Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 11. Cuando las sombras adormecen la razón (Parte 3)

Año de 1917

4 años después del rescate

¿Qué pasó después? Es una excelente pregunta en la que vale la pena indagar. Después de que Poliska lograra sanar a la joven, Dimitrio dedicó la mayor parte de sus días a la construcción de una pequeña, pero acogedora cabaña que decidió instalar en Vermont. Recordemos que ya para ese tiempo Hécate Magnus había hechizado la cascada para que ningún humano pudiera llegar al Otro Mundo. El bosque también había quedado encantado y después de todas esas muertes, los gernardos dejaron de intentar llegar a las Ascuas de Quitakram. Vermont ahora parecía el lugar perfecto para ocultarse y vivir en paz.

Dimitrio sí regresaba al palacio, pero pasaba la mayor parte del día cuidando y proporcionándole todas las comodidades a su amada. Le regalaba libros, le enseñó astronomía, matemáticas y un poco de carpintería, mientras ella le enseñaba a cocinar y las artimañas que había aprendido de su madre para limpiar el pescado sin que las escamas le cortasen los dedos. Toda su vida había trabajado como la esclava personal de Anastasia Le Dua, por lo que, ahora vivir siendo mimada por un hermoso hombre educado, docto y amable era lo mejor que le habría podido suceder. Por desgracia las rosas siempre nacen con espinas, y Dimitrio tenía muchas filosas y letales espinas con las que se terminaría lastimando.

—«¡Ha muerto! ¡Hécate Magnus ha muerto!»

—«Pereció anoche entre los brazos de su adorada Anetta».

—«Que la Gran Magia nos ampare. Estaremos condenados».

—«¿Qué sucederá ahora con la muerte del Mandato?»

—«Caeremos en guerra. Los demonios de las otras tierras acabarán con nosotros».

Los pensamientos eran miles. Millones de voces que se reproducían como gritos en la atormentada cabeza de Dimitrio. El vampiro se sentía morir, no podía ver el balcón del castillo sin que el pecho le doliera y sintiera deseos de gritar y maldecir. Su mentor, su amigo, su guía y su padre de conversión había muerto. Hécate Magnus había partido, y aunque Dimitrio sabía que aquello era la consecuencia de Recitar La Gran Magia, no podía hacer otra cosa más que odiarlo a él y odiarse a sí mismo por estar odiándolo.

—Magnus —susurró cuando vio al Cazador de las Altas Mareas tratando de controlar al desbocado caballo Zermman que también lloraba la partida de su dueño.

Esa misma noche, Dimitrio acudió a su cabaña en Vermont. Se recargó en uno de los árboles y atrapó a un pequeño gorrión, del cual se alimentó hasta que…

Sus ojos amarillos se tornaron rojos, de sus labios escurrieron pequeñas gotas escarlatas y su pecho subió y bajó cuando vio a Keila observándolo y caminando hacia él.

—No deseaba que vieras esto.

No podía seguir ocultando su naturaleza. La joven lo había descubierto.

—Eres… —Keila le acarició sus mejillas— diferente.

—Perdóname —se arrodilló ante ella y se abrazó a su cintura.

—Me has salvado cuando todo estaba perdido. No tengo el derecho de juzgarte.

—Keila, tengo el alma encarnada en este amor, pero nunca te obligaría a quedarte donde tu corazón pueda marchitarse. Siempre has tenido libre elección, y si hoy decides…

—Shhh... No hables. Esto solo me dio a entender una cosa.

—¿Cuál?

—Que yo envejeceré más rápido que tú, y en algún momento yo desapareceré y no podrás hacer nada para evitarlo.

—Lo sé —el hombre se levantó recargando su frente contra la de ella—. Temo decirte que por el momento, esto debe quedarse así.

—¡No! No me parece justo. No quiero alejarme de ti.

¿Desde cuándo su agresiva, inestable y solitaria vida se había convertido en el arte del romanticismo?

—Keila —Dimitrio se mordió los labios. Podía escuchar perfectamente lo que estaba pensando—. Eso no es posible…

—¿Cómo nacen los vampiros?

—Basta. No quiero hablar de transformación.

—Entonces ¿preferirías perderme a envenenar mi cuerpo con un vínculo de unión eterna?

—Es un tema complicado para hablar en este momento.

—Entonces he de maldecir los diálogos complicados de la vida.

—Keila…

—¡Orquestad mi funeral de una vez! No sea que pierdas tu veneno en los diálogos complicados.

—¡Keila! —pero era tarde. Después de una despotricada rabieta, Keila había arrojado la canasta al suelo, se había recogido sus faltas y se encerró en la cabaña, no sin antes azotar la puerta.

—Qué muchacha. Su temperamento bien podría llevarnos a una guerra.

—Poliska. ¿Qué, qué haces aquí?

—Ni las campanas de San Genaro sonaron tan fuerte como este día.

—¿Ya te enteraste de la terrible noticia?

—Yo estuve con él antes de que pereciera. La Gran Magia puede ser muy buena, pero también puede ser una trampa mortal.

—Bruce le dijo que no lo hiciera, y después se lo dije yo.




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