Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 12. El ascenso de la elegida (Parte 3)

Año de 1990

—¿Eso quiere decir que Su Majestad está llegando al final de sus días? —preguntó Zairé.

—Significaría ir en busca del siguiente sucesor —apuntó Cross.

—Podría significar una era devastadora para el sexto reino —añadió Bram.

—Señores, calmad por favor. Me siento con la fuerza suficiente como para buscar al cuarto Mandato, pero temo que mis fuerzas no sean eternas.

—¿Y usted, ya ha pensado en alguien? —la voz de Selem estremeció a todos.

—No puedo decir que he tomado una decisión, pero lo presiento como si fuera una.

—¿Acaso su sucesor está entre nosotros?

—Me temo mencionar que no.

—¿Entonces?

—Nuestro primer Mandato vino a este mundo por medio de una grieta, el mismo lugar del que venimos la mayoría de vampiros.

—¿Se refiere al mundo de los gernardos?

—Hoy, señores, ese mundo nos va a brindar a nuestra cuarta Mandata.

—¿La has visto tú?

—No. Pero he presenciado el vientre materno que la cargará y dará forma a su cuerpo.

—¿Es decir que aún no ha nacido?

—Exactamente.

—¿Y quién se encargará de convertirla y traerla al palacio?

—Eso, es un punto que trataré muy aparte.

—¡Eso va en contra de las reglas!

—No te preocupes, Selem, cree en mi palabra de que cada paso que daré, ustedes serán notificados.

—Más te vale respetar todas esas reglas que como Pulcros merecemos. De lo contrario, ya conoces el castigo.

—Lo conozco perfectamente. Pueden retirarse.

Todos en la mesa comenzaron a salir, todos excepto uno.

—Scott.

—¿Sí, madre?

—Habréis escuchado todo lo que hablamos en esta junta, ¿verdad? y habréis puesto especial atención a cada una de mis palabras y defensas, ¿verdad?

—A todas ellas, madre.

—Te he elegido a ti, porque sé que tendrás la paciencia y la seriedad necesarias para enfrentar todo lo que está a punto de sobrevenirnos. ¿Escuchas eso? Son las trompetas de un futuro Nombramiento.

Era un frío infernal, de aquellas heladas en las que tanto trabajo les cuesta a los hombres permanecer de pie. Las ventiscas de viento soplaban a una alta velocidad, y Scott poco podía hacer para impedir que su cuerpo no saliese volando. Tenía una misión, y aunque en un principio pidió que Kerry lo acompañase, él sabía que estos primeros pasos él los debía dar solo.

Congelado hasta los dedos, el aparente joven vampiro se detuvo frente a una pequeña morada de luces parpadeantes y música encendida. Necesitó limpiar la nieve de los vidrios con su capa para dejarlos trasparentes y así poder ver el interior.

Sobre un sillón rojo de terciopelo y frente a un fuego casi extinto estaba ella, esa mujer con la enorme barriga que a duras penas le dejaba movimiento. Esa mujer y esa barriga eran su objetivo.

Un hombre cruzó el pórtico de la pequeña casa, y llevando grandes trozos de leña abrió la puerta y la cerró de inmediato para que la tormenta no entrase y pudiera apagar el fuego.

—¿En dónde has estado? —preguntó la mujer. Estaba molesta.

—Fui por un poco de leña, ya casi no queda nada.

—Tráeme otra toalla caliente, los pies se me han enfriado.

—¿Quieres que…?

—¡Tráeme otra toalla caliente! ¡¿Estás sordo o qué te pasa?!

—No te alteres, por favor, podría ser malo para nuestro bebé.

—Me tiene sin cuidado. Lo mejor que podría sucederme es tener un aborto y que esta cosa salga de una buena vez de mi cuerpo.

—No seas tan dura, Esther—el hombre le colocó una nueva toalla—. Falta poco para que des a luz y nos convirtamos en padres.

—Oh Frederick, ¡cierra la boca! Si tan solo supieras cuántas ganas me dan de clavarte un cuchillo en la boca cada vez que dices eso, lo pensarías dos veces antes de hablar.

—Perdón, tendré más cuidado con mis palabras.

—¿Qué estás haciendo?

—Te voy a sobar los pies. La partera me lo recomendó.

—¡Apártate! No quiero que me toques, ¡entiende que me produce asco el que te acerques a mí! Hueles horrible con todos esos insecticidas que usas, parece como si nunca te bañaras y tus manos están todas callosas.

—No me trates así, Esther. Intento que los dos nos llevemos bien.

—Nos llevaríamos mucho mejor si me hubieras dejado abortar esta cosa.

—No te pegues en la barriga, por favor. Podrías causarle daño a nuestro bebé.

—¡Tu maldito bebé! ¡No la quiero! ¡No la quiero! ¡No la quiero! —y como si se tratara de una bestia salvaje, la mujer comenzó a darse de puñetazos en el vientre a pesar de que su esposo intentaba controlarla.




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