—¿Los qué? ¿Qué me piensas hacer? —Alejandro se puso a la defensiva.
—No pienso dejarte suelto en el castillo mientras aparentas tener diecinueve años. Si hago eso, los Pulcros asesinarán a Stephanie.
—¿No se supone que eres el Vampiro Mayor? Ordena que retiren esa estúpida regla.
—No es tan fácil como piensas.
—Comprobado: eres un inútil.
—¡Alejandro! —Stephanie lo reprendió—. Obedece lo que te ha dicho y ve a la sala.
—¿Te has vuelto loca?
—¡OBEDECE! —el grito de la cuarta Mandata hizo estremecer a todo el palacio, y desde ahí quedó bastante claro quién era el verdadero poder de la muerte.
El vampiro terminó sentándose sobre una rústica silla de madera. Kharo se hallaba al frente suyo mezclando una gran cantidad de sales, hierbas y trozos sueltos de algún pobre cordero sacrificado para el ritual; cuando finalmente Scott entró a la sala, y vaya que tenía buenas noticias.
—Afortunadamente los Pulcros no se han dado cuenta de su edad.
—Menos mal, porque si lo hacían, el único que iba a terminar siendo castigado iba a ser Alejandro —Danisha le mostró sus colmillos.
—¿Qué se supone que me van a hacer?
—Te lanzaré un hechizo para que tu rostro y tu piel parezcan la de alguien mayor a los veinte años —le respondió Kharo.
—¡Ni se te ocurra! No quiero verme de mayor edad, mucho menos que me embrujen con esas cosas feas de vampiros.
—Guarda silencio. ¿No has escuchado lo peligroso que es el que te quedes así? —Alexa le lanzó un golpe en la espalda.
—No entiendo por qué los Pulcros me consideran una kaenoda —Stephanie buscó la mirada de Scott, pues necesitaba respuestas que solo él podría darle—. No quiero sonar cruel, pero, yo los defendí aquella vez que Selem atacó el palacio, ¿y ahora dicen que yo planeé asesinar a Märah? Scott, tú no habrás creído nada de eso, ¿verdad?
—¡Ja! Mi querida Stephanie —Kerry le sonrió—. Si supieras cuántas veces se peleó mi hermano con los Pulcros por defenderte, entonces nunca te hubieras ido del palacio.
—Los Pulcros creyeron lo que ellos quisieron creer —Scott desvió el tema al escuchar la afirmación de su hermano—. Y aunque las cosas hubieran sido diferentes, tú representabas un peligro para ellos.
—Entonces, ¿el que yo me fuera, les agradó?
—Me temo decirte que sí. Para ellos fue un alivio que tu poder se quedara encerrado y tú te alejaras de la sexta tierra. Lamentablemente yo me di cuenta demasiado tarde y cuando tú ya te habías ido. Si tan solo hubiera sabido la calamidad que estaban a punto de inventarse…
—¿Me hubieras detenido?
—¡¿Podrías terminar con esto pronto?! —Alejandro volvió a atraer la atención hacia él.
—Oye —Steve le gruñó—, si le vuelves a gritar, seré yo quien te arranque la cabeza. ¿Escuchaste?
—Descuida, ya no falta mucho —y con un gesto de dulce venganza, Kharo sopló algunos polvos sobre el rostro del muchacho que comenzó a toser y quejarse.
—¿Que no se supone que eso iba sobre su cuerpo?
—¿Sí? Mmmm, lo olvidé.
La piel de Alejandro fue cambiando, sus facciones se volvieron más gruesas, sus hombros crecieron y su voz se tornó un poco más profunda. Al final, quedó el mismo chico, solo que a diferencia del de antes, este aparentaba haber llegado a los veinticinco años de edad.
—Esta transformación va a durarte todo el tiempo que no salgas del Otro Mundo.
—Qué bueno, porque no pienso quedarme muchos días.
—¿Mandato? —alguien tocó la puerta, y cuando todos se giraron para inspeccionar de quien se trataba, una amplia sonrisa figuró en sus labios al reconocer a Bruce—. He traído lo que me pidió.
El enorme Cazador de las Altas Mareas entró llevando consigo una pequeña cajita de oro que Stephanie reconocía perfectamente, pues fue en aquel contenedor que Scott encerró el poder tan abismal que Zacarías Carpathia le había heredado.
Scott se acercó a él, se quitó los guantes, abrió la caja, murmuró algunas palabras en Aterkano y finalmente un extraño humo blanco salió y se extendió por toda la habitación.
—Ven aquí, Stephanie —el rey colocó sus manos sobre los ojos de ella, y cuando las retiró, el poder volvió a recorrer nuevamente todo su cuerpo. Sus dos colmillos extras volvieron a nacer, y un arcoíris multicolor se derramó en sus iris hasta cubrirlos por completo—. ¿Cómo te sientes? ¿Puedes ver?
—Maldición —el cuerpo de Stephanie fue atacado por un fuerte mareo, y cuando por fin consiguió controlarlo, miró a Scott, le sujetó la mano libre del guante y le dijo—: Llévame a las Torres.
El castillo tenía escaleras, cientos de escaleras que conducían a uno u otro lugar, y que incluso, si alguien no las conocía bien, podría terminar perdiéndose. El punto es que después de recorrer enormes distancias y cuando Derek, Edwin y Alexa comenzaron a jadear, agotados por el arduo esfuerzo que conllevaba subir más de mil doscientos escalones, un viento demencial agitó fuertemente sus melenas.
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Editado: 07.05.2024