Era una oscura noche que igualaba a las penumbras que en el infierno anidan, una en la que se podía respirar el mal sin necesidad de esforzarse mucho. Alejandra dormía tranquilamente y a su lado su bebé de tan sólo unos meses de nacida; su esposo trabajaba de noche por lo que ella estaba sola con su hija en esa gran habitación. Su cama estaba separada de la pared a excepción de la cabecera, y en dirección a los pies de ella, para el lado de su hija, había una ventana abierta y sin rejas, pues hacía mucho calor y no había ventilador.
Esa ventana apuntaba al patio de atrás, y enseguida una casa abandonada.
Sólo unos rayos de luz, provenientes de un poste de la calle de atrás alcanzaban a entrar a la habitación.
Hay una dimensión que está en medio de entre estar dormido y estar despierto, es un transe en el que una de las partes del cerebro, la que se encarga de mandar movimiento al cuerpo, se duerme, se llama parálisis de sueño. Y en esa parálisis, el humano puede experimentar situaciones muy macabras y será tormentoso pues no podrá mover su cuerpo a menos que se concentre.
Eran más o menos entre las tres y las cuatro de la madrugada cuando ella "despertó", no del todo, y sus vista buscó a la bebé pero enseguida algo le dijo que volteara hacia la ventana.
Y ahí estaba el demoníaco visitante en posición de cuclillas en la pura entrada de la ventana. Esa posición era fácil para él pues parecía un mono, todo su cuerpo era peludo y asemejaba tener brasas calientes que combinaban con sus ojos, como si fuese el mismísimo infierno. No tenía cuernos, pero si unas puntiagudas y largas orejas que le daban el aspecto mundano de una horripilante bestia.
Ella quiso gritar, pero no pudo emitir sonido alguno; quiso entonces abrazar a su retoño para salir corriendo pero tampoco pudo mover ni un músculo de su cuerpo por lo que sólo se limitó a cuidarla con la vista.
El ambiente era tan denso y pesado que no parecía estar en las características normales del planeta, sólo algo se respiraba ahí en ese momento: miedo.
Sentía que la gravedad era mucho mayor y la aplastaba contra la cama hasta casi dejarla sin respiración.
Y alterose ella, demasiado, cuando el hediondo ente bajó de la ventana y empezó a caminar de forma lenta por el espacio donde estaba su hija, su inocente hija. El demonio se detuvo y puso toda la atención en la bebé, parado a su lado, agachó su cabeza y puso su vista fijamente en ella.
Y limitose la mamá, a rezar para sus adentros desde lo más profundo de su ser, el famoso rezo 'padre nuestro', repelente de todo mal, repetidas veces y cerrando sus ojos tan fuerte como para que le doliesen.
Ahora el visitante la miraba a ella y sonreía, mostrando sus colmillos sucios y filosos.
Y repitiose los rezos con toda su alma, pidiéndole a Dios que protegiera a su hija de ese aspecto tan horrible que quién sabe qué quería de ellas. Pensaba en su impotencia mientras seguía rezando; pensaba también en su marido trabajando en ese momento, que no estaba ahí para cuidarlas, para abrazarlas.
Y cuando los rezos fueron más fuertes e incesantes, fue cuando el maldito ente empezó a caminar de nuevo hacia donde estaba la ventana.
Y el llegar a ella, echó la vista hacia Alejandra y su hija nuevamente, como despedida, y volvió a sonreír de forma macabra.
Y saltó hacia la ventana con la agilidad de un mono vacilante de la selva, a excepción de que este tenía fuego en todo su cuerpo, para brincar hacia la casa abandonada y de ahí perderse en un eucalipto gigante de la cuadra vecina.
Fue entonces cuando el aire volvió a ser normal y respirable y Alejandra pudo moverse y tomar a su hija en los brazos apretándola contra su pecho. Pudo gritar, lo suficiente para que su tía, que estaba en la habitación de en frente, la escuchara y le diera asilo en la suya.
Lo raro fue que, cuando ella pudo moverse, (habiendo roto la parálisis de sueño) podía seguir viendo a través de la ventana a ese demonio que se alejaba saltando entre las ramas de los árboles aún cuando ya estaba despierta del todo.
Incluso después de ese incidente, el visitante volvía en esas parálisis de sueño y Alejandra escuchaba sus carcajadas terroríficas y malditas y podía sentir que largas y afiladas garras le acariciaban las piernas de forma lujuriosa.
Y el marido, con toda la impotencia del mundo al enterarse, porque, ¿¡qué le puedes hacer a un demonio que viene del infierno!?, se desvelaba algunas noches a esperarlo, pero nunca se le apareció a él.
Incluso lo invocaba y deseaba en su mente que se apareciera ante sus ojos para reclamarle el hecho de aprovecharse de la debilidad de una mujer y su bebé y no de una persona con más pecados, un hombre que se pudiera al menos "defender".
Pero el maldito visitante nunca se le apareció a él.