Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 9. La Muerte, El Hambre y El Dolor (Parte 2)

Yako acarició con sumo cuidado las indelebles ruinas encontradas en lo más profundo del bunker. Levantó la mirada y observó con determinado interés las hermosas líneas con relieves dorados que le daban forma a las letras Aterkanas, y que en su traducción dirían algo como Luz y Oscuridad.

—¿Eso ya estaba ahí cuando escarbaron esta parte? —preguntó.

—Así es —Kerry se acercó a ella—. Con el paso de los años, nuestros investigadores fueron limpiando la superficie hasta que se hicieron más visibles.

—¿Saben a qué se refiere?

—Sacamos muchas teorías, pero la verdad es que no tenemos una respuesta segura. Creemos que se refiere a la vida de los vampiros. Somos seres aparentemente vivos, pero en realidad nuestro cuerpo está muerto. Somos Luz y a la vez solo somos Oscuridad.

—Tendría sentido.

—Samira —Anara entornó la mirada hacia la Reina de los Mares—. Esta parte del bunker está demasiado húmeda. Creo que sería buen momento para que tú y Bruce investiguen la desembocadura del riachuelo.

—Cuando Scott regrese, muy poco tiempo le va a durar la sonrisa.

—Deja de quejarte y utiliza tus habilidosas piernas para caminar —el Cazador le entregó una capa azul de terciopelo.

—¿Para qué quiero esto?

—La desembocadura está detrás de estas montañas. A no ser que mi señora guste caminar, iremos a caballo.

—¿A caballo?

—¡Qué romántico! —Anara se llevó las manos al pecho.

—¡¿Te has vuelto loco?! Yo pondré una queja con tu Mandato cuando regrese. No me pienso subir a un caballo del infierno.

—Tu dragón mascota estuvo a punto de hundir uno de nuestros barcos, y yo no dije nada al respecto. Lo mínimo que podrías hacer es dejar de quejarte.

—¿Me estás dando una orden?

—Sí.

Anara, Yako, Doguer y Anono tuvieron que cubrirse la boca con ambas manos para no soltar una burlona carcajada de sorpresa. Por supuesto Bruce las ignoró. Tomó su sombrero y caminó a la salida del bunker pasando por alto el desconcertado gesto de sorpresa y odio que se extendió rápidamente por el rostro de la sirena.

Ambos cabalgaron en uno de los caballos del palacio. El Cazador de las Altas Mareas aferrado a las riendas del hermoso corcel negro mientras Samira se sostenía de su camisa, ignorando la agradable y familiar sensación de reconocimiento que su piel dura y firme le proporcionaba.

—Es ahí. Ahí desemboca el riachuelo y se funde con las olas del mar.

La reina procedió a retirarse la larga capa.

—Iré a revisar qué hay en esta parte. Tal vez pueda sumergirme hasta el fondo.

—Ten cuidado.

—¿Tanta es tu preocupación por mí, Cazador de las Altas Mareas?

Bruce reprimió una cruel sonrisa.

—Si a ti te llegase a suceder una tragedia, nuestros reinos caerían en guerra. Evítanos la molestia de desenfundar nuestras espadas.

—¿Acaso estás dudando de mis habilidades?

—Si no regresas en cinco minutos, bajaré a buscarte.

Samira se tragó su coraje. Se colocó a la orilla de las rocas y saltó al agua hundiéndose en las profundidades de lo que parecía ser un gigantesco pozo sin fondo de agua negra.

La reina descendió metros y metros hasta que finalmente la luz del día se fue apagando y el agua se volvió un mar de hielo. Por supuesto, esto no representó ser un problema, mucho menos un peligro para el habilidoso cuerpo, la aleta y los ojos bien entrenados de la Reina de los Mares. Pero cuando ella consiguió llegar al suelo marino, un terrible horror le recorrió la espina dorsal.

Se supone que la tierra debería estar totalmente asentada y unida al fondo del mar, formando una bahía o un litoral que diera forma a las costas. Sin embargo, aquello parecía ser un campo enorme de espesa y oscura neblina sobre la que Mortum parecía estar flotando.

Samira sintió miedo, no quiso adentrarse y había decidido subir a la superficie; cuando de pronto, una pegajosa alga de mar, oscura con tonalidades amarillas, se enredó en sus brazos y tiró de ella disputándose su existencia misma.

La reina trató de luchar, logró cortar y arrancar algunas de ellas, pero entre más se retorcía y se movía, las algas seguían enredándose en todas las resentidas extremidades de su cuerpo. Gritó con todas sus fuerzas, pero debido a la enorme distancia en la que se había sumergido, nadie, ni siquiera los peces, pudieron oírla y socorrerla.

Las cosas se le complicaron cuando una de aquellas mortales plantas trepó por sus senos y se enroscó sobre su cuello. Después comenzó a estrangularla.

La luz se fue apagando, las manos se le resbalaron mientras ella peleaba por mantener la calma y liberarse. Según dicen que entre más luchas contra las arenas movedizas, más rápido te hundes, y que lo mejor es realizar movimientos suaves y pausados para ir escalando a la superficie. Todo esto le habría servido a la reina si tan solo aquella culebra viviente no estuviera cortándole la respiración.




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