Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 20. El vampiro que se transformó en leyenda (Parte 1)

Cuando ella terminó de atravesar el enorme puente de madera que llegaba hasta la entrada de Mortum, sus zapatos estaban cubiertos por pequeñas gotitas que el mar salpicaba debajo de las tablas. Aquel día Stephanie prefirió visitar el palacio en completa soledad. Los demás habían preferido quedarse en la casa de Alejandro viendo una película de terror, y ella lo vio más bien como la oportunidad perfecta para contarle a la Mandata que por fin había logrado despertar su poder, así como también hablarle sobre la increíble aparición que Zacarías Carpathia había hecho en pleno campo de batalla.

—Buenos días, señorita Stephanie.

—Buenos días, señorita.

—Señorita, qué gusto verla por aquí.

Y así siguieron los saludos de bienvenida cada vez que ella se encontraba con algún vampiro mortuanio. Por supuesto que Steph correspondió a cada uno de ellos con una inmensa sonrisa en el rostro que delataba su felicidad.

Y cuando por fin consiguió entrar en el castillo, tuvo la sorpresa de encontrarse directamente con el Cazador de las Altas Mareas que hace un tiempo intentó degollarla, pero que ahora la saludaba con un profundo respeto y una reverencia.

—Bruce, ¿no sabe si la Mandata se encuentra en su salón?

—Mi señora está hablando con Selem.

—Perfecto, dos pájaros de un tiro.

Ella se apresuró a subir las escaleras hasta el balcón real y entrar sin antes haber llamado a la puerta, algo que indudablemente molestó a Selem, pero que a Märah le regresó años de vida.

—Stephanie, querida, qué gusto que hayas venido.

—Espero que esa sonrisa no cambie cuando escuches lo que voy a decirte.

—¿Es algo malo? —la mujer se llevó las manos al pecho.

—Depende de cómo lo quieras tomar.

—Pensé que no te gustaba estar en el palacio porque te sentías hostigada —la Pulcra se cruzó de brazos.

—Yo dije que tú me hostigabas. Pensé que los vampiros teníamos muy buenos oídos, pero me acabas de demostrar que no es así.

—Estaba en una importante reunión con la Mandata, así que me disculparás pero tienes que retirarte.

—Señora —Stephanie la ignoró y se concentró en su superiora—, me complace anunciarle que por fin he despertado el poder de mis ojos.

—Imposible —Selem retrocedió un par de centímetros.

—¡Eso es genial, Stephanie!

—Y no solo eso, recibí un beso en la frente de Zacarías Carpathia.

—¡¿Zacarías!? —los ojos de Märah se llenaron de gozo.

—Eso es imposible —espetó Selem—. El primer Mandato murió hace mucho tiempo. Tienes que estar mintiendo.

—Me atacaron varios vampiros, y todos ellos eran kaenodos.

—¿Te atacaron kaenodos? Pensé que a los kaenodos los tendrías controlados, Selem.

—Es imposible que controle a la mayoría de ellos.

—Y espero que para la siguiente vez los controles mejor antes de que me pongan a mí y a mis amigos en peligro, porque si sobrevivo, vendré yo personalmente a arrancarte la cabeza.

Selem rugió y dejó a la vista su perfecto par de colmillos blancos.

—Basta, Selem —Märah golpeó el reposabrazos de su trono con la mano, lo que causó un movimiento brusco en todo el salón—. Selem, ¿podrías hacerme el favor de salir? Necesito hablar con Stephanie a solas.

La vampira se caló la capucha de su túnica, dejó caer sus brazos y avanzó tajante a la puerta. Si tan solo sus ojos hubiesen podido lanzar fuego, Stephanie ya estaría envuelta en llamas.

—¿Viste a Zacarías? —la Mandata retomó la conversación.

—No. Yo no recuerdo mucho de aquella noche y solo le digo lo que me contaron Steve y Danisha.

—¿Ellos estaban contigo?

—Nunca me abandonaron. Märah, ¿crees que algún día lo vuelva a ver.

—No cariño. Lo que se te apareció era en realidad el fantasma de su poder. Cuando un vampiro, desaparece, no queda nada.

—¿No tenemos alma?

—Solo somos cuerpos. Cuando te conviertes en vampiro, lo pierdes todo.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sabes que me encanta que preguntes.

—¿Quién era Guillermo Salamón?

La rapidez con la que Märah se puso de pie resultó ciertamente escalofriante. La mujer sujetó la amplia falda de su vestido y se acercó al enorme ventanal.

—¿Quién te habló de él?

—Encontré un poco de información en algunos libros —mintió.

Märah cierra los ojos, y al hacerlo es como si los recuerdos de aquel año regresaran a su presente.

Emilio Guillermo Salamón nació en Balefia en 1924 y no fue hasta casi doce años después que tuvo su primera experiencia con los arcos y flechas de su padre, aquellas mismas que el hombre solía utilizar para cazar y despedazar animales en los bosques. Guillermo creció envuelto en todo este mundo, una vida en la que desollar un cuerpo animal era lo más común de sus mañanas, sin embargo, su verdadero interés fue cuando una muchacha de su barrio de nombre Katrina Barju fue acusada por los lugareños de practicar brujería.




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