Mounstros En Cacería

Capítulo 1: El Peso del Cristal

Mis pulmones ardieron con la primera bocanada de aire real. El líquido del tanque se escurría por mi piel, dejando un rastro pegajoso y frío en el suelo de rejilla metálica. Intenté dar un paso, pero mis piernas se sentían como si pertenecieran a otra persona; eran pesadas, demasiado potentes para mi propia coordinación.

—Tranquila, Odette. El proceso de descompresión es agresivo, pero necesario —la voz de la mujer rubia era suave, casi maternal, pero sus ojos color miel me escaneaban como si yo fuera un conjunto de datos en una pantalla.

​—¿Quién... quién es usted? —Mi voz sonó ronca, como si no la hubiera usado en una eternidad.

—Soy Igna Quirova. Estás en las instalaciones de la OHM —respondió ella con una sonrisa gélida pero impecable—. Sé que no recuerdas nada, pero debes confiar en mí.

​Me quedé mirándola, tratando de encontrar algún rastro de ese acrónimo en mi mente vacía. Nada. El nombre no despertaba ninguna emoción, solo una profunda desconfianza.

—¿Qué es la OHM? —pregunté, forzando las palabras a través de mi garganta seca.

Igna entrelazó sus dedos con elegancia.

—La Organización Humano Mejorado. Somos quienes te salvaron, Odette. Te prestaste como voluntaria para este proyecto porque querías salvar a tu ciudad de las amenazas que otros no pueden ver. Y ahora, Moscú te necesita más que nunca.

​Me tendió una toalla blanca y un conjunto de ropa táctica negra. Sus movimientos eran elegantes, precisos. Me guio por un pasillo de paredes blancas y brillantes hasta una habitación pequeña pero funcional. Había una cama, una mesa de metal y una jarra de agua con un vaso de cristal.

​—Vístete. Tienes una hora para alistarte antes de conocer a tu equipo —dijo Igna antes de salir, cerrando la puerta con un clic electrónico que resonó en toda la estancia.

​Me quedé sola. Me miré las manos; estaban pálidas, pero bajo la superficie se marcaban venas que palpitaban con una energía eléctrica. Sentía una sed voraz, una sequedad que me raspaba la garganta. Me acerqué a la mesa y rodeé el vaso de cristal con los dedos para servirme un poco de agua.

Solo quería beber. Pero, en cuanto apreté mínimamente la mano para levantar el vaso, el mundo pareció crujir.

​Crack.

​No fue un simple quiebre. El cristal estalló en mil pedazos bajo mi presión, reduciéndose a polvo y astillas que se clavaron en mi palma. Ahogué un grito, soltando los restos. Miré mi mano, esperando ver sangre y cortes profundos, pero lo que vi me heló la sangre más que el agua del tanque: las heridas se cerraban solas. El tejido se entrelazaba a una velocidad imposible, expulsando los fragmentos de vidrio hacia afuera mientras la piel volvía a quedar lisa en cuestión de segundos.

No era solo una humana. Era algo diferente. Algo peligroso.




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