Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 18. La última batalla (Parte 3)

Un humo gris flotaba alrededor de cuatro cuerpos totalmente desnudos. Alexa y las tres brujas habían agotado todos sus intentos para rescatar a Dimitrio. Pues si bien tendrían que liberarlo de aquella prisión que, evidentemente le estaba causando un descomunal daño, también debían despertarlo.

En sus blancas pieles se habían dibujado varios símbolos de protección que viajaban desde los brazos hasta el cuello y la frente. Pentagramas, estrellas y lunas dibujadas con su propia sangre mientras cerraban sus ojos y repetían una y otra vez el mismo conjuro de liberación. Por desgracia nada estaba marchando bien, entre más alto levantaban sus oraciones, la verbena ardía con tal fuerza que pronto terminaría llegando al vampiro.

El sudor escurría por las mejillas y nariz de Alexa, llegaba hasta su cuello y comenzaba a borrar las simétricas estrellas que ella misma se había trazado.

Afuera, una batalla campal seguía en su más alto clímax. Danisha huía por su vida, trataba de ocultarse bajo enormes trozos de concreto y acero, pero las enredaderas siempre lograban encontrarla y tratar de apresarla para matarla.

—¡Dani!

—¡Kerry, ya no puedo! ¡No importa a dónde vaya, esas cosas no dejan de seguirme! ¡Kerry, ayúdame!

—Tengo que sacarte de aquí…

—¡DANI! —el grito de Steve reverberó en lo más alto del cielo, y aunque el vampiro trató de correr y llegar hasta ella, no consiguió hacerlo. Las plantas se enroscaron alrededor de los pies de Danisha y Kerry, los arrastraron en diferentes direcciones y los obligaron a soltarse.

—¡DANISHA! —Kerry se desgarró la garganta en aquel grito cuando vio al amor de su vida ser amarrada y atravesada por aquellas mismas ramas demoniacas.

—¡Dani! —Steve alcanzó a sostener su cuerpo cuando las enredaderas lo liberaron y dejaron caer—. ¡Danisha, despierta! ¡Danisha! ¡No, no te vayas!

—Veré a Steph… —y entonces sus ojos se cerraron.

Su estatua, colocada en uno de los picos de la estrella, explotó y los diminutos pedacitos de concreto salieron volando.

Un espantoso ruido llamó la atención de todos. Una de las paredes del castillo con vista hacia el océano crujió tan fuerte que hizo temblar la tierra y luego comenzó a partirse hasta que un enorme trozo cayó sobre algunos guardias que peleaban. El viento chilló, y justo antes de que el titán de concreto cayera, se escuchó el ensordecedor grito de Alejandro.

—¡¡¡Bruce, hazte a un lado!!!

Cuando el Cazador de las Altas Mareas levantó la mirada, era tarde. Ni él ni nadie podrían ayudarlo. El gigante cayó sobre él y arrastró su cuerpo al interior del oscuro y profundo fondo del océano.

—¡¡¡Samira!!! —Kharo gritó cuando la Reina de los Mares abandonó su lucha y se lanzó detrás del concreto que comenzaba a hundirse.

El golpe del agua fue brutal, tanto que incluso la sirena pudo sentirlo en cada nervio existente de su cuerpo. Sus piernas se transformaron en su enorme aleta y aquello le dio la fuerza necesaria para impulsarse y nadar más rápido.

Sí, es verdad que Bruce, al ser un vampiro, no podría ahogarse. Sin embargo nada le impediría al golpe destrozar su cuerpo cuando el concreto se cerniera sobre él al llegar al fondo marino.

Samira nadó, sintió como sus costillas eran aplastadas por toneladas de presión, sintió su nariz sangrar y sus ojos llorar, pero más sentiría no poder hacer nada para rescatarlo. Él tenía razón, la sirena lo seguía queriendo.

La reina se hundió debajo del enorme trozo, buscó desesperada y retiró las millones de partículas de polvo oscuro que le impedían divisar su objetivo. Cuando de pronto, pudo verlo. Luchando como cuán recio soldado, Bruce pataleaba y escalaba por el muro para poder encontrar la salida. Pero no conseguiría llegar a ella a menos que sus piernas se transformaran.

De pronto, sintió un par de brazos que lo tomaban del pecho y lo ayudaban a nadar. El Cazador estaba desesperado, completamente aterrorizado hasta que finalmente sus ojos pudieron ver un cálido destello gris que le anunciaba, o su verdadera muerte, o su salvación.

Samira profirió un alarido de dolor cuando su aleta se transformó en sus dos piernas al tocar la superficie.

—¡Samira! ¡Samira! —Bruce intentaba hablarle—. Dime que estás bien, Samira.

—Ya, me tiene, ¡CANSADA!

El mar se agitó violentamente, las olas incrementaron su tamaño y la espuma subió hasta cubrir las costas y estrellarse con las rocas. El viento se convirtió en un fuerte vendaval, obligando a los guerreros de las Altas Mareas fijar sus miradas en el cielo. Ellos sí sabían lo que estaba a punto de suceder.

Bruce se quedó impávido, totalmente sorprendido y asustado cuando las olas giraron alrededor de la reina de los Mares en un torbellino extasiado de poder y destrucción. Su expresión era fría, sus dos ojos se convirtieron en dos pozos idénticos de un odio insoldable que representaban el corazón y el alma de una raza guerrera. El momento más destructivo ocurrió cuando la mujer juntó sus manos; el océano se levantó, dejando a la vista el impresionante fondo marino y los barcos que llevaban siglos hundidos. El cielo tronó y los relámpagos cayeron cuando dos dantescas trombas marinas se formaron y su punta descendió hacia la tierra.




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