Eran casi las cinco de la madrugada, el cielo se estaba iluminando y las nubes de tormenta comenzaban a moverse en dirección del viento. Stephanie seguía cazando en el bosque. Danisha y Steve estaban con ella, pero a decir verdad, el saber que pronto deberían bajar de los árboles e internarse en una vida banal como seres humanos, no le apetecía mucho. La vergüenza la seguía consumiendo, y aceptar todos los pensamientos lascivos y criminales que tuvo con aquel muchacho, era algo que simplemente no se podía permitir.
—Stephanie —Danisha se paró detrás de ella—, es hora de irnos, y antes de llegar a clases necesito pasarme un cepillo por el cabello.
Pero entonces, Steph apartó la mirada bruscamente.
—No quieres ir al colegio, ¿verdad? —le preguntó Dani.
—No, la verdad no.
—No va a pasar nada, y si pasa, lo solucionaremos. Steph, desde aquel día no he vuelto a…, ya sabes, beber sangre humana. Y no voy a dejar que una varita de nardo me arrebate mi abstinencia.
—¿Varita de qué? —Stephanie soltó una estrepitosa carcajada.
—¿No has visto cómo está de delgadito?
—Basta, Dani —pero esta no dejó de reírse.
—Entonces vámonos, o llegaremos tarde.
Los estudiantes entraban y la pandilla realizó lo acordado un día antes; aquello de sentarse hasta las últimas filas con la esperanza de que el aire acondicionado dispersara el olor.
—Señorita Anderson, señorita Lawrence y joven Hallward —la profesora se puso de pie apenas vio a Steph, Danisha y Steve entrar—. ¿A dónde creen que van?
—Es interesante que lo pregunte, ya que vamos a ocupar nuestros asientos —Danisha se irguió. Con una mano en la cintura y los ojos abiertamente oscuros que no tardarían en ponérsele amarillos se plantó ante ella sin un solo gajo de sumisión.
—¡Tener diarrea no es excusa para salir corriendo de mi clase y no regresar!
Dani se quedó con la boca abierta.
—¿Acaso dijo… diarrea? ¿Qui-quién le dijo eso?
—O eso fue lo que me dijo Edwin Clewert. Me dijo que usted, la señorita Anderson y el joven Hallward se habían atragantado con panquecas de ajo que le causaron una severa reacción estomacal —al fondo, los demás compañeros del salón comenzaron a reírse—. Espero que los sanitarios del instituto se encuentren en perfecto estado, señorita Lawrence, ya que sería una pena, sobre todo para usted, que no lo estuvieran.
—¿Panquecas con ajo…? Edwin, hijo de perra, voy a destrozarte.
—¡Por mi vida y la de nuestros hijos! —Edwin lanzó su mochila por la ventana, y acto seguido brincó por ella huyendo como alma que lleva el diablo.
Lógica, consecuencia absoluta que Dani saldría corriendo detrás de él, y antes de que cualquier ahí dentro sospesara las opciones, el resto de sus amigos también salieron.
Alexa, Steve, Steph, Niar y Derek corrieron detrás de ella, no porque realmente les preocupara lo que pudiera hacerle a Edwin, sino por el espectáculo tan grande que levantaría entre los demás estudiantes.
—¡¿Qué querían que le dijera?! ¡Danisha, suéltame! ¡Ustedes salieron corriendo y nadie nos dijo ni nos explicó nada! Dani, por el futuro de nuestros hijos, ¡suéltame! ¡AYUDA!
Danisha lo sujetaba por el cuello, lo tenía empotrado sobre la pared y ni siquiera le importaba que el pobre muchacho se retorciera como renacuajo.
—Siempre hemos tenido la confianza de que saben contar buenas historias.
—No me lo niegues, colmilluda, fue una buena historia.
Dani rugió, y aquello bastó para que sus ojos se pusieran amarillos.
—¡AYUDAAAAAAAAAAAA!
—Basta, Danisha, suéltalo.
—Alexa —ella la miró con fastidio—. De verdad le he tenido paciencia todo este tiempo, pero ¿por qué inventarse algo como eso? ¿Ajo? ¿En serio?
—Alexa, ayúdame, no quiero morir joven y bello.
—Oigan —Niar señaló hacia la entrada—. Creo que tienen un problema mayor. Ahí viene el chico nuevo.
Efectivamente. Alejandro llegaba corriendo, se detenía en la entrada y se limpiaba el sudor de su frente con un trozo de servilleta.
Stephanie debía de estar o muy loca, o muy sedienta para que verlo le dejase un cierto bloqueo de razón. Ella lo observó mientras el muchacho andaba entre la brisa de una mañana lluviosa que le revolvía el cabello y ondeaba la terminación de su chaqueta. Pensó que podría luchar contra todos esos pensamientos que tuvo la primera vez que lo vio, e incluso pensó que todo se calmaría después de un cierto tiempo, pero lo cierto es que no. Nada se había calmado, y al contrario de lo que ella esperaba, sus deseos estaban empeorando.
—Hola —el joven los saludó, y al principio pensaron que solo se había acercado amablemente por Alexa—. No me digan que la clase ya comenzó.
No hubo respuesta hasta que la pelirroja inteligente salió al rescate.
—Todavía no empieza, pero la señorita Darlis ya está en el salón, si a eso te refieres.
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Editado: 07.05.2024