VIERNES
—¡Profe, profe! ¡No se vaya!
—Aléjate de mí, Alejandro, no quiero volver a ser el responsable de que te vuelvas a desmayar.
Alejandro corría detrás del hombre. Llevando un paraguas en la mano derecha, y en la otra su mochila para que no se mojara, logró alcanzarlo en la parada de autobús. Aquel día llovía a torrenciales, y aquello era una muy clara señal de que las mañanas volverían a encapotarse. Quizá ahora que no había sol, Stephanie regresaba.
—Profe, de verdad aún tengo muchas preguntas que quiero hacerle.
—Para eso está el internet, muchacho.
—No dispongo de internet y los libros que me prestó la bibliotecaria no resuelven todas mis dudas. Usted es el único que puede ayudarme.
El hombre miró su reloj. Sabía que el autobús no pasaría pronto y por ende el chico no dejaría de joderlo.
—Está bien. Vamos a la cafetería de aquí cerca.
—¿Una cafetería?
—No te llevaré a mi casa, Alejandro, ni lo sueñes. Vamos, camina, camina.
Una vez dentro del establecimiento, el joven se sentó frente a él, se sacudió el cabello y abrió una pequeña libreta en la que había un par de preguntas.
—Ahora sí, ¿qué quieres saber?
—Aquel día que tuvimos esa conversación, usted mencionó a Guillermo Salamón, y no creo que lo haya hecho solo porque vio su nombre en mi ensayo. En realidad, ¿quién era ese hombre?
—Su verdadero nombre era Emilio Guillermo Salamón, y como tú mismo lo plasmaste, era un Erradicador. Se dedicaba a cazar y asesinar criaturas sobrenaturales, o al menos las que él consideraba que debían morir.
—Por lo que veo, a usted no le agrada ese hombre, ¿verdad?
—Estudié toda mi vida para convertirme en profesor de Historia; me sé de memoria todos los acontecimientos de la Vieja Balefia, y yo, más que nadie, puedo decirte que ese hombre era un sinvergüenza asesino narcisista y farsante.
»Le vendió al pueblo una imagen completamente errónea de las criaturas sobrenaturales, y los colocó como algo peligroso, cuando en realidad no todos eran así. Asesinó mujeres llamándolas brujas, asesinó vampiros tildándolos de destructores, asesinó gente con una genética diferente alegando que eran duendes o criaturas demoniacas que matarían en cuanto tuviesen la oportunidad. Él se presentó como un salvador, cuando en realidad alguien debía salvar a Balefia de él. Volvió a la gente cruel, imbécil y ciega. Si un niño nacía con una deformidad física, exigía que lo matasen; si un animal nacía con un ojo de más, exigía que lo matasen; si una mujer practicaba los remedios herbolarios, exigía que la matasen; si un hombre tenía colmillos más grandes que el resto de personas, exigía que lo matasen. Guillermo Salamón era un monstruo.
—¿Y qué pasó con él?
—Lo asesinaron.
—¿De verdad? ¿Quién?
—Nunca se supo. Incluso hoy hasta la fecha, sigue siendo un misterio. Una mañana, su cadáver fue encontrado colgando en el asta de la plaza principal; tenía señales de tortura y le faltaba la cabeza, pero esa nunca se encontró.
—Qué horror.
—¿Horror? Horror fue lo que ese hombre causó durante tres décadas enteras. Los niños se la pasaban andando por las calles llevando rifles de juguete mientras actuaban como él, las mujeres estaban enamoradas de él, e incluso los hombres querían ser como él. Envenenó a un pueblo entero.
—¿Usted quién cree que lo mató?
El hombre sonríe, y es una sonrisa tan discreta que ni siquiera Alejandro puede verla.
—El mitológico vampiro. Hécate Magnus.
LUNES
Cuando Stephanie abrió los ojos, ya estaba en casa. Sintiendo la oscuridad que envolvía el lugar, dejó escapar un suspiro tan fuerte que incluso las cortinas cerca de ella se movieron un poco. Había amanecido, ella había regresado de Vermont y ahora debía marcharse al instituto.
Caminó como cualquier persona común, saludó a su vecina y esta vez se animó a acariciar el maldito Pomerania travieso que no dejaba de escabullirse en su sala.
—Bien jóvenes, guarden silencio —la profesora de química se puso al frente del salón, llevando consigo una larga lista de asistencia, pues hoy les tocaría recibir prácticas en el laboratorio. Lo único que Stephanie deseaba, y Alexa también, era no tener que diseccionar alguna rana o algún feto de animal—. Esta vez trabajarán en parejas. La lista es la siguiente.
Pero mientras mencionaba cada uno de los nombres, la puerta se abrió de golpe, y un Alejandro engullido en unas ostentosas ojeras y un cansancio formidable, se recargó en el umbral.
—Joven Russel, llega tarde.
—Lo lamento, anoche no pude dormir. ¿Me permitiría entrar?
—Que no vuelva a repetirse —y acto seguido bajó la mirada hacia el papel que sostenía—. Su pareja va a ser la señorita Anderson. Por favor, tome asiento con ella.
De un momento a otro, todas las miradas recayeron en Steph.
Stephanie se removió incómoda mientras el chico tomaba su asiento a su lado, se quitaba la mochila y montaba sus libros sobre la mesa especial de acero.
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Editado: 07.05.2024