Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 4. Los Tatalanes y las cuatro torres (Parte 1)

—¿Cómo se te ocurrió hacer eso? ¡No quiero ser un vampiro! ¡Stephanie! ¡¿En qué estabas pensando?! ¡¿Quién te dijo que morderme era una buena idea?!

—Fue, fue un error.

—¡Por supuesto que fue un error! ¡Me niego a ser como ustedes! ¡Yo no quería ser un vampiro! ¡Hubiese preferido seguir muerto!

—¡Entonces no se diga más! ¡Yo te mataré! —Danisha trató de lanzarse contra él, pero los ágiles brazos de Steve no se lo permitieron.

—No era mi intención causarte daño, Niar —Stephanie estaba desconsolada. No sabía qué hacer o cómo reaccionar, pues antes de que sus gritos la siguieran hundiendo en la humillación y miseria, ella salió corriendo.

—¡¿Niar, quieres calmarte de una maldita vez?! —Steve le gruñó.

—¡Basta! —Alexa rompió su intrigante silencio. Se arrancó la bufanda y caminó hasta él, hablándole como nunca antes lo había hecho—. No fue idea de Stephanie el transformarte, ¡fue mía! Y si a alguien le tienes que reclamar, es a mí, ¡porque yo insistí en que te despertaran! Deja de gritar como un maldito enajenado y dedícate a saber por qué lo hicimos. Y te repito, si tienes deseos de desquitarte con alguien, ¡hazlo conmigo!

Los vidrios rotos del suelo, los libreros y las paredes se estremecieron. Nadie pudo saberlo, pero allá afuera se estaba formando la peor de las tormentas; un agujero negro de nubes que giraba alrededor de truenos y relámpagos que iluminaban todo el castillo. Los tonos grises y los oscuros intensos dieron vida a un paisaje de rigores apocalípticos. Si los vampiros ya tenían miedo, aquella tormenta lo único que consiguió fue agrandar un poco más ese temor.

Alexa comenzó a llorar, y aunque sus mejillas parecían arder en el fuego mismo, aquel llanto resultó tener como motivo principal una gran decepción, tristeza y coraje.

—Alexa, no llores nena —Steve y Danisha se abrazaron a ella—. No vale la pena que llores; es mejor dejar las cosas así.

Niar estaba intimidado, tenía las manos en su pecho y una expresión de completo terror.

—Tienen razón; a veces es mejor dejar todo como un recuerdo más —su mirada partió del resentimiento, observó al dúrkel una última vez y entonces se fue. Era bien acertado pensar que iría detrás de Stephanie.

Danisha y Steve hicieron lo mismo, y justo después de lanzarle unas miradas de dolor, Derek y Edwin también lo abandonaron.

Niar entornó la mirada encontrándose con Scott que no apartaba su atención de la puerta.

—Hice mal, ¿verdad?

—De hecho no —Scott se dio la vuelta—. Solo dijiste lo que sentías y pensabas. Ellos estaban acostumbrados a vivir en un mundo en el que los gernardos suelen mentirse unos a otros para quedar bien y para esconder sus verdaderos deseos. Decirse la verdad, muchas veces suele ser catalogado como una injusticia o desagradecimiento.

—¿Tú qué opinas de esto?

—Que si vuelves a hacer que Alexa llore, y destruye mi palacio, en contra de quien sea, te enviaré directamente a la hoguera. Ya eres un vampiro, y tienes dos opciones; cometer un crimen de élite para que te rosticen en las estacas, o aprender a vivir con ello.

—Me siento mal.

—Ve al bosque. Necesitas alimentarte de sangre.

El dúrkel abandonó los túneles, y cuando salió a la superficie del castillo, su sorpresa fue todavía más grande. Ahora Niar podía ver todos aquellos detalles que en su otra vida pasó por alto; por ejemplo escuchar hasta el más insignificante de los sonidos, ver las motas de polvo moverse a su alrededor, y como un regalo extra de todo su arsenal de dones vampíricos, en sus ojos aparecieron un pequeño seriado de números y letras en un idioma que él no supo reconocer, o creyó no saber, porque al intentar leerlo, lo pudo traducir perfectamente.

Un melancólico llanto de dolor lo atrajo hacia los acantilados, y cuando inclinó la cabeza para asomarse a los precipicios, pudo ver a Alexa llorando amargamente mientras los cuerpos de Derek, Edwin, Stephanie, Danisha y Steve se abrazaban a ella intentando consolarla. Era verdad lo que Scott le había dicho, pues si aquellos gritos crecían un poco más, las nubes dejarían caer una imparable y destructiva tormenta.

—No llores, Alexa —Danisha le acomodó un mechón de su largo cabello rojo detrás de la oreja—. Piensa que el antes está destruido, y que no hay forma alguna de recuperarlo.

—¿En qué momento creí que despertarlo iba a resultar una buena idea?

—No tienes la culpa tú, nena —Steve le besó la cabeza—. No era una persona a la que querías traer de regreso, sino a un recuerdo. A un bonito recuerdo que al parecer ya no existe.

Una esquirla de preocupación se clavó en el pecho de Niar. Él no era un recuerdo, no se sentía como un recuerdo, y quería hacérselos saber.

—No quiero seguir aquí —la wicca se limpió las lágrimas, se sacudió la falda de su capa y comprendió que todas esas noches llorando no valieron realmente la pena—. Scott nos ha llamado por un motivo en específico, y dudo que le agrade mucho la idea de que nosotros estemos aquí mientras el palacio pierde la magia y se derrumba.

—Hay que comenzar por lo básico. Que Scott nos siga hablando de las historias.




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