—Te besaría cada jodido segundo del día. Te besaré hasta que me quede sin aliento, hasta que las estrellas caigan de los cielos y hasta que tú me lo permitas. Me gustas, me encantas, me vuelves loco.
—Alejandro —Steph se rió a carcajadas—, estás loco.
—Es la primera vez que experimento locura.
—¿No te habías enamorado antes?
—No con la misma pasión que tengo contigo.
Pero entonces el fuerte ventarrón sacudió con ímpetu los árboles, deformó sus copas y quebró muchas de sus ramas. La desgracia estaba a punto de desencadenarse.
«Estás en problemas. Tienes que huir». El susurro de aquella misma voz fantasmal que ya antes le había hablado, la hizo alejarse bruscamente del muchacho y concentrar en un aroma que se desplegó como pólvora en el bosque.
—¿Qué pasa?
—Perdóname, perdóname por favor.
—¿Por qué?
—Por lo que vas a presenciar.
El firmamento se burló con fuertes rayos de lumbre que parecían partirlo a la mitad, el suelo se levantó y el polvo de la tierra se convirtió en remolinos que bailaron alrededor de ellos. Era todo una infernal locura.
—Ponte detrás de mí y no te muevas.
—¿Qué está pasando?
—Son kaenodos.
—¿Qué cosa es un kaenodo?
«Vienen a matarte. Vas a tener que pelear».
Dos figuras humanoides salieron del interior de los árboles, y a pesar de que el viento agitaba sus túnicas, Steph pudo distinguir algunas cicatrices en sus rostros. Era una mujer y un hombre de narices puntiagudas y ojos rojos.
—Princesa. La futura Mandata de la tierra de la muerte.
Los viejos recuerdos la hicieron apretarse el collar que colgaba de su cuello, y en el cual esperaría encontrar valor.
«Vienen a matarte. Vas a tener que pelear». Se repitieron las palabras.
—No sé de qué están hablando.
—Sí lo sabes. Esa tierra nos arrojó como desechos, nos arrojó a una vida que aún no hemos podido enfrentar. Hemos pasado hambre, odio; hemos tenido que soportar a los cazadores, y hemos visto a nuestros compañeros ser destrozados.
—El palacio tiene que caer —el hombre de su lado se unió a ella.
—El palacio tiene que caer.
—El palacio tiene que caer.
—Ambos son kaenodos, así que por algo han sido exiliados de las tierras mortuanias. No soy la persona que ustedes están buscando, eso se los puedo asegurar.
—No eres humana.
—Sí lo soy —Stephanie trató de convencerse a sí misma más que a ellos.
—Tú no eres humano, pero… —el vampiro respiró el viento—, el chico que se encuentra detrás de ella, sí lo es.
—No se les ocurra tocarlo.
—El palacio tiene que caer.
—El palacio tiene que caer.
De pronto, dos figuras espectrales aparecieron a su lado. La ayuda había llegado; pues Steve y Danisha estarían al pie de la batalla con ella.
—Stephanie, llévate a Alejandro lejos de aquí.
El muchacho la miraba con terror, un inmenso terror que ni siquiera intentó ocultar en sus ojos, o en sus labios que temblaban.
—No me mires así, por favor. Te explicaré todo, te lo prometo, pero ahora tengo que sacarte de aquí o te van a matar —Stephanie lo sujetó de la camisa, y como si no pesara absolutamente nada, lo subió a su espalda como había aprendido a cargar a Alexa en el pasado. Entonces echó a correr por el bosque.
El cuerpo del chico se agitaba, gemía cada vez que una rama lo golpeaba en la cara, pues a diferencia de ella, él no podía esquivar las cosas que indudablemente lo lastimarían. Stephanie había logrado correr varios metros hacia una de las tantas salidas del bosque, pero cuando recuperó el aliento para poder hablar con él, un golpe estrepitosamente infernal la lanzó contra un árbol. Alejandro gritó cuando su peso cayó sobre su brazo, y aunque Stephanie se levantó para poder auxiliarlo, tres figuras más abandonaron el anonimato de los árboles para plantarse frente a ella. Esta vez eran tres hombres.
A lo lejos, el campo de batalla estaba totalmente encendido. Los gritos de Danisha reverberaban por todos los senderos y los alaridos de Steve estallaban como luces en el cielo.
—¿Vas a alguna parte, princesa mortuania?
—¡Aléjense! No quiero pelear.
—No hemos venido a pelear. Venimos a matarte.
Pero cuando intentaron acercarse, todo explotó. Stephanie lanzó un sonoro rugido y acto seguido dejó a la vista aquel amedrentador conjunto de cuatro colmillos que la hacían diferente en el mundo de los vampiros.
—¡Atáquenla!
Danisha y Steve llegaron en el mejor momento, pues antes de que los tres kaenodos pudieran lastimarla, sus amigos se interpusieron entre ellos. Aquella pelea se volvió una tremenda masacre sanguinaria y mortal que indudablemente terminaría con la existencia de alguno de los bandos.
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Editado: 07.05.2024