Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 19. Hoy y siempre, seamos héroes (Parte 1)

El océano regresó a su lugar, las olas cayeron y la Reina de los Mares se desplomó sobre sus rodillas. Seguramente su cuerpo se habría golpeado con las rocas y la dureza del suelo, pero un par de enormes y musculosos brazos acudieron a su rescate.

—Esto me ha dejado una sola cosa muy en claro —la suave y varonil voz del Cazador sonó sobre su oído. Samira levantó la mirada, estaba demasiado cansada para preguntar, pero él entendió su expresión como si lo hubiera hecho—. Nunca provocaré que te molestes. —finalmente le besó la sien.

—Y yo nunca permitiré que te suceda nada malo.

—Samira —ella lo miró—, nunca he dejado de quererte.

Anono emergió del agua levantando en alto su arco y flecha que por fortuna habían resultado ilesos después del ataque marino.

—¿Dónde está Poliska?

El Demonio hizo temblar todos los escombros y barcos que habían caído sobre ella. Los apartó con una oleada masiva de su poder y volvió a mostrarse, pero esta vez con una mirada asesina y su armadura rota en varias partes de su cuerpo. La corona también se le había caído.

—¡Niar! —Scott apartó las ramas carbonizadas que lo habían golpeado—. ¡Niar! ¡Utiliza la Cornelia!

El dúrkel estaba corriendo. Alabaster, Bram y Kaín corrían detrás de él, golpeando y rebanando con sus espadas todas las hierbas que intentaban perseguirlo. Pero como ya se había mencionado al principio, aquel lugar se había convertido en una tierra atestada de plantas que parecían reproducirse cada maldito segundo.

—¡Niar!

El chico se quedó quieto cuando vio a las enredaderas enrollarse alrededor de los cuellos de los tres Pulcros. A su alrededor los suelos se partían, las paredes se agrietaban y una enorme cantidad de plantas con apariencia de serpientes emergían de ella.

—¡Aaaaaaaaaaaah! —el dúrkel gritó y apretó sus ojos seguro de su final y seguro de que iba a morir. Pero unos segundos gritos, ajenos a él, lo obligaron a abrir los ojos.

Los ojos de Derek y Edwin brillaban mientras sus bocas se llenaban de sangre, sangre gernarda que ni por asomo consiguió alterar los sentidos del pequeño vampiro. Los dos hombres yacían frente a él, con los pechos atravesados y sus costillas atoradas en la superficie verde de la enredadera.

—Niar, ve… te —y entonces sus dos estatuas reventaron.

—¡Niar! —a lo lejos, Scott lo seguía llamando.

La diminuta criatura estaba temblando de miedo. Nadie de los guerreros de Poliska sabía la verdad, nadie sabía que él era el portador de la tan temible Cornelia, pero al escuchar la necesidad con la que el Mandato de la muerte lo estaba solicitando, no dudaron en pensar que su presencia era importante.

Fueron alrededor de doce los guerreros que se lanzaron sobre él. Entre arpías, adefesios y vampiros corrieron dispuestos a matarlo, pero un enorme hombre, con el cabello largo y negro recogido en una trenza y su armadura revolcada con tierra y mugre se plantó frente a ellos. Su espada brillaba como una advertencia letal, como una promesa de sangre y muerte.

—Vete —Alabaster le cedió el camino—. Yo me quedaré a detenerlos.

Alabaster no solo era un miembro del concejo mortuanio y no solo era el Pulcro con el carácter más avinagrado de todo el país. Era un guerrero, un joven de edad cronológica que se estrenó en la guerra de la peor forma cuando los tritones atacaron Mortum. Fue un centinela que peleó al lado de Hécate Magnus en la Guerra de los Condenados.

—Se harán canciones con mi nombre —el vampiro sonrió y levantó su espada mientras cortaba, apuñalaba y golpeaba. Un remolino, cortó aquí y allá, con su espada hizo trizas a todos los que llegaron, y después a otros y a otros más.

En sus labios brillaba una hermosa sonrisa de victoria y libertad. Sin duda su nombre pasaría a la historia como el vampiro que peleó y defendió el lado oeste de las puertas reales.

Niar tomó impulso, se puso de pie, apartó la mirada de sus amigos y de los Pulcros que lo habían defendido y echó a correr. Corrió con valentía, entrega y coraje; como un vampiro; corrió como cuando lo obligaban a correr en la cancha deportiva de doce metros de su instituto; corrió pensando en Alexa, y cuando por fin consiguió llegar al borde de una roca y mirar al Demonio que parecía indestructible, los números aparecieron ante sus ojos.

—¡1-D! ¡La Cornelia lo mide como 1-D!

Entonces las ramas se abrieron camino por la tierra, se levantaron en lo alto y le partieron el pecho en un profundo y aterrador agujero.

—¡Niar! —Scott soltó su espada.

—¡No! —Kharo profirió un desgarrador grito—. ¡Va detrás de Steve!

Y como si el vampiro ya estuviera aceptando su destino, Steve se quedó quieto, se apartó de donde Kerry se abrazaba al cuerpo de Danisha, y justo cuando Kharo corría hacia él, las enredaderas salieron y le atravesaron el pecho.

—¡Steve! —la vampira acunó sus mejillas entre sus manos. Sus ojos brillaron casi como si estuviera llorando y entonces le besó sus labios cubiertos de danonibus.

—Kharo, siempre me han gustado las cosas pequeñas y fuertes… —su estatua se hizo añicos.




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