Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 11. Cuando las sombras adormecen la razón (Parte 4)

Hasta el más regio guardia estaba consternado. ¿Cómo era posible que sucediera eso? ¿Cómo aquellas dos muchachas se habían logrado escabullir por la cascada y llegado a Mortum sin que nadie se diera cuenta? ¿Cómo habían burlado a la seguridad? Y sobre todo, ¿quién las había matado? Dos cuerpos de mujeres jóvenes que solían practicar la brujería en alguno de los pueblos gernardos, aparecieron tendidas sobre el pasto verde y húmedo del bosque de las montañas. Estaban desnudas y sus pechos habían sido rasgados para extraerles el corazón. La escena era tan horrible que la Mandata, en ese entonces Anetta Märah Roximén, lo catalogó de un crimen imperdonable y que el responsable debía ser enviado inmediatamente a juicio para que los Pulcros determinaran su sentencia.

Las investigaciones comenzaron. Se designaron a ciertos defensas especializados para buscar pistas y detener al culpable, pero una injusta alteración en los reportes de investigación llevó a los guardias hasta una cabaña en el bosque de Vermont. Fue ahí que encontraron un altar con los dos corazones robados de las brujas y una pintura elaborada a mano de la actual Soberana. El reino se prendió al descubrir quién era el propietario de dicho lugar, y cuando Anetta vio a quién se estaba condenando, su alma inmortal cayó a sus pies.

Le ardió el corazón saber que aquella cabaña pertenecía a Dimitrio.

El vampiro fue perseguido, retenido y encerrado en una celda de doble protección, en donde no tardó mucho tiempo para que la bruja del castillo se presentara solamente para burlarse de él.

—¡Exijo hablar con la Mandata! ¡No pueden retenerme así como así! ¡Quiero hablar con Anetta! —Dimitrio estaba desesperado. Aporreaba y mordía los pesados barrotes de acero, pero como si supieran de su incontenible poder, habían reforzados su celda con magia.

—Deja de gritar —Poliska bajó las escaleras hasta el pasillo de los calabozos.

—¡Eres una maldita desgraciada! Espera a que te ponga las manos encima, te arrepentirás de haberme conocido.

—De hecho, deberías agradecerme de que te condenara en lugar de matarte.

—Yo no maté a esas brujas y tú lo sabes.

—Por supuesto que lo sé. Las maté yo.

—¿Por qué me haces esto? Te di lo que me pediste; te entregué a Keila sin saber que la convertirías en esa vampira desgraciada que ahora se hace llamar Selem.

—¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo iba pasar para que finalmente decidieras abrir la boca y contaras todo lo que he planeado?

—Esto es una confabulación. ¡¿Lo escucharon?! —les gritó a los centinelas de la entrada—. ¡Ella lo ha dicho, ha matado a esas brujas! ¡Yo soy inocente!

—No pierdas tu tiempo, Dimitrio, no te harán caso. Varios de los guardias que cuidan el castillo están trabajando para mí, o mejor dicho, están trabajando para Selem.

—¿Qué me van a hacer? Tú lo sabes, ¡dime qué me van a hacer!

—Desgraciadamente tengo que decirte que he venido para despedirme de ti.

—¿Despedirte? ¿Lanzarás la piedra y después te irás?

—No. Tú te irás —cuando la bruja levantó su mano, un fuerte dolor se cernió sobre la espalda del vampiro, obligándolo a gritar y arrodillarse mientras se arañaba la camisa.

—¡¿Qué me has hecho?! ¡¿Qué me hiciste, bruja?!

—Sé que eres inteligente, y por lo mismo sé que podrás enfrentarte a tres peligrosas brujas que habitan en la isla de Kreznna.

—¿Kreznna?

—Es ahí donde te enviarán. Disfruta tu viaje, Dimitrio.

—¡Poliska! ¡Poliska! ¡Tú cuidas los hijos de Anetta, y tarde o temprano Scott cobrará venganza por lo que piensas hacerle a su madre!

Para ese tiempo aún no se definía como tal la cuarta regla mortuania, que tiempo después se anexaría violando la pureza del libro que el primer Mandato se había empeñado en escribir. Es verdad que se presentaba a los kaenodos como seres peligrosos y letales, pero el castigo no exigía la muerte, sino un exilio permanente de Mortum. Fue por eso que al amanecer, cuatro guardias de Mortum pusieron en una goleta al preso, lo amarraron con cuerdas santas y colocaron un pequeñísimo, pero letal racimo de verbena para poder controlarlo. Finalmente, desembarcaron en la isla de Kreznna, en donde las brujas los atacaron, destrozaron y asesinaron como si se tratasen de simples mortales.

Dimitrio no corrió con el mismo trágico final, pues lo que en realidad le salvó la vida, fue que la mayor de las brujas, Minerva, se enamoró perdidamente de él.

***

Año de 2010

Sus pasos hicieron eco en el oscuro vestíbulo de la cueva que ahora se había vuelto su hogar.

—Señor —Minerva se arrodilló y le tomó la mano en una significativa señal de respeto.

Él estaba sentado en un sillón de cuero negro mientras bebía una gran taza de café. Qué más podía comer si Kreznna era una isla desértica y las brujas sobrevivían gracias a la pesca y al cultivo de los granos de café y cacao, porque eso sí, en Kreznna se daban los árboles de cacao por montones.

—¿Qué ocurre, adorada mía?




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