Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 12. El ascenso de la elegida (Parte 4)

Año de 1991

—¡Se ha roto la fuente! ¡Vamos mujer, tú puedes lograrlo.

—¡Aaaaah! ¡Saca esa cosa! ¡Me está matando! —Esther estaba haciéndose pedazos, partiendo su vida como si el bebé fuese desde ya una criatura sobrenatural.

La matrona yacía arrodillada, metida entre las piernas abiertas de la mujer mientras esta se dañaba el alma gritando.

—¡Puja! ¡Puja!

—¡Vamos, Esther, tienes que dejarla nacer! —Frederick se paseaba cerca de ella apretando un escapulario religioso entre sus manos.

—¡Sácalo! ¡Sácalo pronto!

—¡Ya viene, por fin ya viene!

Scott colocó una de sus manos sobre el cristal al ver la coronación de una diminuta cabeza llena de sangre que luchaba por salir.

—¡Es una niña!

Llantos tiernos y ensordecedores, llantos que provenían de esa criatura pequeña y hermosa.

La matrona cortó el cordón umbilical, envolvió al bebé en una toalla y después de limpiarle la sangre, se la entregó al entusiasmado hombre que brincaba y lloraba de felicidad.

—Mira esto, Esther. Es hermosa.

—¡Aléjala de mí! ¡No quiero verla! —le lanzó un golpe que llegó a caerle en el brazo.

La matrona fingió no verla, y en medio de una cara de disgusto, se dio la vuelta para limpiarse la sangre de las manos.

—Esther, es nuestra…

—¡Que la quites te he dicho! ¡Esa cosa casi me mata!

Frederick se dio la vuelta, le limpió la cabeza a la recién nacida y después quedó en una posición en la que Scott pudo verla directamente. Su destino estaba sellado.

—Cielos… —los ojos del vampiro brillaron. Era ella, siempre fue ella, pero él no se enamoraría hasta que la muchacha cumplió quince años.

***

Año de 1997

Cuando él brincó al interior de la casa, ella dejó caer los platos que había terminado de lavar. Molesta y con una mirada mordaz, Esther le lanzó un gruñido.

—Me has dado el susto de mi vida, maldito imbécil.

—¿Sabes qué fecha es? Te recuerdo que tienes un trato conmigo.

—No cabe duda de que eres igual a todos los hombres que conozco. Se creen con el derecho de reclamar lo que creen que les pertenece sin tener ni una puta idea del sacrificio.

—¿Sacrificio en qué sentido?

—¿Tú la pariste? ¿A ti se te abrió la vagina de este tamaño para sacarla?

—¿Qué te pasa, Esther? No me digas que esa niña te ablandó el corazón. Tú nunca la has querido, y te recuerdo que si no la has maltratado, golpeado, insultado o hasta vendido, es porque yo no te lo he permitido.

—Tranquilo, hermoso. Mi respuesta sigue siendo la misma de hace seis años, y créeme que si tú no te hubieras aparecido, habría hecho cualquier cosa para deshacerme de ella.

—Entonces no esperes más, Esther. La niña ha cumplido seis años. Aquí tienes lo que te prometí —el vampiro le lanzó una bolsa de tela fina con docenas de monedas de oro y alguna que otra piedra preciosa—. Recoge tus maletas y márchate. Y asegúrate de que ella no se dé cuenta.

Los ojos de la mujer brillaban con una amplia avaricia. Feliz y con una sonrisa lobuna contaba las monedas y las colocaba contra luz para ver su brillo.

—Lo voy a hacer. Me iré esta misma noche y tú tendrás total libertad para hacer lo que quieras con esa horrible cosa…

Cuando Scott pudo darse cuenta, el cuello de ella estaba entre los dedos de su mano, apretando y empotrándola contra una de las paredes. Sus ojos brillaban, rojos y feroces, sus labios estaban oscuros, su piel blanca y sus colmillos delataban su verdadera naturaleza.

—No puede ser… —lo miró aterrorizada.

El vampiro la liberó y después retrocedió un par de pasos.

—Me convertiré en el peor de tus problemas si no te alejas de esa niña.

—Eres un vampiro… ¡un jodido vampiro!

—Guarda silencio. Si dices algo, te mato. Lo pude haber hecho en todos estos años, y si no lo hice es porque no tengo intenciones de matarte, pero no busques piedad en donde solo hay maldad.

Desde esa noche, no se volvió a saber nada más de ella. Scott le había pedido que se fuera sin que Stephanie o Freddy se enterasen, pero con la intención de alimentar la cruda oscuridad de su corazón, Esther hizo todo lo contrario. Se fue mientras llovía, gritando y maldiciendo la que durante algunos años fue su familia, y dejando a Stephanie con el alma destrozada y una herida que no sería para nada fácil de sanar.

Los Pulcros dieron otra orden. Seguía Frederick.

—Toma la taza —Poliska le habló al oído—. Llévala a tu boca y bébela. Le pedirás perdón por haberla dejado, pero así son las cosas.

Aprovechando que Stephanie estaba en la escuela y Freddy estaba solo, Scott había llevado a Poliska hasta ese lugar, y bajo una estricta orden, habían puesto bajo un hechizo hipnotizador al indefenso hombre que no pudo hacer nada para defenderse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.