy buenos para contar historias.

—Yo les contaré historias a nuestros hijos, mi amada… —pero entonces Edwin se quedó con la mano extendida, pues Danisha había desaparecido.

El viento agitaba los árboles, silbaba fuerte y a cualquier ser humano le calaría los huesos hasta el grado de no soportarlo. Steve subió a un roble, miró el horizonte y entonces su pecho se llenó de aire.

—¿Huelen eso? —preguntó.

—Es un venado —sin los inciensos, los tres podrían diferenciar perfectamente los aromas.

—Quien lo alcance primero se lo queda —seguido de eso no quedó nada más que una corriente de aire moviendo las ramas. Danisha tenía bastante hambre y no se hizo esperar, salió corriendo detrás de él.

Una carcajada retumbó en su pensamiento. Stephanie estaba segura que, por mucho que la Vampiresa de París fuese rápida, jamás igualaría su velocidad. Steph tenía algo, un destello de misterio que ni ella misma conocía. Pasó entre las ramas, arrancando las hojas y levantando la tierra, su apetito era impresionante, y su gusto más, pues desde que Danisha dejó de comer humanos, las cosas habían cambiado para bien.

Cuando Stephanie logró apresar al desafortunado animal entre sus brazos, rodar por el piso y clavarle los colmillos, Danisha no pudo evitar lanzar un grito de severa frustración.

—¡No es justo! ¡Eso era mío!

—Deja de llorar y disfruta la vista —Steve se acercó a ella. Él también había logrado cazar algo, pues aún tenía pequeñas gotas de sangre bajo el mentón.

Estaba atardeciendo, pronto se llegaría la noche y lo increíble de Vermont, era que a pesar de la luz tardía que iluminaba el bosque, ya se lograban vislumbrar algunas estrellas en el cielo.

—Alexa, ¿qué estás haciendo? —Niar llegó a ella justo cuando la pelirroja terminaba de ponerle una fina cadena de acero a un bonito diget que guardaba pequeños extractos de parafina, crisantemo y azaleas.

—Estoy tratando de hacer algunos collares para Steve, Stephanie, Danisha y para mí. No quiero que nos volvamos a arriesgar utilizando los inciensos.

—Eso suena estupendo. ¿Crees que esto disperse el aroma tan bien como las baritas?

—No lo sé, pero espero que lo haga. Entre menos usemos el incienso, mucho mejor.

Entonces y sin que ella se lo esperara, Niar se sentó a su lado rosando parte de su rodilla. Fue un gesto insignificante, pero para ella fue más que suficiente, pues un enorme rubor natural envolvió sus mejillas.

Steve, Danisha y Stephanie no tardaron mucho en arribar al campamento; satisfechos y fuertes para aguantar varios días sin alimento.

—Miren eso —Edwin dejó la pequeña olla en la que cocinaba—. El escuadrón Drácula ha regresado.

—Edwin —Danisha se acercó a él, le colocó un dedo sobre los labios y le sonrió mostrándole sus enormes colmillos filosos—. No terminé de comer bien, y si sigues con esa actitud, tú vas a terminar de llenarme, ¿entendiste?

—Define la palabra llenarte, porque viniendo de tu boca, suena bastante tentador.

Pero en lugar de reaccionar como indiscutiblemente lo haría, Danisha miró hacia los árboles.

—Silencio —dijo. Estaba preocupada—. ¿Huelen eso? Es apenas una sensación, pero es diferente.

—Sí, también lo huelo —confirmó Steve y casi de inmediato Stephanie lo pudo percibir.

—¿Qué pasa, qué están oliendo? —Niar y Alexa abandonaron el espacio de tierra en donde estaban sentados y se postraron al lado de sus amigos. Alexa no perdió el tiempo y le colocó en el cuello, a cada uno de ellos, los nuevos collares que había confeccionado.

—Espero que retengan nuestro aroma y actúen como lo hacía el incienso de azaleas —les dijo.

—¿Qué pasa? ¿Qué es eso? —Niar seguía sonando asustado.

—Vampiros —respondieron los tres.

—Tenemos que hacer algo. Hay más de treinta vidas aquí.

Stephanie echó a correr hacia el interior de Vermont, y un segundo después, Danisha, Alexa, Steve y Niar la alcanzaron.

—¿Qué hacen ustedes dos aquí? Si se trata de vampiros, podría ser peligroso.

—Mientras tengamos esto, no podrán olfatearnos —Alexa le recordó el collar.

—¿Qué se supone que vamos a hacer? ¿Enfrentarnos a ellos? —Danisha se cruzó de brazos.

—No podemos permitir que lleguen al campamento, pondrían en peligro a todos los estudiantes.

—Y si los profesores no nos encuentran, los que estaremos en peligro seremos nosotros.




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