Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 13. Relatos de una antigua magia (Parte 1)

El día en el que Legarreth pisó el puerto marítimo de la provincia de Bertucio, era el año de 1904. La mítica vampiresa de los Altos Mandos ya había vivido lo suficiente como para conocer lo que el mundo albergaba, especialmente la inmundicia de los seres humanos; sus guerras y sus hambrunas. ¿Sabías tú que incluso le tocó presenciar cuando los reporteros de los periódicos dieron la información de la bomba que destruyó Dorembold? ¡Hágame favor! Era increíble cómo con tan poca experiencia los gernardos podían llegar a crear una colosal catástrofe, y cómo los hombres dictadores de un país podían llegar a tener el control absoluto de la vida y la muerte.

Nos han llamado demonios y monstruos cuando el verdadero mal vive en ellos. El ser humano es cruel por naturaleza, pues cuando algo nuevo asciende y se logra posicionar como una amenaza, no dudarán en destruirlo.

En fin, así te puedo seguir nombrando miles y miles de acontecimientos que a Legarreth le tocó presenciar; acontecimientos que pueden sonar pútridos y pedestres incluso para alguien de sangre fría como yo, pero eso sería aburrirte y no pienso que nuestra historia termine tan pronto, Stephanie.

Tu amiga pelirroja tenía razón, en nuestro mundo sí existen seis reinos. El reino de las sirenas conocido como Alta Marea, el reino de los osos llamado Pico de la Mira Negra, el Reino de los Cielos en donde las águilas vuelan libres, el reino de los leones llamado Ikaronte, el reino de los Farkas lobunos, y por último estamos nosotros, el reino de la muerte conocido como Mortum. Pero, ¿qué somos ante los ojos de los gernardos? Muy a parte de los demonios en forma de humanos que existían, en esos tiempos las brujas también eran consideradas como obras de los mismos dueños del infierno. Si las pobres muchachas eran juzgadas y llevadas a las leñas para ser quemadas vivas, imagínate qué es lo que les esperaba a las bestias que se alimentaban de sangre. Los vampiros siempre hemos estado colocados en los libros de fantasía y terror, pero en aquellos tiempos, éramos buscados y asesinados, cazados como animales salvajes para luego ser ejecutados.

El mundo siempre fue un lugar de aborrecible terror.

Muchos años antes de que Mortum fuese levantado por nuestro primer Mandato, Zacarías Carpathia, los vampiros vivíamos en los pueblos, escondidos detrás de una máscara de seres humanos comunes. Algunos se casaban pero sus matrimonios no duraban mucho, pues el que un vampiro y un humano pudieran mantener copulaciones, era imposible. El vampiro suele perder el control y si no tiene cuidado, podría devorar a su pareja en pleno acto sexual. Es por eso que otros simplemente preferían la vida en soledad, algunos trabajaban como obreros, herreros o panaderos, pero sus vidas no duraban mucho.

Cuando los humanos se daban cuenta de quienes eran en realidad, los amarraban con cuerdas santas y los hacían caminar por las calles jalados por una carreta con dos caballos mientras eran abucheados y humillados. Después los llevaban a las plazas centrales y como a las brujas, los tostaban en las brasas. Aunque, algunos tenían mejores muertes, por ejemplo eran enviados a las guillotinas y morían en seguida.

Legarreth vio muchas de estas ejecuciones, y en muchas de ellas habría deseado llorar. La vampiresa de los Altos Mandos había visto aquellas tierras poblarse de árboles y pastos silvestres y de enormes construcciones que se levantaban con el tiempo. Pero también como todo ser que conoce su verdadera naturaleza, ella tenía hambre y salía a cazar. Devoraba cabezas de ganado y humanos que deambulaban perdidos en las calles. Sentía que al matarlos, estaba haciéndoles justicia a los suyos. Muerte por muerte, asesinato por asesinato, y vampiro por humano.

Aquella tarde, como ya te lo dije, era el año de 1904 cuando su barco llegó desde Nueva Lenoa hasta la provincia de Bertucio. Ella estaba feliz, contenta de poder bajar y recorrer las calles, visitar sus bares y tal vez, solo tal vez, alimentarse de algunos ciervos que corrían en los bosques. Cuando Legarreth comenzó a descender por la cubierta del barco, una noche fría y brumosa le golpeó en el rostro. El mar se extendía frente a sus ojos, y cuando por fin pudo revolverse con los demás pasajeros que comenzaban a bajar, el aroma de la sangre le quemó la garganta. La hermosa mujer trató de disimularlo cubriéndose el rostro con el pesado sombrero que llevaba en la cabeza y que hacía juego con su abombado vestido de sastre. El aroma de la amalgama cruel de sangre bailaba con la música que tocaban los violinistas del puerto, y los cuales esperaban recibir una moneda a cambio.

¿Quién era Legarreth en aquel tiempo? ¿De dónde había venido y por qué había emprendido un viaje, que parecía ser suicida, hacia el puerto de Bertucio?

Ella tenía un rostro tiernamente joven, y a pesar de que tenía seiscientos catorce años, aparentaba la belleza de una muchacha de veintiocho. Antonette Gerónimo Fernando se llamaba el hombre que la mordió. Un detestable vampiro vagabundo que la había acorralado en uno de los callejones oscuros de Balefia cuando aún era un pueblo en ruinas. Aquel hombre no la mató por compasión, o por algo que hasta la fecha desconoce, pero lo que sí hizo, fue hacerle creer que le había arruinado la vida.

Legarreth se volvió una nómada, caminando y viajando sin un rumbo fijo hasta que una mañana, su hambre la llevó hasta lo que ahora se conoce como las Ascuas de Quitakram, en donde lo conoció a él.

—¿Estás perdida? —un hombre alto, de tremendo porte galante le tendió la mano ayudándola a levantarse.




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