Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 7. La dramaturgia de los deseos carnales (Parte 3)

Scott cortó la distancia, dio seis largos pasos y llegó a ella. La envolvió entre sus brazos, la miró a los ojos y entonces la besó. Su boca le devoró la lengua mientras Steph lo dejaba sentirla y acariciarle la espalda por encima de la ropa.

Las gotitas de agua escurrieron por su cuerpo y le cayeron en los ojos, acto que a Stephanie le arrancó una amplia sonrisa sobre los besos de él.

—Me estás mojando, Scott.

—¿Necesito repetirte lo de hace un momento?

—¿Y si te dijera que deseo mostrarte aquellas imágenes? —deseaba inclinarse y morderle el labio con una advertencia y una súplica a la misma vez.

Los ojos del vampiro brillaron.

—Steph…

—No hables por favor. Aprende a comunicarte con el cuerpo.

Scott la pegó más a él, deslizó sus manos sobre su espalda y después al borde de su cintura. Le besó la boca, las mejillas y bajó hasta su cuello, al cual le pegó un lujurioso mordisco y succión.

—Cuántos recuerdos me ha traído eso —le susurró ella.

—Quiero darte muchos otros recuerdos que de ahora en adelante te encenderán la piel cada vez que pienses en mí —el vampiro sonrió sobre su boca y después le lambió el labio inferior.

Desabrochó el único botón de sus pantalones y tiró con fuerza hacia abajo hasta liberarla de él. Los dos cayeron al piso, Scott se inclinó sobre ella y logró retirarle la blusa para después volver al arribo de sus senos, pues esta vez los llenaría de besos y caricias suaves que le arrebataron a Stephanie un puñado de suaves gemidos.

El cuerpo de ella lo buscaba. Tiró de su propio cabello hacia adelante y le ayudó con el broche del sujetador hasta liberarse de su protección y exponer sus senos ante él. Una carcajada real y muy poderosa se abrió camino entre los labios del Mandato y le aseguró quedarse siempre y cuando ella estuviera con él.

Si las púas del césped habrían sido molestas, ninguno de los dos reparó en ello, pues solo prestaron atención a sus ojos, a su deseo y a las millones de mariposas imaginarias que revoloteaban alrededor de sus estómagos.

Quién cometió la osadía de asegurar que los vampiros no se podían enamorar, que no podían desear con sus almas inmortales y que eran unos seres fríos y sin corazón. Pues a pesar de que muchos órganos no viviesen dentro de sus cuerpos eternos, ellos siempre encontrarían la forma de sentir y de expresarlo. Porque para decir te quiero no hace falta tener alma, solo voluntad.

Aquí entre nosotros dos, querido lector, te voy a contar un secreto. ¿Sabes cuál era la principal diferencia entre el Rey de la Muerte y Alejandro? Que Alejandro no la amaba, y en todo caso sentiría un pequeño cariño por ella. Quien ama no condiciona. Quien ama te deja libre para que tomes una decisión susurrada por tu corazón. Alejandro estaba dispuesto a crear escudos y muros enteros para proteger a Stephanie y mantenerla a su lado, incluso si estos eran creados para alejarla de sus amigos, de las personas que eran importantes para ella y de su hogar. Scott no. Scott la dejó ir, no la persiguió, y aunque una gran parte de él se arrepentía de aquella decisión, no deseaba obligarla a quedarse en el lugar que ella simplemente no deseaba.

Una sensación extraña, distinta llenó los ojos de Stephanie cuando el cuerpo entero de Scott se abrió camino entre ella y le hizo conocer nuevas pieles, nuevos deseos, nuevos besos, nuevas fantasías.

Ella gimió, maldijo infiernos en cantidades, levantó su mirada hacia el oscuro firmamento de la noche y permitió que él se adueñara de sus senos y de su cuello con miles de besos y caricias. Que empujara en ella con todas sus fuerzas, que saliera y entrara cada vez que él lo deseara y se acompasara a su ritmo.

—Eres preciosa… muy preciosa…

Steph incrustó sus dedos entre el cabello de él, estaba a punto de alcanzar el orgasmo, y cuando por fin llegó a él, mundos enteros explotaron en su pecho y en sus ojos. La llenaron y la dejaron sedienta de otra nueva ronda de caricias y besos.

Scott la recostó sobre su pecho, le retiró algunos mechones de cabello del rostro y después de plantarle un nuevo beso en la frente, comenzó a acariciarle la parte baja de la espalda. El viento tocaba sus cuerpos desnudos y movía la hierba del lugar.

—¿Por qué cuando nos conocimos actuabas extraño y misterioso?

Él bajó la mirada unos segundos para contemplarla. Entendía de qué le estaba hablando.

—Porque tenía una orden de convertirte en vampira, y sabía que las cosas extrañas eran motivo de tu interés.

—¿Y funcionó?

—Dímelo tú. En lugar de alejarte, te interesaste más en mí.

—Dime algo. Lo que sea —le acarició el pecho—. Siempre me ha gustado escuchar tu voz.

—Solo a una persona le he abierto mi corazón y entregado la llave de mis secretos. Me volveré una bomba de tiempo, siempre y cuando mi retrato permanezca en su mirada.

—Gerard Elue.

—Así es. Stephanie —ella levantó la mirada. Ahí estaba él, tan guapo y varonil como lo recordaba. Un joven de veinticuatro años, pero pensamientos de ciento catorce—. Quédate conmigo. Yo sé que el palacio parece estar en calma y que tal vez deseas marcharte, pero te ruego que te quedes conmigo.




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