No dejó de ver la pequeña lucecita blanca y brillante que centellaba en el firmamento oscuro y casi plomizo. Aquello le pareció un acontecimiento ciertamente desconcertante y poco ocurrido, lo que sin duda le repartió unas gigantescas ganas de preguntar: cuando un Mandato iba a carecer de su existencia, ¿las estrellas eran las encargadas de dar señales? Sin embargo, no pudo hacerlo por dos únicas razones. Una, no había a quién preguntárselo, pues nadie de por ahí cerca había vivido más tiempo que él. Y segundo, su mejor amigo, jefe y salvador se hallaba agonizando en sus aposentos.
Poliska, la bruja del palacio ya se había internado en las habitaciones para verlo y valorar su estado. Pero después de pasar un par de plantas medicinales y vapores de contención sobre él, dio la peor de las noticias. El Mandato iba a perecer esa misma noche, y nadie podría hacer algo para evitarlo.
Märah estaba con él. Arrodillada al borde de la cama le sujetaba la mano mientras lo contemplaba fijamente. Nunca existió una Legarreth, pues aquella mujer mítica de los vampiros, la vampiresa de los Altos Mandos y la mujer que se convirtió en la primera Mandata en gobernar el sexto reino siempre fue Anetta Märah Roximén.
—Te dije que no la utilizaras. La Gran Magia es muy fuerte, y mira cómo has terminado.
—Bruce, te he apreciado mucho desde que te conocí, pero hoy no estoy de humor para tus sermones. Déjame morir tranquilo.
—Serás imbécil.
—Un imbécil hasta la muerte —pero cuando Magnus intentó sonreírle, un terrible escalofrío sacudió su cuerpo—. Qué terrible me siento, no quiero imaginar lo que me aguarda en el infierno.
—Deja de hablar o te causarás más daño.
—Anetta —el Mandato le acarició su rostro—. Perdonadme por el enorme peso que dejaré en tus hombros, pero como muchas veces ya te lo había mencionado, siempre vi en ti a una espléndida sucesora mía.
—Te veo muy convencido, espero no decepcionarte.
—Yo sé que no lo harás, mi espíritu libre. Yo también representaba una decepción, y miradme ahora, entregado a la extinción total por algo que me enorgullece y repetiría sin dudarlo.
Magnus estaba trágicamente agotado, pues con cada segundo que transcurría, sus extremidades se reducían a un polvo blanquecino que se desaparecía en el viento.
Kharo también estaba ahí, sosteniendo una bandeja con una gran copa de oro que contenía un poco de sangre fresca, quizá la sangre de algún ladrón gernardo.
Los minutos pasaron, todos estaban en silencio y viendo como el sumo Monarca se retorcía de dolor entre las sábanas. Finalmente, a las dos quince de la madrugada, Magnus se quedó quieto, aferrado a la mano de Anetta y desapareciendo entre pequeñas ventiscas de viento que se llevaban el polvo de sus restos. A las dos con diecisiete minutos, la cama estaba oficialmente vacía. El gran Hécate Magnus, la leyenda de los vampiros y el segundo Mandato, había fallecido.
—¡Hécate Magnus ha muerto! ¡Hécate Magnus ha muerto!
La noticia corrió como la pólvora. Los vampiros se sintieron asustados y tristes, pues ellos mismos sabían lo que habían perdido, y el rey que nunca jamás podrían volver a recuperar.
A la mañana siguiente, y por una antigua tradición, Anetta Märah Roximén estaba siendo coronada y nombrada como nueva soberana de la tierra de la muerte. Mortum estaba cruzando su nueva era, y todo aquello apuntaba a buenos tiempos, cero guerras, cero asesinatos y cero destierros. Se suponía que todo iba bien, hasta que llegó el peligro de los Pulcros, y por peligro me he de referir a Selem y su bien gobernada horda de vampiros.
Rememoremos en el pedazo justo en el que Märah se quedó cuando contó aquella primera historia interesante, aquella en la que les hizo creer la existencia de una mujer llamada Legarreth. Pues si mal no lo recuerdo, Märah narró la historia de cómo es que había encontrado a dos niños en la provincia de Bertucio, cómo los convirtió y cómo los llevó al palacio para que Poliska se encargara de ellos.
Pues bien, esos niños son en realidad hijos adoptivos de nuestra soberana. Dos niños que crecieron más rápido que las plantas y más letales que un oso hambriento, pero que sin duda, y por alguna extraña coincidencia, heredarían de Magnus el valor del sacrificio.
Esos niños, hoy en día se llaman Scott y Kerry Roximén.
Un día, después de todos estos acontecimientos que he mencionado, la Mandata pidió tener una junta de suma importancia. En ella se encontraron los seis Pulcros, sus adorados dos hijos, el Cazador de las Altas Mareas y Kharo, a quien estarían vigilando muy de cerca por su gran habilidad para controlar los recuerdos de los demás.
—¿A qué debemos esta repentina reunión, Mandata? —Alabaster terminó de afilarse las uñas.
—He de agradecerles por vuestro tiempo, pero yo creo que en esta junta se tratará un tema que nos concierne a todos.
Y cuando levantó su mano izquierda, la sorpresa fue evidente en los rostros de los presentes. Un enorme y largo trozo de piel se había levantado de la reina.
—¿Alguien escuchó qué significa esto? —preguntó.
—El heraldo de la muerte.
—Así es, Kaín. Estos fueron los comienzos del segundo Mandato Hécate Magnus justo antes de morir, y hay incluso quienes dicen que ocurrió exactamente lo mismo con el primer Mandato.
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Editado: 07.05.2024