—Qué estupidez —ella terminó arrugando el papel y arrojando la bola a un cesto de basura cercano, cuando el nostálgico recuerdo de Esther intentó acribillarla como cuando era pequeña. ¿Qué pasó contigo? Es una pregunta que también estaba dirigida a ella.
—¿Gusta que le ponga esa tarta para llevar?
—¿Qué demonios…? ¿Alejandro?
El muchacho estaba de pie frente a ella, tenía puesto un delantal de mesero, pantalón oscuro, zapatos de vestir y una libreta en la mano.
—¿Qué haces aquí?
—Aquí trabajo —señaló su uniforme.
Stephanie lo miró y sus ojos brillaron con un sentimiento de admiración y deseo. Lamentablemente su decisión ya estaba tomada, y había elegido el palacio sobre todas las cosas.
—Gracias, pero ya terminé. Con permiso —se levantó sin decir más.
—¿Qué te sucede? ¿Estás bien? —y aunque él intentó detenerla, Stephanie caminó hacia la puerta.
—Por supuesto que estoy bien, ¿por qué no debería estarlo?
Confundido, Alejandro se fue siguiéndola. Qué bueno que la dueña del local era una persona sumamente amable y flexible, por lo que no le reclamó nada cuando lo vio salir detrás de ella.
—¡Steph! —le gritó en medio del pequeño jardincito.
—¿Qué quieres?
—¿Te hice algo malo?
«Perdón, soy yo la que te está haciendo daño».
—Tú no me has hecho nada malo —contestó.
—¿Entonces por qué estás actuando así? Desde ayer no hice nada más que cuidarte.
—¿Y piensas objetármelo?
—¡No, desde luego que no! Mierda. No es eso lo que planeaba decirte.
—Entonces ¿por qué no me dejas de una vez?
—¿Por qué querrías que hiciera eso?
—Porque ya no quiero seguir contigo.
Las personas que entraban al local se detenían unos segundos para escuchar la discusión.
—Esto es —Alejandro se llevó las manos al rostro—, esto es absurdo.
—¿Pedirte que me dejes en paz es absurdo?
—No. Lo que es absurdo es el por qué lo estás haciendo. No tiene sentido. Steph... —caminó unos centímetros hasta ella, y si bien no quedó muy lejos, tampoco quedó tan cerca como para invadir su espacio— Desde algunos días he querido decirte que me gustas.
—¿Qué? Ni siquiera nos conocemos lo suficiente.
—Lo sé, y por eso no había querido decirte nada. Deseaba que pasaran al menos unas semanas o unos meses para decírtelo. Suena tonto, pero me gustaste desde el primer día que te vi. No estoy diciéndote que te quiero ni que te amo, pero sí siento una fuerte atracción física por ti.
—Alejandro, basta. No sigas —lo dijo con el alma.
—¿Qué hice mal?
—Nada. Tú no has hecho nada.
—¿Entonces?
—Es simplemente que no me gustas y nunca podrías ser correspondido.
—Steph… —era tarde. Ella se había ido.
La madrugada estaba acariciando cuidadosamente los restos de las copas de los árboles. Stephanie estaba sentada sobre un conjunto de hojas recién caídas, y a decir verdad, en otro momento estuviera llorando, desgraciadamente Danisha no estaba ahí para acurrucar su mejilla sobre el hombro de su amiga y hablar de sus problemas hasta que fuera el momento de ir a clases, por lo que, sin ninguna otra alternativa, recogió su mochila del suelo y se puso en camino al instituto. Hoy llegaría temprano.
Ella se pudo imaginar mil escenarios distintos, pero ninguno como el que vio cuando llegó a la entrada del recinto estudiantil. Alejandro estaba ahí, tenía una gruesa sudadera puesta y sus mejillas estaban rojas. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí si apenas iban a dar las cinco y media de la mañana?
—Steph —se le acercó—. ¿Puedo hablar contigo?
—Te dejé las cosas muy claras ayer. No me gusta que me hostiguen.
—Te prometo que después de esto no volveré a dirigirte la palabra, si eso es lo que quieres. Suelo ser insistente en lo que me importa, pero también reconozco los límites cuando una mujer dice no.
—Tienes dos minutos.
—¿Qué te hice? ¿Qué dije? No entiendo por qué me estás sacando de tu vida. Y cualquiera que haya sido el motivo, te pido que lo hables conmigo. Te prometo que intentaré remediarlo.
—No hiciste nada. Soy yo la que no te quiero conmigo.
—Pero… Espera, caminas muy rápido. Steph… —y entonces sucedió; él la volvió a tocar.
—¡Te dije que te alejes de mí!
—Tranquila, tranquila. No fue mi intención.
—Te ha dicho que te alejes de ella. ¿Quieres que yo te lo explique de otra forma? —Steve lo sujetó del cuello mientras lo sometía contra una de las paredes. Atrás estaba Niar, Alexa y Danisha.
—Oye, oye, bájalo. Yo creo que lo ha entendido —Alexa se paró detrás del vampiro y lo sujetó de la sudadera.
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Editado: 07.05.2024