Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 11. Cuando las sombras adormecen la razón (Parte 1)

LA HISTORIA DE DIMITRIO

Año de 1912

Su nombre era Keila. Una mujer proveniente de las costas en San Gerónimo Dominicco de la provincia de Luz Angelita. Preciosa, hermosa como cual serafina del cielo, castaña, de mejillas redondas y piel dorada que se tornaba arrebolada cuando estaba ante un hecho incómodo o ciertamente tentador.

«No salgas del Otro Mundo, podría ser peligroso. Los gernardos queman brujas, cazan duendes y apuñalan vampiros». Se había vuelto la filosofía de todos esos imperdonables días en los que, un joven de nombre Dimitrio, deseaba con todas sus fuerzas volver al mundo que lo había concedido. El mundo en el que su madre dio a luz, lo arropó y alimentó sus primeros años de vida hasta que la hambruna devastara su casa y su padre decidiera lanzarlo a la calle. Esa misma calle en donde más tarde enfermaría de gravedad. Huérfano, sin familia, sin hogar, y ahora sin salud, hasta que un piadoso ser de otro planeta se cerniera sobre él y lo mordiera salvándole la vida y obsequiándole un fuerte motivo por el cual seguir adelante.

Suavizando el eco de sus pasos, deslizó sus pies desnudos por todo el fino suelo del castillo de Mortum. Llevaba en la mano una túnica blanca que se pondría más tarde para pasar como uno de los mercenarios del rey de San Gerónimo Dominicco y así lograr su cometido, su cometido de ir a verla. Todo parecía ir bien, el muchacho ya había burlado algunos centinelas de la entrada principal y ya no le quedaba mucho por recorrer. Pero como si su mala suerte quisiera abofetearle la cara, sin querer y sin poder evitarlo su cuerpo se estrelló con el de una hermosa damisela del pueblo. La cual también se hallaba envuelta en un grueso manto oscuro que ocultaba su cabello y parte de su rostro.

—Perdonad mi…

—Os disculpo y podréis seguir adelante. Buena tarde.

—¿Ah…? —la joven se quedó pasmada, pues a decir verdad, esperaba un severo regaño o un anuncio de advertencia con el rey sobre una forastera que se había internado en la seguridad del palacio. Pero su presencia no era de extrañarse.

Es verdad que Dimitrio no la conocía, pero sabía perfectamente por qué la joven estaba ocultando su rostro y escabulléndose por los pasillos en una completa oscuridad madrugadora. Era normal ver mujeres paseándose libremente entre los corredores del palacio, así como también era normal ver a Hécate Magnus saliendo de sus aposentos con una toalla blanca envuelta alrededor de su cintura y nada más. A veces el segundo Mandato no lograba controlarse en sus conquistas.

El muchacho pudo sonreír alegre cuando sus tranquilos pasos lo llevaron hasta la cascada, pero no contaba con encontrarse una presencia poco deseada.

—¿A dónde vas? —le preguntó el niño.

—¿Qué, haces aquí? ¿Sabes lo peligroso que es el que los guardias del Mandato te vean?

—¿Por qué?

—Porque se supone que tú no deberías estar aquí. En Mortum.

—Aaaah… ¿Puedo ir contigo?

—¿Qué? No. Scott, ¿por qué no regresas con Poliska, juegas con tu hermano y a mí me dejas en paz? A veces sueles ser una molestia.

—¿Para qué es la túnica? ¿Van a quemar alguna bruja?

—¿Quemar brujas? ¿Quién te habló de las brujas?

—Poliska.

—Esa loca. No debería hablarte de esas cosas. Escucha, regresa con ella, juega con Kerry y haz de cuenta que nunca me viste. ¿Entendido?

—Solo si me dices a dónde vas.

—¡Argh! Eres más molesto que una esquirla en el pie, y eso que yo no siento dolor. Voy a… ver a una joven.

—¡Asco! ¿Se van a besar?

Dimitrio luchó por controlar su pena.

—Sí, y si tú me sigues, verás cosas que no van a gustarte.

—¡Asco! Cuando regreses ¿me podrías traer un par de venados?

—Por supuesto. Ahora vete.

El vampiro lo vio alejarse, y cuando estuvo seguro de que él ya no estaba ahí, se colocó la túnica, los zapatos y el cinturón, se acomodó el cabello y salió orgulloso. Irradiaba felicidad, sobre todo cuando corrió los miles de kilómetros que lo separaban de su pueblo favorito. ¿Y por qué favorito? ¿Qué tenía de especial el pueblo de San Gerónimo Dominicco? Pues que ahí vivía ella.

El joven vampiro sabía que aquel impúdico enamoramiento nunca debió existir. Pero ahí estaba él, viendo y desviviéndose por una hermosa joven del lugar, que tras el inicio de la Primera Guerra de Luz había sido capturada con todo y su familia por los lureices, como en ese entonces se les reconocía a los soldados de la provincia de Luz Angelita. Los lureices los habían trasladado a unos enormes calabozos en donde los mantuvieron encerrados durante un año y medio. Pero al final de la guerra, los presos que habían sobrevivido a los asesinatos, a las hambres y a los maltratos, fueron liberados para colocarlos en unas espantosas subastas humanas. Desgraciadamente su padre no sobrevivió.

El resto de la familia de Keila fue comprada para ser la servidumbre personal de Anastasia Le Dua, la esposa del emperador Luz Angelino. Su madre sirvió en la cocina, sus hermanos en la ganadería y la pobre Keila atendiendo a la terrible Anastasia, quien la maltrataba y humillaba hasta saciarse. La mujer la obligaba a lavarle los pies cuarenta y cinco veces por día, le daba los trozos de pan duro que ella no apetecía y le imponía el uso obligatorio de un manto de seda negra que le cubriera la mayor parte del rostro y el cuerpo. Porque según la emperatriz, su belleza y juventud podrían ser una distracción para su esposo.




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