Un sonido muy similar al de un disparo estalló muy cerca del oído vampírico de Stephanie, una ola de aire se estrelló contra su nariz y una fuerza todavía más agresiva de viento voló su cabello. Quizá ella se sintió caminar aletargadamente, pero lo cierto fue que ni el más rápido de los cohetes podría haberles hecho frente a ninguna de ellas cuatro. Samira se arrojó a la corriente, y vaya manera de impresionar, pues sin importar qué tan fuerte fuera el movimiento del agua, a la Reina de los Mares no pareció afectarle.
Yako se abría paso entre los árboles igual de rápido que Stephanie, esquivando cada uno de ellos y saltando sobre las estorbosas rocas. Un instinto primitivo apareció en ella, y pronto esa misma sensación se apoderó de Doguer y Samira convirtiéndolas en peligrosas y letales criaturas que parecían haber abandonado cualquier uso de razón e inteligencia. Pues es así como el ser humano deja de serlo y se transforma en una bestia hambrienta de poder y reconocimiento.
Stephanie también podía ser una de ellas, pues aunque Yako simbolizara a un lobo, Doguer a un león y Samira a una criatura marina, Steph tenía el instinto cazador e inteligente de los murciélagos.
La cuarta Mandata corrió, corrió y dejó de pensar en todo, vio los árboles pasar a su alrededor, y cuando por fin estuvo frente a la enorme pared de roca, abrazó sus manos y subió.
Samira brincó desde el interior del río y nadó contra una corriente todavía mucho más grande. Pues en lugar de caer con la cascada, subió por ella de una manera que ningún otro animal hubiera logrado hacer.
—Scott —la palabra se repitió en el pensamiento de la vampira como un eco de codicia que se negaba a marcharse.
Un pensamiento del que nunca podría huir la siguió hasta ahí, y en un simple parpadeo, ya no era Alejandro el centro de su coraje, sino aquel misterioso y maldito vampiro de ojos oscuros que ahora presidía un poderoso imperio de muerte.
Un ruido estremecedor se escuchó del lado derecho de donde la loba seguía escalando, y cuando Steph pudo darse cuenta de lo que pasaba, vio a Doguer aferrada con todas sus fuerzas a una roca. La leona se había resbalado, y sin duda aquello le costaría la carrera.
Stephanie subió, sus ojos ya veían la ostentosa bandera roja, y cuando sus manos finalmente pudieron aferrarse a ella, jalarla y desprenderla del mástil de donde colgaba, un grito de victoria corrió alrededor de todas las montañas. Yako y Samira también la habían tomado, y aunque no tuvieron la felicidad de gritar como Steph, sí sabían que el verdadero espectáculo estaba a punto de comenzar.
—Ya vienen —Anara habló con una suavidad que solo el Mandato de la muerte fue capaz de escuchar.
—Ya saben qué hacer cuando estén aquí.
—Sí, señor.
Steph ya se sentía llegar, pensó en las miles de volteretas que daría para festejar su victoria y cómo se regocijaría ante sus dignas oponentes. Pero cuando salió del bosque, un grito ensordecedor le borró de golpe la sonrisa de los labios.
—¡Ahora! —Yako se dio la vuelta, soltó su bandera roja y le asestó a Steph un desmesurado golpe en el estómago que la hizo retroceder, caer y revolcarse en el suelo.
—¡Atáquenla! —la orden de Scott liberó la fuerza de Anara y Anono que se plantaron en el campo de batalla como dos bestias más.
—¡¿Qué están haciendo?!
—Nadie de aquí se mueva —el Mandato levantó uno de sus brazos y su capa oscura colgó de él balanceándose con el viento.
Todos contemplaron horrorizados cómo aquellas cinco demenciales mujeres molían a golpes a su mejor amiga y compañera, pero no pudieron hacer nada para evitarlo.
Doguer levantó sus manos y un círculo de fuego logró contener a la vampira mientras Yako entraba en él y la revolcaba con golpes y rasguños. El danonibus de Steph salpicó las rocas, el suelo y las hojas de algunos árboles cercanos. Al presenciar esto, Scott no pudo evitar revolcarse de rabia e impotencia, pero desgraciadamente no podría interferir hasta que aquellas cinco grandes guerreras lograran completar su cometido.
Samira salió de la corriente, y en medio de un gran salto sujetó a Stephanie de la ropa y la hundió con ella hasta las profundidades. Pero no tardó mucho para que la vampira recobrara el control y lograra salir del agua. Samira salió junto con ella, y a diferencia de lo que todos esperaban, la pobre sirena estaba en problemas; Stephanie la sujetaba del cuello y cuando llegó a tierra firme, la golpeó contra el suelo hasta que esta recuperó su figura humana de dos piernas.
Steph se defendió por todos los medios; golpeó, arañó, pateó y trató de morder sus cuerpos, pero nada parecía detenerlas. Anono levantó sus brazos hacia el cielo y las nubes cambiaron su color por un gris oscuro de tormenta. Los rayos comenzaron a caer y aunque buscaban electrocutar a la vampira, esta no se dio por vencida. El golpe de gracia vino cuando Steph cogió a la leona por las piernas y la arrojó contra uno de los troncos, y en su acto también arrasó con el cuerpo de Anono.
Anara tomó el mando, hundió sus manos entre la tierra y dos enormes manos formadas a base de lodo y rocas emergieron del suelo para sujetar a Stephanie. La cuarta Mandata se retorció, luchó por liberarse, y cuando las manos que la sujetaban reventaron en una explosión que arrojó trozos grandes y pequeños contra los espectadores, la osa volvió a contraatacar sujetando personalmente a Stephanie del estómago y apretándola con una fuerza que prometió partirle el cuerpo a la mitad. Fue en ese mismo momento que todo cambió.
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Editado: 07.05.2024