Tardó al menos dos horas y media en remar hasta Mortum. Durante todo ese trayecto, aparte de maldecir y quejarse por el enorme peso de los remos, Dimitrio estaba recordando. Pensó en todas y cada una de las palabras de Zacarías, en las de Magnus y en las de él mismo. Recordaba que en algún momento el primer Mandato le había mencionado que él serviría como inspiración para muchos otros vampiros de las siguientes generaciones. Tonto de él pues se burló y decidió no creerle, no hasta que vio el recuerdo, o más bien el pecado de Scott.
Dimitrio era un ser solitario. Le gustaba la tranquilidad, los libros y solo a veces mantener una tranquila charla con Minerva mientras éste recolectaba algunos granos de café y ella se enfocaba en las numerosas plantas que crecían alrededor del campo. A veces solía pensar en Poliska y su pasado, en el enorme coraje que le seguía guardando a ese Demonio, e incluso a veces llegaba a fantasear con asesinarla y tomar su venganza, no solo por lo que le hizo a Keila, sino también por lo que le hizo a él al encerrarlo casi perpetuamente en Kreznna. Pero hoy, este día en específico, el vampiro estaba guiando su decisión más hacia un acontecimiento que rompería con su egoísmo. No deseaba que Scott se volviera a enfrentar con la ferocidad de los Tatalanes, y por lo mismo, él tomaría las riendas del asunto. Pero primero, debía dejar que Poliska lo tocara, que se sintiera cómoda y victoriosa. Le haría creer que ella estaba ganando.
Cuando llegó a Mortum, mucho le sorprendió saber lo terrible y tétrico que se veía aquel lugar. Es verdad que Mortum es la tierra de la muerte, pero existe una enorme diferencia entre la muerte y el sufrimiento, pues a pesar de que normalmente se encuentran ligadas entre sí, no siempre vienen juntas.
Saravasti tenía razón, los Tatalanes estaban dormidos, sin embargo, aquello no significaba que Poliska también lo estuviera.
Dimitrio tomó grandes bocanadas de aire, pues a pesar de ser un vampiro, sentía que aquellas respiraciones le hacían falta, demasiada falta.
—Ay Zacarías, si tan solo vieras lo que hizo esta loca con tu castillo, volverías a morirte.
El vampiro entró al castillo de Mortum, o al menos a lo que quedaba de él, después de cruzar una amplia decoración de siete estatuas de piedra. Él sabía a quiénes estaban representando dichas estatuas y lo que significaban sus posiciones, por lo que apretó los puños y se obligó a ignorarlas, rogando porque Scott y compañía se dieran cuenta de su significado.
Dentro del castillo no había más que silencio, un espantoso silencio lleno de suspenso y temor.
—No te hagas la desentendida, pues bien sabías que yo iba a venir —dijo cuando una figura espectral se deslizó por las escaleras. La mujer caminó con la tela de su largo vestido cubriéndole el cuerpo y una corona de oro y diamante puesta en la cabeza.
—No puede ser.
—¿Te gusta mi corona? —le dijo ella.
—Y de las dos, ¿tenías que ponerte la de Zacarías?
—Poder representa poder.
—Tú no tienes poder. Lo que tú tienes es una ambición desquiciada. ¿Cuál ha sido el motivo de todo esto? ¿Cuál? ¿Desde hace cuantos años has orquestado esta maldita masacre? Mínimo me merezco esas respuestas después de todo el daño que me causaste.
—Vi la oportunidad y simplemente la aproveché.
—Eso no es cierto, tú no eres así, Poliska.
Pero ella solo lo miraba de los pies a la cabeza.
—Hasta cierto punto tienes razón, pero, estúpida nunca he sido.
—Claro, por eso esperaste hasta ahora para dar tu golpe. No lo harías en el reinado de Zacarías porque nunca le hubieras ganado, no lo harías en el reinado de Magnus porque a pesar de parecer un estúpido libertino, Magnus era más poderoso que tú. Te aterró su valentía para Recitar la Gran Magia y fue por eso que esperaste hasta el reinado de Anetta para comenzar con tu plan. Te aprovechaste de que no tenía ningún don sobrenatural y de su ingenuo pensamiento de “todos son buenos”. Debió ser agotador esperar tanto tiempo. ¿Sabes Poliska? Hay algo que siempre me he preguntado, y creo que por fin llegó el momento adecuado de cuestionarlo. No tenías idea de que Stephanie Anderson llegaría cumpliendo con la visión de ser la cuarta Mandata, ¿verdad?
—Y ahora yo te hago una pregunta más interesante. ¿Qué sentiste cuando supiste que habían asesinado a Keila?
—Lo mismo que tú, bruja. A mí me arrebataron al amor de mi vida, pero a ti te derrocaron tu maldito plan para apropiarte de la sexta tierra. Te faltó valor para aparecer y dar la cara como quien había creado la magia artificial de sus ojos.
—Yo no soy la que se siente aterrada ahora mismo.
—La diferencia entre tú y yo, Demonio, es que yo sí lo acepto. Me estoy muriendo de miedo. Pero sé que tú también.
—¿De verdad, Dimitrio? ¿De verdad piensas, siendo tú tan sensato e inteligente que puedes vencerme solo?
—¿Quién dijo que he venido a eso?
—De otra forma nunca te hubieras aparecido. Aunque te duela reconocerlo, no porque Hécate Magnus te haya mordido podrás igualarlo.
—Por supuesto que no. Al contrario —sonrió—; Magnus hubiera deseado ser como yo. ¿Sabes una cosa? A Scott no le va a gustar tu espantosa decoración del jardín.
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Editado: 07.05.2024