Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 14. El asedio de los más leales corazones (Parte 2)

—Entonces ¿es verdad que Guillermo Salamón está entre sus tropas? —preguntó Alejandro.

—Cuando el segundo Mandato le entregó la cabeza de Salamón, Poliska le prometió destruirla, pero la conservó todo este tiempo. No tengo dudas de que haya decidido utilizarla para revivirlo.

—De Guillermo Salamón me encargo yo —Alexa se puso de pie. Su ropa seguía siendo un lienzo de sangre, pero no le impidió sentirse poderosa—. Magnus ya obtuvo su venganza. Ahora toca la mía.

En todos esos años Scott no había necesitado respirar, sin embargo lo seguía haciendo como si el aire lo ayudara a sobrevivir y existir con menos culpa. Así era él, no necesitaba las cosas pero tampoco quería dejarlas ir. Sabía que Stephanie no le pertenecía, que sus sentimientos nunca fueron de él y que de alguna u otra forma, siempre preferiría a Alejandro sobre todas las cosas. Sin embargo, también se rehusaba a soltarla.

¿Algún día sería capaz de olvidar todos y cada uno de esos sucesos pasados? ¿Sería capaz de olvidarla, olvidarla a ella?

Ese primer momento que bajó del coche para encontrarse con ella; la primera vez que la vería y podría hablar con ella como una mujer mayor y no como una niña de cuatro, cinco o seis años. El aroma de su pelo, el aroma de su piel, las ganas por entregarse a lo desconocido, la poesía de Gerard Elue acariciando sus labios y todo ese brillo que consumía la gruesa protección oscura que ella misma había levantado para olvidar su propio pasado. Las pláticas y las risas en medio de Vermont, abriéndose el uno al otro a un nuevo y viejo mundo de maravillas, virtudes y desgracias.

Scott tomó el valor suficiente para mirarla a los ojos. Sin miedo, sin lágrimas y con la voz firme, le dijo:

—Te amo.

Una verdad innegable.

—Siempre estuviste ahí.

—Siempre. Te vi crecer, te vi dar tus primeros pasos, te defendí de Esther cuando intentaba golpearte, me enamoré de ti y ahora estoy tan aferrado a ti que me cuesta pensar en asesinarte.

—Mi sacrificio será la muerte, pero mi recompensa serán las miles de vidas que podré salvar.

—Mejor amiga —Danisha la encaró, en el fondo de su ser, la vampira se estaba partiendo en gritos y un llanto de dolor—. No sabes cuánta falta me vas a hacer.

—Dani —Steph intentó sonreírle—. Estuviste para mí siempre que te necesité, y hoy quiero hacer lo mismo por ti. Te quiero Danisha. Siempre te he querido y nuestra amistad será un vínculo que nunca podrá cortarse.

—Entonces, ¿es esta nuestra despedida? —Steve también se acercó—. ¿Es así como vamos a terminar?

—Silba. Cada vez que silbes, entenderé que estás llorando.

—Entonces silbaré todas las noches y todas las mañanas antes de que el sol salga.

—Cuando Steve me dijo sobre el vínculo que se formó entre tú y él cuando lo mordiste, no fui capaz de entenderlo. Hoy puedo decirte que me está doliendo tanto como si yo fuese a morir contigo.

—Niar…

—Perdóname por reclamar mi transformación cuando ha sido el mejor regalo que pudiste haberme dado.

—Eres descendiente de los Ikarontes, Niar. Tu tamaño será fuente de burlas, pero tu valor proviene de los más grandes y letales leones. Nunca dejes que te intimiden. Nunca —después entornó la mirada a donde Derek y Edwin comenzaban a llorar—. Esto no vale tanto para que se llenen de dolor.

—¿Por qué no? Nunca te volveremos a ver.

—Ya nos habíamos separado.

—Pero no es lo mismo —Derek se limpió los ojos—. Sabíamos que estabas viva, que estabas bien y que en cualquier momento podrías regresar con nosotros.

—¿Y quién asegura que no volverá a suceder?

—Los vampiros suelen morir cuando son quemados.

Stephanie levantó su mano, y la magia celeste que desprendió el movimiento se acentuó sobre las mejillas de los dos chicos secando sus lágrimas y otorgándoles una grandiosa sensación de tranquilidad.

—Yo no soy una vampira normal. Recuerden eso siempre.

»Alexa. Has visto el poder tan sorprendente que eres capaz de engendrar. Has que valga la pena.

—Poliska se arrepentirá de haberte hecho esto. Moveré las tierras para encontrar a quienes te han dañado, y que mi sangre se derrame en sus manos si no consigo ser justa en mis decisiones. Esa es mi más grande ley.

Alejandro respiraba pesadamente cuando se acercó a ella.

—Pedirte perdón por todo lo malo, por todo el daño y por todas las injusticias que te he hecho, ¿serviría de algo?

Pero en lugar de molestarse, Stephanie le sonrió.

—A partir de ahora no tienes que recordar más que los buenos momentos.

—No entiendo cómo sobreviviré a tu partida. No te has ido y una parte de mí está muriendo a tu lado.

—Recuerda que todos esos pequeños sacrificios que yo hice por ti, fueron con todo mi amor. Nunca podría arrepentirme de algo. O sí. El no haberte conocido durante mi vida humana.

—Pudimos haberlo tenido todo.




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