Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 5. El arribo de los cinco reinos (Parte 2)

Ella estaba sentada sobre el césped verde, y a su alrededor estaban los cuatro elementos de la naturaleza. Un poco de agua, un poco de tierra, una ráfaga de viento, y como no, un rescoldo de lumbre que iba aumentando su fuerza mientras los demás flotaban como si obedecieran al pensamiento de la wicca que los estaba controlando.

Alexa tenía los ojos cerrados, los largos faldones de su túnica yacían regados sobre el césped y sus manos se hallaban puestas en un ademán de oración.

—Alexa —la voz de Niar pareció interrumpir su concentración. Pues apenas el dúrkel decidió hablarle, las partes de los elementos que flotaban en una formación de círculo cayeron al piso; el fuego se apagó, el viento se fue y la tierra y el agua se esparcieron—. Perdón, perdón Alexa, no sabía que estuvieras ocupada.

Ella se dio la vuelta.

—Lo primero que haría una persona sensata al ver a una bruja utilizando su magia, sería huir.

—Pero yo conozco a esa “bruja”.

Desgraciadamente Alexa no encontró las fuerzas suficientes para sonreír, cuando en otro tiempo aquel comentario le hubiese puesto las mejillas rojas.

—Debiste haber ido al bosque con Steve y Alejandro. Desde que despertaste no has comido y eso terminará debilitándote.

—Estoy entendiendo la aberración de Stephanie por comer animales crudos. Tal vez, si me ayudaras haciendo un poco de esa vieja sangre falsa que antes fabricabas…

—¿Qué es lo que quieres, Niar? —la wicca fijó su mirada al frente, trató de concentrarse e ignorarlo, pero vaya que era una tarea sumamente difícil.

No podría ignorar a la criatura a la que alguna vez le perteneció su corazón y su alma.

Pasaron unos escasos segundos en los que Alexa creyó no escuchar nada, y pensó que tal vez el dúrkel se había marchado; cuando de pronto, una voz endemoniadamente dulce le habló al oído.

—Necesito que me perdones.

—¿Qué demonios? Joder, olvidé que ahora eres un maldito vampiro.

—No me importaría que decidieras ponerme una campana.

—¿Por qué no me dejas en paz? Quiero impresionar a la reina Farka y tu presencia me impide concentrarme.

—Alexa, no sé en qué estaba pensando cuando grité todo eso.

—En herir a Stephanie, porque se lo gritaste a ella, no a mí. Sí, por supuesto que tienes que pedir una disculpa, una disculpa a Stephanie.

—Lo dije porque pensé que ella me había convertido por decisión propia. Pero fuiste tú.

—¿Y sabes qué? —Niar se preparó para el golpe—. No sabes cuánto me arrepiento.

—Eso no es cierto. Todavía eres humana, y lo veo en tus ojos. Vi cómo me miraste cuando no pude reconocerte, y es que… Alexa, estás…

—¿Cambiada?

—Preciosa.

El control de la wicca se rompió; sus mejillas enrojecieron y su fuerte respiración empañó sus lentes.

—Vete Niar.

—¿Vas a negármelo cuando sé que es cierto?

—Esta conversación se ve muy extraña.

—¿Por qué?

—Porque tú tienes diecinueve, y yo tengo veintisiete.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? —una sonrisa malévola se curvó en los labios del chico—. Yo solo te estoy pidiendo perdón por las palabras que utilicé contra Stephanie, y que todos sabíamos que iban dirigidas hacia ti. Jamás inicié una conversación en dónde nuestras edades fueran un tabú del cual alarmarse.

—¡¿Quieres dejarme tranquila?!

—Puedo iniciar una conversación así si prefieres.

—¡Niar, largo de aquí o llamaré a Stephanie!

—¿Y cuál es la necesidad de llamarla a ella? Tú puedes desterrarme lejos de ti utilizando el poder de tu magia.

—¿Estás midiendo mi magia? ¡¿Qué te pasa?! Kharo dijo que era peligroso.

—No puedo evitar verlo, así como no puedo dejar de ver lo mucho que has crecido.

—Los coqueteos, lo que estés utilizando conmigo no te funcionarán de nada, así que ¡largo! ¡Shu, shu! Aléjate de aquí o de verdad utilizaré mi magia. ¿Quieres eso?

—Quiero que me digas una cosa.

—¿Qué cosa?

—Quiero que me digas cuánto me extrañaste.

—Nada.

—¿Y por eso tanta insistencia en despertarme?

—Te estás comportando como un pesado. ¿Qué estás haciendo? Aléjate…

El dúrkel se puso de pie, se arrojó sobre ella y ambos rodaron sobre el pasto envolviéndose de pequeñas hojas y trozos de ramas secas. Sí, es verdad que Niar era ocho años menor que Alexa, pero al menos en estatura, solo los dividía dos inofensivos centímetros.

—¡No me hagas cosquillas! ¡Niar, voy a matarte! ¡Ja, ja, ja, ja!

—Silencio, dirán que te estoy matando.

—Apártate de mí, criatura del inframundo.




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