Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 9. La Muerte, El Hambre y El Dolor (Parte 1)

Con un excelente viento que provenía del sur, el barco mortuanio se internó en el oleaje masivo del mar. Un barco de proporciones colosales; un cuervo tallado en el mascarón de la proa, tres velas, banderas con el símbolo de la sexta tierra, seis marinos experimentados y un capitán al mando de nombre Barbella.

Alexa salió a cubierta. No podía decir que se mareaba en los barcos, pero aquel día había una sensación inusual bullendo en su estómago. Quizá era miedo. Toda la luz del sol caía sobre la nave desde babor y dejaba entrever divertidos tonos de azul y morado en el agua. Cuando la hermosa wicca se quitó su capa y la dejó sobre una de las sillas de peltre, su larguísimo cabello rojo voló envuelto por la salobre brisa del viento, atrayendo casi todas las miradas de los marinos.

—Scott —se recargó en la misma barandilla por donde el Mandato observaba el horizonte—. ¿Crees que lleguemos antes de que oscurezca?

—Si no existe ningún contratiempo, estaremos ahí pronto. El viaje hacia Kreznna no suele durar más de tres horas.

—¿Puedo hacerte algunas preguntas antes de que lleguemos?

—Adelante.

—Hace un par de años tuve la suerte de leer el antiguo libro que Zacarías escribió sobre el castillo y sus secretos. ¿Recuerdas que te lo mencioné en la primera junta que tuvimos?

—Lo recuerdo perfectamente, Alexa.

—Si Zacarías Carpathia creó la sexta tierra. ¿Quién creó los demás reinos?

—Me gustaría contarte una historia de poderosas criaturas mitológicas unidas por un mismo objetivo, pero me temo que no es así. Hace muchísimos años, el primer Mandato llegó a esta tierra por uno de los resquicios de tu propio mundo. Se dice que venía huyendo de los griegos, pero lo cierto es que nadie sabe muy bien esa historia. Cuando Zacarías conoció el Otro Mundo, ya existían otros asentamientos alrededor de nuestra tierra, solo que tardó muchos años antes de que él pudiera visitarlos.

—Entonces, ¿los Alta Mareas llegaron primero?

—Así es. Se dice que las sirenas eran dueñas absolutas en este lugar, y como podrás ver, querida wicca, el Otro Mundo está conformado mayoritariamente por océanos y mares.

—¿Alguna vez alguien ha investigado qué ocurre más allá de estas tierras?

—Supongo que lo han intentado, pero también suele ser peligroso.

—Igual que en mi mundo.

—Así como los vampiros tenemos una cascada que es la conexión directa de tu mundo y el mío, en cada uno de los reinos existe algo parecido.

—¿De verdad? —los ojos de Alexa brillaron.

—En el Reino de las Altas Mareas su entrada es a través de la Fosa de las Marianas. En el reino de los Ikarontes su entrada es a través de un volcán que se encuentra en la provincia de Bertucio.

—¿La Fosa de las Marianas? Entonces, ¿los hallazgos de sirenas en nuestro mundo resultan ser verdaderos?

—Todo es verdadero si lo quieres creer, Alexa.

—¿Qué hay del Reino de los Cielos?

—Su entrada está en las auroras boreales de Alaska.

—¿Los Miras Negras?

—En las montañas de Luz Angelita.

—¿Y los Farkas?

Scott lanzó una carcajada al viento.

—Tranquila, Alexa. Casi estás sobre mí.

—Perdón —sus mejillas se ruborizaron—. No sabes cuánto quiero conocer a Saravasti.

—En cuanto todo esto termine; las torres dejen de caer, la amenaza de los Tatalanes desaparezca y Stephanie regrese con nosotros, yo mismo pediré una audiencia en la quinta tierra para que conozcas a la reina wicca.

—¿De verdad?

—Te lo mereces Alexa. Tu magia es impresionante.

—¡Me estoy muriendo de hambre! ¡Todos en este lugar quieren matarme! ¡Es un complot para disecar mis restos y darme en sacrificio a las torres! —Niar se abrió camino entre los tripulantes. Tirando de su cabello y arrodillándose ante Danisha, se dejó caer en una pose de muerto.

—No seas dramático Niar. Llevamos apenas dos horas y media en este barco.

—Danisha, tú más que nadie ha de saber que cuando un vampiro está recién convertido, necesita alimentarse de sangre mínimo unas quinientas veces por día. O por hora.

—Tu glotonería por los pasteles ahora la has cambiado por la sangre. No es nada que tenga que ver con los vampiros.

—¡Tierra a la vista! —uno de los vigías comenzó a gritar y a Scott se le pintó una amplia sonrisa en el rostro. Estaba a nada de conseguir la planta que salvaría la vida de su amada.

El desembarco se llevó a cabo en una de las costas. Scott dio varias indicaciones al capitán para su regreso, y después de asegurarse de que todo estuviera en orden, los ocho se adentraron al interior de las tenebrosas sombras de los árboles y la hiedra. El Mandato se negó a utilizar su habitual rapidez vampírica, o algún otro hechizo que les permitiera encontrar el famoso puente que daba entrada a la cueva de Dimitrio. Pues con la tangible amenaza de que todo aquello se bañaba en magia negra, no quería arriesgarse o poner en peligro mortal a sus acompañantes.




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