Mortum: El Palacio De Los Vampiros (libro 1)

EPÍLOGO

Él tenía los ojos vendados mientras ella lo conducía. Tomando su mano lo alentaba a seguir avanzando, y aunque estuviera en su propia casa, él no dejaba de sentirse intrigado.

—¿Ya me vas a decir a dónde me llevas?

—A las estrellas —le susurró en el oído.

—Ya Stephanie, te estoy hablando en serio.

Y en cuanto Stephanie le quitó la venda, Alejandro se frotó los ojos y concentró su mirada en la pequeña mesita de madera que ahora tenía un mantel blanco, dos copas y una pequeña cajita adornada con listones de colores.

—¿Qué es esto? ¿Has preparado la cena? —enarcó una ceja.

—Es algo mucho mejor. ¿Qué esperas? Abre tu regalo.

El muchacho se inclinó, cogió la caja y rompió todas sus envolturas hasta que de su interior sacó una bolsa especial, muy especial.

—¿Esto es lo que creo que es? ¿Es sangre?

—Así es.

—¿De dónde la has sacado?

—Mmmm, solo te diré que a veces el uniforme de las enfermeras suele ser incómodo.

—¿Te lo robaste del hospital?

—Descuida, son las bolsas que se regresan al banco de sangre.

—Pero, ¿por qué lo hiciste?

—Porque, novio mío… —Steph le quitó la bolsa de la mano, tomó las dos copas de la mesa y vertió un poco en cada una; más en la de él que en la de ella— Hoy, te daré aquello que tanto me has pedido.

—Steph —Alejandro la miró. Tenía los ojos bien abiertos—. ¿Me vas a convertir?

—Solo si tú lo sigues queriendo.

Su respuesta fue un beso, un suspiro y de nuevo un beso, una sensación que Stephanie tuvo que detener o de lo contrario arruinaría sus planes.

—¿Ya me vas a morder?

—Tranquilo. No te pienso morder aquí en la terraza.

—¿Entonces?

—Ven conmigo y lo averiguarás.

Stephanie lo llevó de la mano hasta la sala. En un rincón de ella, había varias sábanas, cojines y una cortina que colgaba como velo sobre sus cabezas. Ella lo sujetó por la cintura, lo besó y consiguió que él se recostara hasta quedar tendido sobre su cuerpo.

Sus besos viajaron arriba y abajo, sobre su cuello, sus mejillas y de nuevo en sus labios. Desabotonó los broches de su camisa y esta voló por los aires hasta caer sobre el sillón más cercano.

—Me encantas —Alejandro la sujetó del cabello mientras la miraba a los ojos—. Y no importa cuántos años tengan que pasar, yo te seguiré repitiendo lo mismo cada segundo de mi existencia.

Entre besos y caricias, sus ropas fueron desapareciendo, perdiéndose entre los sillones y los pequeños muebles de alrededor. Ambos habían quedado desnudos, jadeantes y con los ojos llenos de deseo, lastimosamente Stephanie no podía permitir que la tomara hasta que estuviera convertido en vampiro. Fue entonces que subió sobre su regazo, apoyó sus manos heladas sobre su pecho y le dio un último beso en los labios antes de descender por su cuello y morderlo.

El muchacho se retorció, gimió y gritó, y cuando Steph se irguió para limpiarse la sangre, entendió que el infierno del chico apenas comenzaba.

Lo vio retorcerse, gritar y arañarse la cara, y cuando creyó que el anequio estaba cumpliendo su función, le dio de beber de la copa hasta que sus ojos se abrieron; rojos, fuertes y hambrientos.

—¿Cómo te sientes?

Alejandro la miró, la sujetó del cuello y la atrajo hasta él en un violento golpe que la hizo sobresaltarse.

—¿Tú cómo me ves? —le acarició el labio inferior.

—Como tantas veces te había fantaseado.

—En ese caso… —se dio la vuelta, la presionó bajo su cuerpo y acarició su rostro hasta bajar a sus senos—. Quiero que esta noche te quedes quieta.

—¿Sabes qué es lo mejor?

—¿Que nadie podrá interrumpirnos?

—Exacto.

—Stephanie…

—Dime, Alejandro —suspiró ansiosa por sentir de nuevo su boca con la suya, sus manos en su piel y su ser fundiéndose con el de ella.

—Dejemos Balefia. Dejemos Mortum. Dejemos el pasado. Deja a Scott.

 

 

Continuará…

 

 




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