Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 20. Los fantasmas también se desvanecen (Parte 1)

BALEFIA. 20 AÑOS DESPUÉS

Estimado diario…

¿Crees en la reencarnación?

Hace unos días volví a tener otra vez uno de esos extraños sueños. Me pareció de lo más descabellado posible, una locura, una tormenta de imposibilidades que lograrían ahogarme en una pequeña tina de agua. Pero qué bueno que muchas cosas funcionan así. “Puedo pensar en 6 imposibilidades antes de empezar el día”.

Tengo deseos de contarte cómo sucedió dicho sueño. Bueno, para no abandonar directamente los detalles, yo tenía puesto un hermoso vestido, una marea completa de telas rojas, oscuras y con algunos toques de blanco. Llevaba zapatillas de terciopelo y un hermoso conjunto de aretes. También recuerdo que de mi cuello colgaba un hermoso collar de oro con un enorme zafiro en el centro. ¿Sabes? Creo haber visto ese mismo collar en otra parte, quizá en otro sueño, pero ahora que lo pienso, quizá solo sea un instinto primitivo que busca mi mente para darle respuesta. Cuando yo toqué con mi dedo índice aquel collar, extrañamente me sentí protegida, envuelta por un par de brazos inmensos que servirían como escudo a cualquier daño que intentasen hacerme.

Retomando el sueño, yo caminé con ese hermoso vestido por un pasillo largo y lleno de cuadros, pinturas elaboradas con óleo que teñían el lienzo con las más hermosas tonalidades de color. Llegué a una puerta, hermosa esa puerta de caoba y ornamentaciones en dorado y platino. Al otro lado, un hermoso balcón me estaba esperando.

Recuerdo aquella sensación como la más hermosa y mágica que hubiera experimentado en toda mi vida. Pero, ¿sabes qué fue lo que realmente me sorprendió? Que en ese mismo balcón se encontraba un hermoso joven. Vestía un saco oscuro del mismo tono que sus pantalones, un cinturón gris y una larguísima capa de seda, tan oscura como el ébano. Sus manos estaban llenas de ostentosos anillos; las tres combinaciones del oro: blanco, amarillo y rosa. Cuando me vio, sus ojos dorados se le iluminaron y su sonrisa creció mientras me extendía una de sus manos blancas.

No me sentí aterrada, mucho menos cuando pude distinguir lo que era. Era un vampiro, estoy segura de ello, pero por ningún motivo sentí deseos de huir, gritar o maldecir. Era como si lo conociera de toda mi vida. Como si nuestros caminos estuviesen destinados a estar juntos. Cuando me sonrió, una sensación de alivio y añoranza se extendió por todo mi cuerpo.

Deseaba abalanzarme sobre él, besarlo, abrazarlo y decirle cuánto lo amaba, pero entonces un par de trompetas resonaron debajo de nuestros pies. Le pregunté qué es lo que estaba sucediendo, y tras la eufonía de una aterciopelada voz, el muchacho respondió:

—Van a coronar al rey.

¿Quién era el rey? Nunca lo supe, porque en ese momento desperté.

Ella dejó su lapicero sobre la cubierta. Cierra su libreta que toma como diario, cuando escucha el grito de su madre que proviene de la cocina:

—¡Stephanie, los bocadillos que me pediste están listos!

—¡Voy en un segundo, madre!

Cabello oscuro, ojos marrones y piel blanca, quizá un poco acaramelada por el sol, pero es ella; en otra vida, en otro tiempo, solo que aún no lo sabe.

Su madre la recibe con una adorable sonrisa, le aprieta una mejilla y le besa la frente. La ama.

—Si necesitas algo más, estaré en mi recámara. Tu padre no tarda en llegar y más tarde cenaremos todos juntos. Le preparé un pastel de cumpleaños.

—Está bien. Yo estaré en la habitación con mi abuelo.

A Phanie le encanta visitar al abuelo, pues aunque viva en la misma casa que ella, Stephanie lo describe como un lugar mágico. Lleno de libros, lleno de escrituras, mapas, investigaciones y leyendas, y por supuesto, un adorable anciano, profesor jubilado de historia en el Instituto de Balefia. Sin duda alguna, aquel hombre es una amplia fuente de conocimientos, sobre todo porque le gustan las leyendas y los mitos antiguos.

—¿Puedo pasar?

—Stephanie, cariño. Entra, entra. Llegas en el mejor momento.

—Le pedí a mamá que nos hiciera bocadillos. Tengo algo que contarte.

—¿Otro sueño? Siéntate, querida. A mí me encanta escucharte.

La muchacha se sienta frente a él, le pasa la bandeja de comida y entonces apoya su mejilla izquierda sobre sus nudillos. Le encanta hablar con su abuelo porque es el único que parece entenderla.

—¿Esta vez qué soñaste? ¿Acaso volviste a soñar con el mismo joven de las veces pasadas? Con el vampiro.

Ella le sonríe cariñosamente.

—Sí, volví a soñar con él, pero esta vez estaban coronando a un rey.

—¿Un rey? ¿Y de dónde era ese rey?

—No lo sé. Supongo que él estaba a punto de decírmelo, pero entonces desperté y ya no logré escucharlo. ¿Crees que esté desvariando? ¿Crees que he perdido la razón? Quizá deba dejar de leer tantos libros de fantasía. ¡Oh, Dios! Si les contara a mis padres sobre mis sueños, lo considerarían una locura.

—¿Locura? Nada de eso, mi niña. Los vampiros no son una locura.

—Ojalá las demás personas pudieran creerlo tan firme como tú.




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