Mosaico

14. La mosca que abandonó sus alas

" Y que la virtud siempre te alcance, mas que nunca te rebase "

Adrián Martínez.
 


 

Mi hija siempre ha sido muy curiosa y preguntona, y yo, encantado de llenar su cerebro de información, le proveo de mi conocimiento sin caer  en fanatismos, siendo neutral siempre y enseñando de manera sencilla y entendible los cuestionamientos que a lo largo de su corta vida me ha hecho. 
Tiene seis años, pero es rápida aprendiendo ciertas cosas, como por ejemplo, hasta hace poco no sabía andar en bicicleta; un día, le quité las llantas de seguridad a la pequeña bicicleta y le dije que saliéramos a la calle para que aprendiera, y aprendió en menos de medio día. Cuando tenía seis meses, hablaba el doble de palabras que un bebé de esa edad podía y caminó a los once meses de edad. 
En conclusión, aprende muy rápido y le gusta hacerlo, así que todo lo que quiere saber se lo explico. 
 


 

Cierto día, jugábamos mi hija y yo disfrutando una tarde felíz llena de risas, sin televisión, sin celulares y sin distracciones, cuando vimos en la parte donde entra el candado de la puerta un pequeñísimo par de alas que, supusimos, eran de una mosca.
Y me preguntó:
 


 

— Papá, ¿qué hacen esas alas ahí?
 


 

Y, sin saber que contestar porque temía que la historia detrás de esas alas fuese un poco perturbadora, (yo y mi infinita imaginación) pues pensaba en una araña que aprovechó el descanso de esa mosca para enboscarla y devorarla, dejando así, sólo sus alas.
Pero contuve esa tétrica versión en mis interiores, y opté por decirle:
 


 

— Mi dulce hija, esas alas fueron abandonadas por su dueña, en este caso, una mosca.— Y añadí— O tal vez se le olvidaron.
 


 

— Pero, ¿cómo las pudo haber olvidado?— preguntó como siempre, con la curiosidad en primer plano.
 


 

— No lo sé,— le dije— tal vez llegó a descansar, se quitó las alas para relajarse y, cuando decidió irse, empezó a caminar pensativa y se le olvidó que podía volar— entre cerró un poco los ojos como no creyéndome por completo— y por esa razón, por descuidada, se le olvidaron sus alas.
 


 

— No creo que se le hayan olvidado — dijo sin rodeos. 
 


 

— ¿No?, entonces, ¿tú qué crees que pasó?
 


 

Quitó su vista de mi, y la puso en las alas, su semblante cambió a modo pensativo. Las observó bien por algunos segundos. 
 


 

— Lo primero que dijiste — dijo al fin —abandonó sus alas.
 


 

— Bien, entonces ya está. Esas alas fueron abandonadas por su dueña. 
 


 

— Pero, ¿por qué las abandonó?— preguntó de nuevo — ¿acaso ya no le servían?
 


 

— ¡Eso!— chasqueé mis dedos por haber encontrado la respuesta — ¡Eso es! ya no servían.
 


 

— Papá,— dijo poniendo su atención en las alas de nuevo — no se ven como si no sirvieran, se ven muy bien. 
 


 

— ¿Ah, si?— fingí sorpresa pues ya sabía la trágica historia detrás de todo eso— en efecto,— dije, haciendo ademán como de revisar de nuevo— se ven que están en buenas condiciones. 
 


 

Y, cual detectives lanzados a la investigación por el deber de descubrir la verdad, nos sumergimos en un mar de teorías sobre los sucesos que pudieron haber ocurrido en ese caso, pero siempre volvíamos a la misma suposición: la mosca abandonó sus alas. 
 


 

— Papá, ¿cuál crees tú que sea la razón de que estén ahí?, sólo ellas. 
 


 

Las frágiles alas brillaban en donde estaban y no se meneaban con el aire. Si se ponía demasiada atención, se podían ver ligeras y casi invisibles telarañas por debajo de ellas.
Una mosca no debe abandonar sus alas nunca, pues son su principal motor, es su razón de vivir esa efímera vida. Mucho más efímera incluso, que la vida humana.
 


 

—Creo que esa mosca se enfadó de volar. — Le dije — Y, como ya estaba aburrida de hacerlo, pues lo hacía todos los días, dijo: "Me iré mejor caminando y dejaré estas alas aquí, que en este momento me estorban"
 


— ¿De verdad lo crees?— preguntó mi hija riendo.

— Si, claro. — Le contesté — Esa mosca se ha rendido y ahí han terminado sus motores. Tal vez se le acabó la motivación y tocó fondo, tal vez estaba demasiado deprimida y decidió rendirse por fin después de mucho tiempo luchando contra ese sentimiento. No sabemos, hija.

— Es cierto, — dijo— ¡tal vez estaba muy triste!, por eso se rindió.

— Así es, pero no debió hacerlo. —
Mi hija me miró con atención después de recalcarle eso.

— ¿Por qué no debió?

— Mi dulce hija, no debió hacerlo porque no debemos abandonar nuestras alas nunca. Si no volamos, estaremos siempre así, caminando y atados al suelo, sin rumbo fijo y sin rendir el caminar, pero si rindiéndonos nosotros.

— Papá, nosotros no tenemos alas.— Me corrigió, sin darme cuenta de que me había puesto un poco melancólico.

Sonreí y la abrazé.— Mi amor, si las tenemos, pero no todos las usamos, somos parecidos a esa mosca.

— Más bien creo, papá, que nuestras alas son blancas y grandes, como si fuesen de ángel.

— Probablemente, linda. Y si todos supiéramos utilizarlas, no nos hundiríamos en esos oscuros y tétricos pensamientos.

— Aprenderé a usar mis alas, papá.— Afirmó con su inocente sonrisa.

— Eso espero linda. No dejes de abrir esas alas que te servirán de mucho en la vida y nunca debes abandonarlas. No dejes que te engulla la telaraña de la vida y no seas devorada por ella por ningún motivo.

— Papá, ¿de qué hablas?— me preguntó riendo, pues de nuevo había divagado en mis melancólicos pensares.

— Lo siento, hija. No me hagas caso.

— Vamos a seguir jugando,— me dijo— y ya no te preocupes, no nos comerá una araña como a esa mosca.



#2388 en Joven Adulto
#2720 en Thriller
#1055 en Suspenso

En el texto hay: reflexion, drama accion, amistad amigos

Editado: 19.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.