Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 8. Kreznna, la isla de las injusticias (Parte 1)

Esto que estoy a punto de narrar, es solo un pequeño fragmento sin detalles del horroroso presagio que Niar había tenido justo antes de que el sismo azotara a la sexta tierra, y que duró mientras el derrumbe estaba sucediendo. Enormes bolas de carne y pelo brincaron por todas partes. Tenían cuerpos de perro, cuernos de carnero y el tamaño de un tigre. Brincaban, corrían y abrían sus hocicos para sacar una larga y rosada lengua cubierta de dientes. Sus encías también tenían dientes, y estos parecían ser diminutos conos puntiagudos capaces de desgarrar la piel del más regio vampiro.

Los vampiros cubiertos de lumbre huían despavoridos. Algunos se lanzaban al oleaje en un intento desesperado para apagar las llamas que consumían sus cuerpos inmortales, y otros simplemente se revolcaban en la tierra. El polvo se levantó, los muros cayeron, las montañas se derrumbaron y el agua que descendía por la enorme y monstruosa catarata dejó de caer.

Un hombre vestido de negro apareció custodiado por tres imponentes y hermosas mujeres de túnicas oscuras, cabellos largos y pentagramas en el cuello. De pronto, aquella misma figura espectral se alineó con una espalda blanca. Luz y oscuridad. Scott representaba la luz y el otro sujeto la oscuridad.

Una isla. Un barco. Cuatro torres. Un puente de piedra. Tres brujas. Cuatro símbolos. Historias. Un manantial de humo celeste. Una cruz de madera gigante. Y entonces un rostro se materializó ante el dueño de la videncia; tenía colmillos, dos ojos rojos y un increíble poder descontrolado que estaba acabando con la sexta tierra.

—¡Niar! ¡Corre! —Danisha lo tomó de los hombros y lo obligó a salir. Afuera, los vampiros y algunos guardias los recibieron y la ayudaron a sostener al dúrkel que seguía abrazado por las tormentosas manos del horror.

—Niar, Niar, ¿qué tienes? —Alexa lo agitó, pero ni eso lo pudo devolver.

—Apártate —Doguer la hizo a un lado, tomó al dúrkel y con su aliento de un fuego ferviente le sopló en el rostro hasta que este se removió y comenzó a gritar—. ¿Qué has visto? —la monarca de los Ikarontes supo de inmediato que el dúrkel había tenido una visión, y que por su aspecto, no había sido nada buena.

—Todo fue horrible…

—¿Qué demonios ha sucedido aquí? —Scott y Stephanie llegaron, y cuando el quinto Mandato reposó sus preocupados ojos sobre el desastre que había causado la segunda torre al caer, su rostro se transparentó todavía más—. ¿Y el resto de los reinos?

—Están ayudando a los afectados por el colapso.

—Se supone que esto iba a terminar —Stephanie levantó sus manos y con su poder ayudó a Alexa a mover abundantes litros de agua que apagaron los pequeños incendios—. ¿Qué demonios está pasando, Scott?

—¿Y los Pulcros?

—No lo sabemos —respondió su hermano—, pero hace un momento vi a Alabaster colgado de la espalda de Bruce. Fue la torre de su salón la que se desplomó.

—¿Dónde está Niar? —Alexa detuvo sus movimientos y se concentró en la repentina ausencia del dúrkel.

Niar yacía sentado muy cerca de la entrada del castillo. Había tomado un amplio trozo de pared rota, y ayudándose de la ceniza de los incendios, pigmentó sus dedos para dibujar los principales símbolos que había visto en su visión.

—Tuve una videncia, y esto fue lo que vi en ella —los mostró, y apenas Scott consiguió distinguir los intrincados garabatos del chico, supo a qué se estaba refiriendo.

—Creo que tengo una idea de lo que viste. Danisha —comenzó a liderar las órdenes—, tú, Derek y Edwin cuiden al dúrkel, llévenlo a la biblioteca principal del castillo y asegúrense de mantener intacto lo que ha plasmado en esos trozos. Niar, si pudieras recordar algo más y dibujarlo o escribirlo, sería perfecto. Steve, busca a Kharo, a Bruce y llévalos también ahí. Kerry, busca a los Pulcros y reúnete con el resto. Los demás, sigan apagando los incendios y asegúrense de que ningún vampiro esté en problemas. Yo iré a buscar a los cinco reinos.

—Voy contigo —Stephanie intentó correr detrás de él, pero antes de que pudiera dar un solo paso, el delgado cuerpo de Alejandro se interpuso en su camino.

—Stephanie.

—¿Alejandro? Pensé que te habías ido.

—Y qué bueno que no lo hice.

—Tengo prisa…

—Lo sé, pero antes de que te vayas quiero decirte que cambié de opinión —Stephanie se puso más pálida—. Me voy a quedar contigo si tú deseas quedarte en Mortum. Tienes razón en todo lo que me dijiste. Podemos comenzar una nueva vida aquí y tú podrás ser la reina que tanto anhelas. Si sacrificar mi felicidad por la tuya es amor, entonces quiero que sepas cuánto te amo.

—¿Sacrificar tu…? Alejandro, no creo que entiendas el verdadero significado del sacrificio. No se trata de cambiar por algo que a ti te hace infeliz. Se trata de cambiar por algo que hará a las dos partes felices.

—Stephanie…

—No tengo tiempo para escuchar esto. Mi pueblo está en problemas, y si existe una manera de frenar todo esto, entonces haré todo lo posible por encontrarla.

Fueron quince minutos los que transcurrieron hasta que el Mandato y los cinco reinos pisaron el magistral suelo de la biblioteca. Los Pulcros ya estaban ahí, y aunque tenían sus túnicas cubiertas por una gruesa capa de polvo y hollín, por primera vez en trescientos años no tenían intenciones de discutir o levantar sus voces en contra del soberano.




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