Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 15. A veces, un interés amoroso suele ser misterioso (Parte 3)

El timbre del almuerzo sonó, y como si el salón hubiese estado bañado con sustancias radioactivas, todos los estudiantes salieron corriendo. Nadie planeaba seguir escuchando como el profesor de Ciencias Sociales les narraba una aburrida historia de cuando él también era estudiante.

Y qué incómodo de verdad, no la historia del profesor, sino el silencio tan abrazador que se había formado. Steph, Danisha, Steve, Alexa, Niar, Derek y Edwin fingieron no verse ni hablarse. ¿Por qué? Digamos que la disputa de anoche con Stephanie aún seguía siendo palpable.

—¿Vas a venir con nosotros a desayunar? —Danisha se paró al borde de su mesa.

—No, pero gracias por la invitación. Me quedaré a leer parte del trabajo de mañana. Los veo más tarde.

—Todo esto es por Steve, ¿verdad?

—No.

—Mientes.

—¿Podrías dejarme en paz? —y quizá ese no fue el tono de voz que le hubiera gustado usar con ella, pero ya lo había hecho.

—Como quieras —Dani se mordió la punta de su labio inferior—. Si me necesitas, ya sabes en dónde encontrarme.

—¿Viendo cómo Derek, Edwin y Niar se matan por un trozo de tarta?

—Amo el dolor ajeno, y lo sabes.

Stephanie se removió en el asiento cuando Danisha se fue. El libro de mitología griega seguía abierto sobre su pupitre, pero de verdad que ella no estaba interesada en leerlo. La consumían unas enormes ganas de salir y aclarar lo que fuese que estuviera sucediendo, pero una parte de ella, la más razonable hasta el momento, le decía que no había hecho nada malo. Steve se había molestado, por lo tanto a Steve le correspondía disculparse. Pero, dejar así a una persona que te importa, ¿es aceptable? Tampoco iba a salir corriendo detrás de él para implorarle su perdón. Lo único que ella deseaba era hablar y arreglar todo aquel malentendido a partes iguales.

—Hola.

Ella se estremeció. Estaba tan concentrada pensando en su mejor amigo que ni siquiera notó la presencia de Alejandro.

—Hola —trató de sonreírle.

—Quería darte las gracias. Sin ti creo que mi nota no hubiera sido tan buena.

Stephanie no supo que responder.

—La calificación del proyecto.

—Ah, sí, sí. Disculpa, tengo la cabeza en otra parte.

Y como si la vida no fuera tan despiadada con ella, una figura oscura se proyectó al otro lado del vidrio de la ventana. Steph sabía que era Steve, y antes de que pudiera llegar a la cafetería, a Stephanie le encantaría poder enfrentarlo.

—Alejandro, disculpa pero me tengo que ir —se puso de pie, cogió sus libros y prácticamente salió corriendo.

—Está bien. ¡Te buscaré luego!

Salió corriendo, tropezando y esquivando a los alumnos que se cruzaban en su camino. Afortunadamente su agilidad vampírica la haría evitarse la pena de estrellarse con alguien.

—¡Steve, Steve! —lo tomó de la manga del suéter y aquel gesto fue el que lo hizo detenerse. ¿Estaba molesto? Ciertamente incómodo.

—¿Qué sucede, Stephanie? —dijo con hastió.

—Quiero arreglar las cosas.

—Arreglar las cosas —repitió él en un susurro de culpabilidad.

—¿Qué pasa, Steve?

—Steph, ni yo mismo sé qué está pasando. Es algo como, como un presentimiento. No quiero que te suceda lo mismo que con Scott.

—No tiene por qué serlo.

—¿Y si lo es?

—¿Y si no?

—Solo, prométeme que vas a cuidarte —y como en los mejores tiempos de su amistad, Steve la envolvió entre sus brazos plantándole un cariñoso y corto beso en la frente.

—Te prometo que él no va a representarnos ningún peligro.

—Bien. ¿Qué te parece si ahora vamos a ver quién ganó el trozo de tarta?

—Yo pienso que fue Niar.

—Cuando Niar tiene hambre da más miedo que Danisha.

Esa misma tarde, después de que sus clases terminaran, Stephanie decidió que era momento de desviarse. No había probado alimento desde la noche anterior, y a decir verdad, su hambre era causada más por su ansiedad que por su mero instinto de cazar. De pronto, un claxon de auto la hizo prescindir de aquella idea.

—Hola, Stephanie.

Qué gusto le dio ver a Alejandro en su pequeño carrito destartalado.

—Pensé que no te gustaba usarlo —lo señaló.

—Y yo pensé que, como te la pasaste muy bien el día de ayer, hoy podría conseguir lo mismo. ¿Gustas que te lleve a casa? Esas nubes de tormenta no presagian nada bueno, créeme.

—¿Te das cuenta que el clima de Balefia suele ser voluble? Tendrías que llevarme todos los días a casa cada vez que llueve.

—¿Y adivina qué? Lo haría encantado.

Cuando ella entró, y por cierto, la puerta hizo un ruido espantoso, una amplia felicidad se le dibujó en su rostro. El aroma seguía estando ahí, pero al menos ahora resultaba ser un poco más tolerable.




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