Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 7. La dramaturgia de los deseos carnales (Parte 2)

Kerry, Kharo y Bruce trataban de seguirle el paso. El Mandato había regresado de su inspección rápida por las cuatro torres, y aunque estas aparentaban estar en completa tranquilidad, había algo que a Scott parecía inquietarle.

—Ahí vienen los Pulcros —Kharo susurró sobre su hombro. Pero cuando Scott se dio vuelta para huir de la mirada furiosa de Alabaster, era tarde; este ya lo había visto.

—¡No tengas intenciones de marcharte! ¡Ven aquí! —el vampiro lo señaló con su uña larga.

—Sí, ya sé todo lo que me van a decir, pero en mi defensa, adorados y respetables consejeros mortuanios, funcionó. Mi plan funcionó.

—Nos mentiste, Mandato —Bram lo señaló—. Hace unos días nos dijiste que el motivo de visita de los cinco reinos al palacio, sería para que ellas utilizaran el poder de sus magias para asemejar la energía de la Gran Magia. Nunca nos dijiste que pensabas utilizarlas para atacar directamente a la cuarta Mandata.

—Tal vez el plan que a ustedes les mostré cambió un poco.

—¡¿Un poco?! ¡Pusiste en peligro a la sexta tierra!

—Sí, estuvieron a punto de destruirla, pero no lo hicieron…

—¿Y en caso de que lo hubieran hecho?

—Escuchen; yo sé que mis actos no estuvieron bien…

—¡¿Por qué no lo comentaste con nosotros?! —Zairé lo interrumpió por medio de un grito.

—Porque no me iban a permitir llevarlo a cabo.

—¡Y justa razón hubiésemos tenido! ¿Has visto el apocalipsis que se formó en el cielo durante el enfrentamiento? ¿Qué hubiera pasado con nuestros reinos si la cuarta Mandata hubiese asesinado a la emperatriz de los Farkas? Y ¿qué hubiese sucedido si los cinco reinos terminaban asesinando a Stephanie Anderson?

—Tus métodos son un completo disparate, un insulto a nuestros puestos y a nuestra tierra. No has hecho otra cosa más que ponernos en peligro. ¡Que los nevolones te castiguen de ser necesario!

—Entonces que así sea. Permítanme preguntarles a ustedes. ¿Qué hubiesen propuesto colocados en mi lugar? Vamos, quiero escucharlos antes de que la tierra llegue al fin de sus días…

—No se precipite a una reacción incorregible, Mandato.

—Desde que tomé el maldito puesto de soberano en este palacio se la han pasado cuestionando cada una de mis malditas decisiones. Estoy harto. El palacio está bien, y de verdad espero que esta prosperidad nos dure los siguientes mil años. Con su disgustado permiso, excelencias, prefiero incrustarme en mis aposentos a seguir un solo segundo más con ustedes.

Kerry corrió detrás de él, y cuando por fin consiguió alcanzarlo, Scott estaba en su recámara retirándose la enorme capa de seda negra de su cuello.

—No te lo tomes tan personal.

—Guarda silencio que en cualquier momento explotaré más de lo que ya lo he hecho. Stephanie está de regreso. Tú mismo viste el bullicio de la tierra y de sus habitantes. Yo creo que hasta este punto mi persona está de sobra en la corona del rey.

—Scott, no te pongas así…

—Déjame solo.

—¿A dónde irás?

—Iré al lago, me ducharé y haré el esfuerzo de pensar en todo lo que acaba de suceder. De una vez te aviso, por favor, quiero a cualquier criatura existente lejos de mí… Al menos hasta que la noche termine.

Todo estaba bañado en un agradable color canela, tonos negros y una luna blanca. Stephanie no había dejado de maldecir al artífice de su mal temperamento, y aunque sus pensamientos le aseguraban que cuando ella decidiera dar media vuelta y regresar podría ya no encontrarlo, no pareció importarle. Incluso, se podría presumir que eso es lo que ella deseaba.

Caminó lentamente por la silenciosa hierba que crecía en las faldas de los montes, haciendo una sola parada al lado de un enorme árbol torcido. La muchacha apoyó sus manos contra la rugosa corteza y comprobó su respiración. Llegados hasta este momento, ni siquiera ella misma tenía idea de lo que deseaba hacer o a dónde ir.

—¡Maldito Alejandro, te odio! —pateó con fuerza una pequeña roca que tuvo la mala suerte de aparecerse en su camino, y cuando esta cayó dentro del lago y salpicó algunas gotas, el corazón pareció detenérsele—. ¿Qué…?

—Alguien está de muy mal humor —él enarcó una ceja.

Estaba con medio cuerpo sumergido en el espejo brillante en el que se había convertido el agua. Mojado y desnudo, la apasionante luz de la luna resaltaba su piel blanca. Su ropa colgaba del mismo árbol torcido en el que Stephanie se había apoyado hace algunos segundos, y qué torpe se sintió al no darse cuenta de ello.

—Demonios, ¡cúbrete con algo! —pero fue ella quien se cubrió los ojos.

—No he sido el primer hombre al que has visto desnudo, y en realidad no me has visto completamente.

—Eres un cínico.

—Deberías meterte al agua y así apaciguar tu ira.

—¿Contigo? Ni lo sueñes.

—¿Qué te ha traído por aquí? Tranquila, ya puedes abrir los ojos. El peligro de mi desnudez ha disminuido.




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