—¡Argh! ¡No puedo creer que viajé hasta esta maldita isla en busca de una respuesta y no tengo una respuesta! ¡Eso fue un robo! ¡Un maldito robo! ¡Esos supuestos príncipes se han burlado de mí! ¡Me embaucaron!
Yako, Samira, Anono, Doguer y Anara observaban cómo la furia inundaba los feroces ojos de Scott y tomaba de rehén a su razón. El Mandato estaba desquiciado, se sentía expuesto y engañado cuando lo único que aquellos siete príncipes pudieron decirle fue Darovën, que en su lengua natal significaba Valor. La valentía creía tenerla, ahora solo le faltaba la estrategia para poder acercarse a Poliska y asesinarla. Golpeaba las cosas de su camarote y los pequeños adornos que terminaban estrellándose contra el suelo en medio de patadas y maldiciones.
—¿Ustedes qué? ¡No se queden de pie mirándome, digan algo!
Samira se cruzó de brazos.
—Tal vez nuestros consejos no sean bien aceptados por Su Majestad, debido al simple hecho de pertenecer a un linaje inferior al vuestro.
Por fin, Scott logró suavizar su mirada.
—Perdón —dijo—, nunca fue mi intención faltarles al respeto de esa manera. Yo… No sé en qué estaba pensando cuando lo dije.
—¿Solo cuando lo dijiste? —Anara lo miró con frialdad—. Desde que llegamos a tus manos, Mandato, nos estuviste mintiendo y ocultando cosas. ¿Lo hiciste porque éramos mujeres, predecibles y quizá traicioneras?
—Eso no es cierto. No lo dije porque creí que ustedes no necesitarían esa información.
—¿La Cornelia no era una información que nos interesara? —Doguer lo fulminó con la mirada—. ¿Cuánto te reíste de nosotras al ver nuestro nivel de poder? Porque, según lo que yo escuché, somos inferiores a la sexta tierra.
—Ya les dije que nunca vi su nivel de poder. Esa es una información de la que solo Niar tiene conocimiento. Lo jodí, entiendo que lo jodí al comentar eso, pero de verdad en este momento ustedes no significan lo mismo para mí. Las respeto y quiero, aunque ya no acepten creerlo.
—Respeto y aprecio —Anono se burló—, ¿por qué ahora, Mandato? ¿Porque sin nosotras no puedes lograr nada?
—Scott —Samira se acercó a él—. ¿Quién te mordió y se enfrentó a un posible castigo de muerte al internarte en la sexta tierra cuando tu presencia estaba prohibida?
—Mi madre.
—¿Quién te cuidó, alimentó y controló tu imparable sed?
—Poliska.
—¿Quién se convirtió en la cuarta Mandata sin la necesidad de ser consorte o descendencia biológica, y que aparte heredó el increíble poder Carpathia?
—Stephanie.
—¿Quiénes regresaron el flujo de la cascada utilizando el mayor poder de sus elementos?
—Ustedes.
—¿Quién los liberó a Dimitrio y a ti del hechizo de prisión que los mantendría encerrados en Kreznna?
—Alexa y las tres brujas.
—Scott, ¿quién ha trapeado el suelo de tu tierra contigo? ¿Quién es la enemiga más fuerte que ahora intentas detener?
—Poliska.
—¿Y sabes qué tienen en común todas ellas?
—Son mujeres.
—Aquello más que soberbia pareció misógino. Pero bueno, los siete príncipes así lo decidieron.
—Perdón. Acepto que lo dije, pues así me sentía. Cuenta que ahora me arrepienta y pida perdón por ello.
—No somos a las únicas a las que les debes una disculpa —Doguer señaló la puerta—. Cometiste el pecado de la lujuria codiciando y envolviéndote con una mujer comprometida en una relación.
—Las cosas entre él y ella ya no estaban bien.
—Eso a ti no te importaba. Tú tenías que tener respeto, pues si es verdad que ella te quería tanto como tú lo crees, entonces primero terminaría con aquella relación.
—Quizá lo iba a hacer esa misma noche.
—¿Y si no?
Scott se mordió la lengua, entendió que Doguer tenía razón y no le quedó más que volverse a colocar su capa y salir a cubierta.
Cuando Alejandro decidió quedarse en Mortum y cuando decidió pelear al lado del Monarca de la muerte y acompañarlo en esta travesía que mucho le costó sus pocas esperanzas de reponerse, lo hizo con la única intención de redimirse y tratar de devolverle un poco de tranquilidad a la tierra que sin ningún motivo aparente odiaba con todas sus fuerzas. Al permanecer y pelear al lado del quinto Mandato, buscaba su propio consuelo y una sutil manera de pedirle perdón a Stephanie por todo el daño que sus palabras le habían causado.
—Alejandro —la voz de Scott sonó suave a causa del buen viento que soplaba y diluía sus palabras—. ¿Me permites hablar contigo?
Alejandro yacía en la barandilla del barco, apoyado sobre sus codos mientras la fuerte brisa salada de las olas le daba directo en la cara. Quizá hoy más que nunca se sentía ahogarse.
—Te escucho.
—Alejandro, no sé ni por dónde empezar.
—Te la pondré fácil. ¿Me dolió verla contigo? Sí. ¿Me dolió caer en la realidad? También. ¿Me dolió recordar el pasado? Por supuesto. Pero a decir verdad, esas imágenes no me sorprendieron como yo esperaba. Yo sabía que tarde o temprano ella regresaría a ti, pero me aferraba a que ese pensamiento no era cierto. Siempre me aferré a la idea de que Stephanie me amaba. Me quería, por supuesto que me quería, me estimaba y apreciaba, pero nunca se enamoró al cien por ciento de mí. Yo fui su gusto, mi sangre fue lo que la hizo desearme con locura, pero también fui la pinza que desenterraría esa esquirla que nunca dejó de molestarla. Scott, ella trató de remplazarte conmigo, y no, tampoco tengo intenciones de reclamarlo como un uso, sino más bien como una resignación a tener una nueva vida.
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Editado: 07.05.2024