Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

Cap. 26. El cultivo de inquietud fue sembrado (Parte 3)

¿Recuerdan también lo obstinado que resultaba ser Hécate Magnus cuando se aferraba a algo? Pues Märah también tenía lo suyo, y lo había aprendido de él.

—La goleta ya está lista para zarpar, señora.

—Perfecto. Bruce, ¿te aseguraste de que nadie sepa sobre esto?

—Le aseguro que nadie dará anticipo de nuestro viaje, mi señora. Solo Kharo y yo que iremos con usted.

—Muchas gracias.

El Cazador de las Altas Mareas se puso al frente de los remos mientras Kharo y la Mandata yacían sentadas en la popa del pequeño barco que hacía su mayor esfuerzo por mantenerse a flote, y vaya que era una tarea altamente difícil, pues las corrientes solían esconder pequeños remolinos que, según las viejas historias de los marinos, solían volcar y tragarse los botes. Qué fortuna que ese día no hubo semejantes tragedias y los tres tripulantes pudieron llegar a salvo a su destino.

El sonido suave y armonioso de una flauta se elevó y adquirió potencia sobre el horizonte de tierra. Seguramente eran las canciones que los Farkas solían tocar para que sus lobos se mantuvieran serenos.

En cuanto la Reina arribó a sus cimientos, los hombres y las pocas mujeres que se encontraban por ahí no pudieron evitar observar con cierta curiosidad y asombro a la hermosa e imponente mujer de vestido largo.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —se preguntaban las ancianas de mayor edad, pues bien pudieron reconocer que aquella enigmática criatura era en realidad la Mandata de un reino aparentemente enemigo. Y digo enemigo porque recuerden que algunos vampiros suelen alimentarse de la sangre de los lobos.

Märah levantó su mano derecha en muestra de paz.

Alrededor de ella y de sus acompañantes rápidamente se comenzaron a reunir diferentes hombres, mujeres y niños de piel morena y blanca, vestidos con pieles marrones y con sus rostros pintados con diferentes símbolos y letras que mostraban el respeto y el amor por su pueblo.

Los Farkas descendían de los lobos, y aunque como el resto de los reinos, seguían teniendo una apariencia humana, el resto del Otro Mundo los consideraba unas imponentes bestias salvajes, capaces de atacar y destruir cualquier cosa que amenazara a su hogar.

—He venido a ver a la Emperatriz Yako.

—¿Quién la demanda? —preguntó uno de los corpulentos guardias.

Los Farkas también tenían colmillos, pero a diferencia de los vampiros, estos solían verse un poco más caninos.

—La Monarca del Sexto Reino…

—Tercera Mandata —una voz firme, dura, gruesa y áspera resonó antes de que ella pudiera terminar.

La gran emperatriz de los Farkas apareció. Aquella misma mujer rubia que se hallaba inmortalizada en las pinturas de Mortum había salido de su enorme tipi tradicional, y cuando lo hizo, todos los Farkas que se hallaban ahí cerca, se arrodillaron en su recibimiento.

—Espero que no traigas contigo un aviso de guerra —la loba se mostró hostil, pero cuando vio a la Reina de la muerte bajar la cabeza, su semblante cambió.

—He venido con la única intención de arrodillarme ante ti y pedirte que me concedas una entrevista con la mayor de tus wiccas.

—No hasta que escuche para qué has venido.

—Mi tierra está a punto de ser devastada, y para frenar un poco de aquella temible devastación, he ideado un plan en el que la mayor participación la tendrán ustedes.

—¿Qué es?

—Quiero un hechizo de sellamiento.

—¿Con quién planeas usarlo?

—Tú los conoces. Son Scott y Kerry.

A partir de ahí, el asedio de la Reina Farka se rompió por completo.

—Traigan a Saravasti —ordenó.

Casi de inmediato dos enormes lobos ancianos caminaron entre las hierbas y reposaron frente a la Mandata y sus acompañantes. Detrás de ellos caminaba la gran jefa de las wiccas lobunas. Anteriormente Märah le había mencionado a Alexa que gran parte de su aquelarre se hallaba viviendo en el quinto reino, pero nunca le mencionó que aquella mujer de nombre Saravasti había sido el mayor ejemplo de su abuela para el control de los cuatro elementos.

Saravasti era una anciana de ciento quince años, que a diferencia de los vampiros, vivía y representaba todos esos años. La wicca tenía el cabello larguísimo y totalmente blanco, su piel estaba arrugada, tenía docenas de verrugas en la cara y manchitas en sus manos, la piel de los brazos le colgaba y su boca casi estaba mellada. Pero, ¿qué significaba Saravasti para el resto de los Farkas y el resto de las wiccas que vivían con ella? Una imponente y poderosa wicca que lograba tener control absoluto de la naturaleza y de los viejos encantamientos, pero que por su edad, comenzaban a debilitarse.

El humo santo se elevó en el cielo y después se esparció por todos lados inundando la pequeña tipi elaborada con pieles de bisonte y madera. Una flauta y un tambor sonaban afuera, muy cerca de donde Bruce y Kharo esperaban el regreso de su soberana. Algunos lobos gruñían, otros aullaban, y desde luego que la mayoría de los habitantes Farkanos, ancianos sobre todo, no estaban tan contentos con su visita. Ellos decían que tener a Anetta Märah Roximén en casa auguraba la presencia de la muerte.




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