Las horas se pasaron como martillazos en su cabeza. Stephanie no había dejado de darle vueltas al asunto, y aunque una de sus soluciones era cancelar el encuentro, aquello le provocaría una desastrosa espiral de malos sucesos, como por ejemplo el que reprobaría la materia y alejaría completamente al chico de ella sin tener un verdadero motivo para hacerlo.
No me malentiendan, ya de por sí el temor de descontrolarse y atacarlo era lo suficientemente malo, pero fuera de eso, ella podría controlarse, reprimir su sed y salir a cazar en caso de que las cosas se le pusieran realmente difíciles.
—Hola, Steph —Alejandro le sonrió cuando se encontró con ella en la puerta del instituto—. Lamento la tardanza.
—No te preocupes. No he esperado mucho.
Ambos comenzaron a caminar.
—¿Qué tal tus clases? —le preguntó él.
—Buenas. Y… ¿las tuyas?
—Mmmm, los demás aún no se adaptan a que sea el nuevo. Parece que cuando llegas a Balefia el resto de personas te consideran un espantoso bicho raro.
Steph luchó por reprimir una sonrisa, pero no pudo.
—¿Qué es eso que estás tomando? —el joven señaló el pequeño termo que Alexa le había entregado de sangre falsa, el cual, y por si se lo están preguntando, no alcanzaba a mostrar su contenido.
—Eres muy curioso.
—Por no llamarme entrometido.
—No, no, yo no quise decir nada de eso.
—Tranquila, Steph —Alejandro se frotó la nariz, pues no quería que ella viera sus mejillas rojas.
Pasaron algunos minutos en completo silencio. El cielo estaba opaco y la briza soplaba lo suficientemente fuerte como para mover algunos candiles decorativos de la calle. A los balefianos de verdad les gustaba sentirse que vivían en una época antigua, y hasta cierto punto tiene mucho sentido, pues en sí, toda Nueva Lenoa era la cuna principal de innumerables leyendas, mitos, aquelarres y dogmas religiosas de distintas procedencias.
—¿Siempre es así?
—¿Cómo? —Stephanie se giró hacia él. Muy mal hecho, pues aunque la sangre falsa le mantenía la boca ocupada, siempre existía el hecho de que ella podía olerlo.
—Me refiero a que Balefia tiene un clima no muy agradable para algunas personas. Siempre está nublado, corre viento y no hay ni una sola mañana en la que el frío no me cale los huesos.
—Desde que tengo memoria, Balefia siempre ha sido así. Tengo vagos recuerdos, pero en algunos momentos el sol logra salir. ¿Te puedo hacer una pregunta?
—La que gustes.
—¿Vives muy lejos?
El muchacho esbozó un gesto de desagradable incomodidad, se frotó la nariz y no le quedó más que responderle con la verdad.
—En los inicios de Vermont.
—¡¿Quééé?!
—Esa es la razón por la que te pedí que me esperaras saliendo del instituto. He escuchado que a mucha gente le da miedo acercarse a Vermont.
Ella lo miró.
«No sabes la gran estupidez que estás cometiendo. Huye, tienes que alejarte o te podría hacer trizas». Pensó, y un agrio recuerdo se azotó en su pecho. En algún momento, aunque sea durante una milésima de segundo, ¿Scott habría pensado lo mismo cuando la tuvo cerca?
—Mira, es ahí —Alejandro señaló una modesta casita de madera de dos pisos, que a decir verdad, se asemejaba más a las construcciones rústicas de algunas cabañas. Tenía un pórtico limpio, con maderas encrucijadas que servían de barandal de apoyo, dos sillas de palma y un balcón con vista directa hacia el bosque.
El chico metió las manos en su bolsa trasera, husmeó en él hasta encontrar un conjunto de llaves, abrió y simplemente entró. Sin embargo, pronto se daría cuenta de que Stephanie se había quedado bajo el marco de la puerta, todavía con los pies sobre la alfombrilla y un gesto de consternada impresión.
—¿Sucede algo?
—Soy educada —mintió—. No entraré hasta que me invites a pasar.
Riéndose, el joven se cruzó de brazos.
—Eres muy interesante. Creo que vas a agradarme muy pronto.
—¿Eso es… un sí?
—¿Gustas pasar?
—Claro —con tres pasos y medio, Stephanie estaba dentro.
—Qué lugar tan bonito —pero de pronto, ella cayó en cuenta de la ausencia de… todo, y un nudo tan grueso comenzó a formársele en el pecho porque ella misma ya conocía esa sensación de soledad.
La sala era grande, muy espaciosa, pero a la misma vez tan vacía que incluso daba lástima. Había algunos cuadros colgando de las paredes, pero muchos de ellos eran de bosques y flores, los mismos que sueles poner para rellenar un espacio y que no se vea tan mal. Había una cocina y… ya. Steph supuso que como la casita tenía segundo piso, en la planta alta se hallaría con algunas habitaciones y un baño.
Estaba a punto de preguntarlo, las palabras ya estaban acariciando la punta de su lengua cuando un impulso la hizo detenerse. No era el momento para preguntarlo.
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Editado: 07.05.2024