Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 19. Hoy y siempre, seamos héroes (Parte 2)

El conjuro de Kharo desapareció, devolviéndole a Alejandro su aspecto natural, aquel rostro joven de veinte años que muchas veces Stephanie acarició y besó con el mayor de los cariños.

El Mandato no podía respirar, le faltaba el aire y el pecho le dolía horrores. Sus sentimientos se estrellaron unos con otros, sus labios se resecaron y su mirada se tornó violenta. Cualquiera se estaría muriendo de miedo. Samira, Anara, Anono, Doguer y Yako no paraban de temblar y llorar, los soldados retrocedieron atemorizados, el cielo se oscureció un poco más, y la esperanza que alguna vez pudieron albergar sus corazones, se vio destrozada cuando Poliska recurrió a sus reservas de poder y se levantó en el cielo, proclamándose la reina absoluta de los seis reinos y todas las islas.

—¡Inclínense ante su soberana! —gritó y los relámpagos de lumbre crepitaron a su alrededor.

—El miedo —los labios del Mandato dejaron escapar un leve susurro que tomó mucha mayor fuerza en sus pensamientos—. El miedo te hunde. Para enfrentar a tus siete pecados necesitarás mucho valor. Mis pecados me dieron ese valor, valor para enfrentarlos, aceptarlos y querer corregirlos. No quiero que esto siga así, no quiero que más gente siga muriendo, no quiero ver mi mundo y destruirme por lo que sucedió. No quiero seguir dependiendo de nadie. No quiero seguir así. Un sacrificio con miedo no es más que solo una obligación. Es mi palacio. Tengo la corona, y es mi momento para defenderlo.

El Mandato extendió los brazos, cerró los ojos y se concentró en lo que su corazón deseaba.

“Toda criatura tiene un corazón, y el hecho de que seas un ser aparentemente sin vida, no significa que no puedas tener uno”. Le había dicho Saravasti, y vaya que tenía razón.

Una violenta tormenta empezaba a formarse en el horizonte. Era el tipo de tormenta que quebraba ciudades, arrancaba montañas y destruía reinos.

Dimitrio contemplaba cómo Minerva, Emma y Oska se abrazaban al cuerpo inmóvil de Alexa, pero cuando una sensación diferente le electrificó el cuerpo, no pudo evitar salir y contemplar las espesas nubes que se formaban en un círculo oscuro en el cielo.

—¡Scott! —gritó. Esta escena ya la había visto una vez, y anticipando lo que el quinto Mandato estaba haciendo, corrió mientras gritaba su nombre.

Una magia externa a los cinco reinos lo levantó en el cielo mientras las nubes retumbaban como tambores de guerra enfurecidos. El viento abrazó su cuerpo e hizo ondear una impresionante capa oscura de rey.

Dimitrio lo vio, y cuando lo hizo, la imagen de hace mucho tiempo volvió a materializarse en su cabeza. Exactamente, así como Scott estaba ascendiendo al firmamento, lo hizo Hécate Magnus. Scott Roximén estaba Recitando la Gran Magia. Y lo estaba consiguiendo.

En su corazón ya no había miedo, su respiración se había vuelto suave y pausada, y cuando consiguió abrir los ojos, un hermoso brillo rodeó su cuerpo entero. El brillo más bonito y celestial que alguien podría ver en toda su vida. Ya no había marcha atrás, la Gran Magia estaba en su cuerpo, y aunque su reloj de muerte perpetua estuviera echándose a andar, a él no pareció importarle. Pensó que quizá así se habría sentido Hécate Magnus cuando decidió Recitarla, e incluso lanzó una carcajada muy parecida a la del antiguo monarca.

—¡Scott! —Kerry trató de correr hasta él, de rogarle que no lo hiciera y que todos juntos podrían acabar con Poliska, pero por desgracia no pudo llegar a tiempo.

Nada acabaría con Poliska más que la Gran Magia, y el propio Demonio lo sabía. Cuando vio al Mandato elevarse en los cielos y brillar con aquel distintivo halo de luz, dejó que sus hombros cayeran derrotados, y una extraña e incomprendida sonrisa se formó en sus labios.

—Después de todo, sí aprendiste a no tenerme miedo —susurró para ella misma.

El Mandato se le dejó ir encima. Al final, los siete príncipes del infierno sí le habían dado su respuesta. Ha darovën: No tengas miedo. Y entonces se abalanzó sobre ella, los truenos hicieron cimbrar las tierras y el océano. Scott clavó sus manos sobre ella, la miró a los ojos, y aunque una parte de él, muy diminuta, sentía lástima por la nodriza que estaba a punto de perder, también le llenó de orgullo saber que sería él quien acabaría con su reino de horror.

Scott atravesó con una de sus manos el pecho de Poliska igual que sus enredaderas lo habían hecho con sus amigos, y al extraerla de regreso, se llevó consigo un impresionante corazón negro que seguía latiendo. Lo sostuvo frente a su boca y entonces lo devoró de dos únicos mordiscos.

El Demonio gritó, sus ojos se pusieron blancos y todo su cuerpo se envolvió con sus mismas trepadoras hasta incendiarse y arder con el más agresivo fuego del Otro Mundo.

Scott se apartó, su cuerpo seguía brillando y sus ojos ahora tenían un precioso color dorado. Las pocas paredes del castillo terminaron de derrumbarse, las montañas cayeron, los suelos se partieron y cuando las majestuosas águilas de Anono sobrevolaron la sexta tierra, se dieron cuenta de la increíble imagen que se hallaba a sus pies. Mortum ahora tenía la forma de una enorme calavera. Una vez más, la tierra de la muerte le hacía orgullo a su nombre.

Con la muerte de Poliska, las nubes se abrieron en enormes agujeros que dejaron entrar la luz. El océano regresó a su natural calma y las enredaderas se marchitaron como simples flores en otoño.




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