Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 19. Un poder casi indomable (Parte 3)

Regresó feliz, dichosa y dando algunos saltitos sobre las baldosas de la calle. Qué bueno que aquella noche no había hombres malos que pudieran turbar su calma; solo era ella, ella y ella en su pequeña burbuja de felicidad.

Pero de pronto, un estrepitoso rugido se abrió camino en su pecho. Alguien estaba en su casa, y no solo era una persona, eran seis.

—¿Es en serio? ¿En dónde estabas? —Danisha se cruzó de brazos.

El don de los dúrkeles no solo era una gran ayuda, pues también a veces solía convertirse en una gran molestia.

—¿Vamos a tener de nuevo esta conversación? —Steph se irguió, altivó el mentón y esperó a que ellos le gritaran todo lo que tenían qué decirle, pues esta vez estaba dispuesta a pelear por lo que deseaba.

—No lo sé, dímelo tú. ¿Prefieres tener esta misma conversación, o, disculparte?

—¿Disculparme? ¿Disculparme por qué?

—Por ponernos a todos en riesgo.

—No me lamento de nada, si esa es la respuesta que esperabas.

—¡Oh! ¡Igualada!

—Stephanie —la voz ronca de Steve resonó detrás de ella, y entonces supo que la verdadera disputa estaba a punto de comenzar—. Estás cometiendo una estupidez.

—La mejor que he cometido en toda mi vida, querido amigo.

—¡Alexa, dile algo!

—Que la magia te acompañe y proteja, y si no puede hacerlo, yo pelearé a tu lado.

Danisha y Steve se quedaron con la boca abierta, Stephanie sonrió y corrió a estrujarla entre sus brazos.

—Gracias, gracias.

—Alexa, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo?

La wicca levantó su mano, callando las protestas innecesarias, y cuando lo hizo, su larga túnica morada se deslizó por sus brazos y se acentuó en su regazo.

—Si se lo volvemos a prohibir, no servirá de nada, saldrá corriendo detrás de él como ya lo ha hecho. Pero, si comprendemos el amor que ella siente, las guerras dolerán menos.

—Alexa…

—Silencio. Recitaré la paremia de origen bíblico: aquel que esté libre de todo pecado, que arroje la primera piedra. Y si no tienen el valor de hacerlo, entonces mantengan la boca cerrada. ¿Entendieron?

—Sí, Alexa —Steve y Danisha bajaron la cabeza.

—Si de algo te sirve —Derek y Edwin se acercaron a ella—, nosotros cuidaremos de él cuando tú no puedas hacerlo.

—¿Qué hice para merecerlos? —pero cuando Stephanie los envolvió entre sus brazos, los dos chicos no pudieron evitar lanzar un alarido de dolor—. Perdón, perdón, olvidé que no tienen mi fuerza.

—Me sacó el aire.

—Steve —Stephanie lo intentó una vez más—, ¿por qué no confías en él?

—No es él quien me preocupa. Si alguno de los Pulcros te ve con él, ¿qué crees que te pase? No quiero verte en la guillotina o en el fuego.

—No necesariamente se tienen que enterar —Derek salió a su defensa—. Es arriesgado lo que voy a proponer, pero puede que funcione. Los colmilludos esos vienen cada mes, ¿no? Stephanie podría alejarse de Alejandro cada vez que los Pulcros vengan a vigilarla.

—Danisha —Steph le tomó las manos—. Tú me entiendes perfectamente. Tú también estuviste enamorada.

—¿Y cómo resultó? Yo lo metí a él y a Scott en nuestras vidas, y mira cómo terminamos. ¿Y ellos qué? ¿Dónde están, Stephanie? Nos dejaron solas, se fueron y ni siquiera nos dieron una explicación de lo que pasó. Cada mañana que la luz acaricia el horizonte pienso en él, en lo estúpida que fui y en lo estúpida que sigo siendo porque aun espero su regreso. Quiero odiarlo, quiero detestarlo, pero lo único que pienso cuando lo pienso a él, es en lo mucho que me gustaría que regresara.

Steph abrazó a su amiga y de la nada Steve se anexó a dicho gesto.

—Todo me parece bien —exclamó el vampiro—. Solo hay que tener cuidado con una cosa.

—¿Con cuál?

—Selem.

—Siempre me pareció sospechosa su actitud —Dani se apartó del abrazo—. No me sorprendería que intentara hacer algo para que Stephanie no se convierta en la Mandata del palacio.

—Que lo intente y te juro que se arrepentirá el resto de su existencia.

Resumiremos los siguientes días en las palabras más breves que puedan existir, y sí, es verdad que algunas cosas cambiaron, pero siempre lo hicieron para bien, pues los muchachos, y por muchachos me he de referir a la pandilla diversa de dúrkeles, wiccas, vampiros y humanos que hacían el círculo de amigos de Stephanie, pues aprendieron a ver a Alejandro no como un enemigo, mucho menos como una mascota, sino más bien como un semejante, un amigo y compañero que a partir de aquel día comenzaría a rescribir su historia con ellos.

La última línea de asientos en el salón ahora ya no tenía siete, sino ocho pupitres que albergarían un gran barullo de risas, bromas, quejas, amenazas e historias; como por ejemplo la historia que se escondía detrás de los collares que Steve, Stephanie, Danisha y Alexa cargaban siempre, ya que su aroma era tan infernal que si no los seguían portando, terminarían matándose entre ellos.




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