MIÉRCOLES
Las luces de la biblioteca se encendieron apenas los sintieron entrar. ¿Por qué estaban apagadas? ¿Acaso nadie visitaba la biblioteca central —y única— de Balefia? Pues al parecer no.
Cuando la encargada entró, se vio en la penosa necesidad de pensar que a partir de ese día tendría, obligatoriamente, que pasar un trapo limpiador con un poco de desinfectante y quitar el polvo de cada uno de los estantes. Sin embargo, ella misma se recordó la razón por la que había dejado de hacerlo desde hace ya varios años.
—Es muy extraño que un joven de tu edad nos visite. ¿No tienes internet en casa?
—Desgraciadamente no puedo darme ese lujo. Yo mismo me costeo los estudios.
La mujer no le creyó, pero le dio igual. Él había venido por un libro y quién era ella para negárselo.
—Aquí están —colocó sobre la polvorienta mesa al menos siete ejemplares gordos, pesados y sucios, muy sucios—. Todos estos libros hablan sobre la historia, documentación, presidentes y habitantes de Balefia. Y estos de aquí, hablan de toda la provincia de Nueva Lenoa. ¿Algo más en lo que te pueda ayudar, cariño? —le fingió una sonrisa. Seguramente estaba ansiosa de que el muchacho la dejara en paz y así ella pudiera regresar a su crucigrama del periódico.
—Esto está bien. ¿Podría facilitarme alguna tarjeta para poder llevármelos a casa? Es que los necesito para una tarea.
—No damos tarjetas.
—¿Entonces cómo me los puedo llevar?
—Así, sin más.
—Ah, ¿segura?
—Querido, si los libros desaparecen a nadie le importaría. No es como que si decides quedártelos un policía acudirá a tu casa y te arrestará por el crimen.
—Está bien. ¡Gracias!
Y entonces se fue.
Aquella tarde, Alejandro se la pasó encerrado en su casa después de su trabajo en la cafetería. Necesitaba realizar un ensayo sobre un acontecimiento importante que hubiera marcado la historia de Balefia, y debido a que no estaba tan familiarizado con el pueblo, su única opción fue acudir a la biblioteca y pedir todos los libros que hablasen sobre Nueva Lenoa.
Estaba cansado, se sirvió una considerable taza de café y volvió a sentarse en el balcón de su casa. Con los libros extendidos, los pies descalzos y un sentimiento de añoranza que le llenaba el pecho, no le quedó más que comenzar a leer.
Fue pasando hoja por hoja, leyendo palabra por palabra, viendo imagen por imagen, hasta que un especial apartado llamó por completo su atención.
—Guillermo Salamón gana medalla a mejor Erradicador de criaturas infernales… —y casi tuvo que contener el asco cuando las siguientes páginas le mostraron horribles fotografías.
¿Qué significaba ser un Erradicador en Balefia? Pues por las terribles imágenes que le siguieron al título principal, se le podía considerar básicamente como un cazador antinatural.
Alejandro se quedó consternado, y hasta cierto punto traumatizado. Aquellas imágenes iban desde mujeres decapitadas, cuerpos desnudos que habían sido desollados, cuerpos colgados y cuerpos que eran arrastrados por carretas en movimiento mientras eran picoteados con lanzas y apedreados. La descripción tampoco dejaba de ser tosca, pues especificaba perfectamente que aquellas criaturas eran brujas, brujos, ninfas, duendes y vampiros.
El muchacho cerró el libro. Se rehusaba a seguir leyendo semejante barbarie. Qué horror, qué horror de verdad que mientras aquel hombre se festejaba como un Dios, la gente aplaudiera sus crímenes. Porque eso eran, unos crímenes contra personas que ni siquiera él tenía derecho de juzgar, mucho menos de aquella manera tan cruel e inhumana.
La noche había traído las horas más pesadas, y después se vino la madrugada. Alejandro seguía en vilo, no había podido dormir y el trabajo, que por cierto aún no había hecho, le lanzaba una clara amenaza de reprobar. No le quedó más; se sacudió las manos, volvió a tomar café y retomó el capítulo en el que se había quedado.
En las siguientes dos páginas, Guillermo Salamón posaba para una fotografía en blanco y negro. El reportaje había sido extraído de un diario local de aquella época. El hombre estaba de pie, enfundado en unas gruesas botas de piel de oso y una cazadora de lobo; en una mano tenía una ballesta, y en la otra, la cabeza cercenada de un hombre.
El documento decía que se trataba de un “trofeo”, sí, así decía, la cabeza de un peligroso vampiro que Guillermo había atrapado y asesinado antes de que éste devorara a los niños del pueblo. Sin embargo, lo verdaderamente descabellado y loco, fue cuando el documental se extendió a una entrevista en la que el Erradicador aseguraba haber encontrado una puerta hacia otro mundo, una grieta que llevaba a los humanos hacia una dimensión de horrores. Guillermo confesaba no haber podido entrar, sin embargo, señaló haber visto entrar a su líder. Dijo que era un hombre de imponente porte, gigante, con dos colmillos sumamente grandes y que venía con la idea de destrozar al mundo tal y como se conocía. Pero cuando las personas, los reporteros y cazadores de tesoros decidieron adentrarse por el mismo camino que aquel hombre describió en un boceto hablado, nadie pudo llegar ahí. Todos, o se perdían, o morían en el intento. Después de un tiempo los humanos dejaron de intentarlo y poco después a ese lugar se le llamó Las Ascuas de Quitakram. Tal vez porque ascuas quiere decir materia candente por la acción del fuego. Pongámoslo en el término: PELIGROSO.
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Editado: 07.05.2024