Mortum Il: Las Torres De Berón (libro 2)

Cap. 20. Los fantasmas también se desvanecen (Parte 2)

—Oh, mi niña querida, me temo que eso no es posible. La entrada para los humanos está prohibida. Se dice que en Las Ascuas de Quitakram, existe una hermosa cascada de agua cristalina que desciende como un titán furioso y que asesinaría a cualquier humano que intentase cruzarla. Además, mucho tiene que ver el respeto.

—¿Respeto?

—¿Te gustaría que un día los marcianos nos invadieran y nos arrancaran nuestras tierras con muerte y violencia?

—Por supuesto que no.

—Es evidente que el ser humano haría lo mismo con el Otro Mundo.

Phanie bajó la mirada. Su abuelo tenía mucha razón.

—¿Podrías hablarme más de ese lugar?

El anciano soltó una fuerte carcajada que acentuó aún más las numerosas arrugas de su rostro y mostró su boca mellada por la edad.

—¿Sabes? Me acabas de recordar el entusiasmo de uno de mis estudiantes. Hace muchos años, cuando yo daba clases en el instituto de Balefia, tuve la oportunidad de hablar con uno de mis alumnos. El muchachito me preguntaba sobre vampiros y sobre las viejas leyendas que se cernían sobre una antigua Balefia. Recuerdo que la primera vez que le hablé sobre esto, se desmayó. Así, sin más. Tal vez se sintió atemorizado, o qué sé yo, el punto es que dos días después volvió a buscarme para que le siguiera hablando sobre Guillermo Salamón.

—¿El asesino que mató más humanos que demonios?

—Exactamente.

—Recuerdo que cuando era pequeña, solías contarme su historia para que me durmiera. Aunque más que cuento para dormir, era en realidad una historia de terror que me haría tener pesadillas. Salamón era un desalmado.

—Ni me lo recuerdes.

—Qué bueno que Hécate Magnus lo puso en su lugar.

—Recuerda que en toda buena historia, ya sea de fantasía o real, Hécate Magnus está presente.

—Oye abuelito, ¿y qué pasó con ese muchacho que te buscaba para escuchar tus historias?

—No lo sé, querida. Terminó el instituto y jamás volví a saber de él. Quizá se mudó, se casó y ahora tenga un excelente trabajo lejos de Nueva Lenoa.

—O tal vez se convirtió en un vampiro.

—Todo podría ser posible, mi niña.

—¿Qué criaturas habitarán en el Otro Mundo?

—Nunca he podido viajar allí para contártelo, pero puedo apostar que todo lo mitológico que pueda existir.

—¿Crees que aparte de vampiros, haya sirenas?

—¡Muy posiblemente! ¿Sabes? No hace mucho tiempo, divagando por el bosque de Vermont me encontré un antiguo papel casi inservible. En él se hallaba escrita una hermosa historia que hablaba sobre una wicca. Una bruja de los elementos. La reina wiccana llamada Alexandra. Se dice que es ella quien ahora gobierna sus tierras después de la muerte de la primera reina. Pero una vez más y como ya te lo he dicho, no estoy seguro de que sea una historia real, mucho menos porque aquel papel era un trozo de libreta que seguramente algún estudiante, o escritor en busca de inspiración, perdió por accidente.

—¿Reina wiccana? Suena... mágico.

—Y vaya que lo es. Bueno, tu padre no tarda en llegar, y según escuché, tu madre planea sorprenderlo con una cena y un pastel.

—Eso dijo.

—Entonces, creo que es momento de que subas y te arregles. Tenemos que ponernos elegantes para nuestra propia fiesta de salón.

La muchacha le sonrió, volvió a besarle la frente y entonces regresó a su habitación. Estaba tan concentrada vistiéndose, cuando un inusual sonido le hizo girar la cabeza.

Una de las bisagras de la ventana había rechinado, y cuando Phanie pudo contemplar a las tres figuras espectrales que habían entrado, entonces una amplia sonrisa de intriga iluminó sus ojos. Aquellas figuras eran las de: Una joven hermosa, delgada como las sílfides, blanca como el alabastro y fina como una condesa de París. Un joven alto, delgado, blanco y de ojos oscuros como la noche, de nariz larga y mejillas poco coloradas. Y un apuesto joven, de mandíbula dura, cabello oscuro y una impresionante mirada dorada, tan reluciente como el sol. Este último era él, el vampiro de sus sueños.

—¿Cómo entraron? —la pregunta de Stephanie no estaba ligada a una cuestión sobrenatural, sino a una genuina sorpresa.

¿Recuerdan que una mujer había adquirido la propiedad de la cuarta Mandata cuando ella y Alejandro se marcharon de Balefia? Fue la madre de Stephanie quien la compró.

—Por la ventana —la hermosa Vampiresa de París señaló la cortina de motas azules que todavía seguía moviéndose.

—¿Quiénes son?

—No te ves asustada —el muchacho de las mejillas rojas le sonrió.

—¿Debería estarlo? —la joven enarcó una ceja, pero cuando su atención se desvió hacia el último de los chicos, el semblante le cambió por completo.

—¡Stephanie, tu padre ya llegó! —escuchó el grito de su amada madre y deseó poder ignorarlo.

—Ve, acude a su llamado —el joven de ojos dorados le sonrió, y aquel gesto fue lo suficientemente familiar como para removerle el estómago, el corazón, los labios y todo el cuerpo a la chica.




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