El viento le golpeó en el rostro y por el simple aroma pudo deducir que había un pequeño cervatillo brincando entre las rocas del bosque. Sin embargo, y debido a que el animalito era un bebé, no tuvo ninguna intención de salir corriendo y perseguirlo.
—¡Joder! —el grito de Alejandro vino desde la ventana al otro lado de la modesta casita que habían tenido la fortuna de comprar por un precio muy accesible, y gracias a que ambos habían vendido sus propiedades en Balefia.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué gritaste?
—Hay otro maldito cuervo en la ventana.
—¿Un cuervo?
—Sí, con este ya son seis los que me encuentro. ¿Qué les está pasando para venir aquí? ¿Les has dejado comida?
—No. Ni siquiera sabía que hubiera cuervos por estos rumbos.
Alejandro dejó lo que estaba haciendo, se quitó la camisa y se acercó a ella. Pretendía besarla, acariciarla y hundirse nuevamente en la cama hasta que la madrugada del día siguiente se llegara. Pero cuando le tocó una mejilla, su semblante cambió por completo.
—¿Te sientes bien? —le preguntó.
—Sí. ¿Por qué no debería estarlo?
—No lo sé. A veces…, a veces me preocupas, Steph.
—¿Por qué?
Alejandro permaneció callado, con el entrecejo fruncido y una extraña mirada.
—Hay días en los que… el tacto de tu piel se siente extraña. Es como si estuvieras… tibia, y casi podría jurar que estoy tocando a… un humano.
—¿Humano? —Stephanie soltó una sonora carcajada—. Eso sí es una ambiciosa exageración.
—No te burles, para mí esa sensación existe.
—¿Sabes qué otra cosa existe? —Steph se abrazó a su cuello.
—Me gustaría adivinarlo, pero eso nos quitaría tiempo.
—Existe una cama, allá adentro, que no utilizamos para dormir.
—Y aun no sé por qué la compramos si terminamos fornicando en cada rincón de la casa.
Pero entonces, un agrio gruñido escapó del pecho de Alejandro, desfiló por su garganta y terminó en la punta de sus dos peligrosos colmillos.
—¿Qué pasa? ¿Qué estás oliendo?
Ella se colocó detrás de él y esperó a que el aroma se acercara para atacar. Pero cuando las criaturas estuvieron lo suficientemente cerca, ella sintió el latir de un corazón perdido, de una amistad añorada y de dos mejores amigos queridos.
—¡Espera, Alejandro!
—No te acerques.
—¡Son ellos!
—¡Stephanie! —un cuerpo de bailarina salió de los árboles, brincó hasta el balcón y de inmediato se abalanzó sobre ella.
—¡Danisha! —la felicidad de Steph era inenarrable.
—¡Por fin te encontramos!
—¡Stephanie! —Steve también saltó dentro, y pronto, los tres amigos se abrazaron envueltos por un sentimiento de desmedida felicidad.
—Mírense nada más. No han cambiado nada.
—Stephanie, somos vampiros. Obviamente no íbamos a cambiar.
—Lo sé, pero… ¡Es que no puedo creer que estén aquí! Demonios, cuánto los eché de menos.
Pero más tardaron en saludarse que sus rostros en cambiar a preocupación.
—¿Sucede algo para que estén aquí?
—Steph —Dani suspiró—. Mortum se está cayendo a pedazos.
—¿Mortum? ¿A pedazos? ¿Cómo es eso?
—Nadie sabe lo que está pasando, y necesitan que tú nos ayudes.
—¿Ella? —Alejandro enarcó una ceja—. ¿No se supone que tienen a esas cosas…? ¿Cómo rayos se llamaban? Los Pulcros. Que lo solucionen ellos.
Danisha rugió, y con ello, mostró sus enormes colmillos blancos que no habían cambiado en casi una década.
—Tú no te metas. Hemos venido a hablar con ella, no contigo.
—Steph —Steve se acercó a su mejor amiga—. Scott te quiere de regreso en el palacio porque sabe que solo tú puedes ver lo que está sucediendo con Mortum.
—¿Scott? ¿De verdad? —una vez más, Alejandro se entrometió—. Ahora todo tiene sentido. ¿Tan rápido se aburrió del cargo como Mandato?
—Escúchame bien, pedazo de peste gernarda, si vuelves a… —pero la amenaza de Danisha se quedó flotando en el aire. Al no haber olor de la sangre que ella recordaba muy bien, el pánico se hizo evidente en su garganta—. ¿Por qué no hueles a sangre? Y ¿por qué no has cambiado nada?
—No puede ser —Steve la encaró—. Steph, no me digas que lo convertiste. ¡¿Lo convertiste en vampiro?!
—Yo… ah… Yo no iba a regresar a Mortum, entonces no vi ningún problema en hacerlo.
—Entonces, eso significa que no podemos regresar. A ver, veamos—Alejandro entonó una risa burlona—, si yo regreso a Mortum, los famosos Pulcros la quemarán viva, ¿no es así? Así es su forma de castigar el incumplimiento de las reglas de vampiros.
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Editado: 07.05.2024