Caminábamos por un pasillo de hormigón gris, lejos del brillo aséptico de la sala de reuniones. El eco de nuestras botas era lo único que llenaba el vacío entre nosotros. Zack avanzaba con una postura impecable, casi mecánica; su cabello blanco relucía bajo las luces fluorescentes y su piel era tan pálida que parecía hecha de mármol.
Él no miraba hacia atrás, simplemente esperaba que yo lo siguiera. Su aura era tranquila, pero transmitía una seguridad que rozaba la indiferencia.
De repente, sin detenerse y con una voz que sonó como el crujido de la nieve fresca, rompió el silencio.
—¿Cuál es tu poder, X-10?
Me tomó por sorpresa. Lo miré de reojo, intentando descifrar qué buscaba con esa pregunta. ¿Era curiosidad o simplemente estaba evaluando a la competencia?.
—Me llamo Odette —respondí primero, reafirmando lo único que sentía que poseía—. Igna dice que tengo superfuerza y regeneración.
Zack se detuvo en seco y se giró hacia mí. Sus ojos azules eléctricos me recorrieron con una frialdad analítica, como si estuviera viendo a través de mi piel. No había rastro de emoción en ellos, ni siquiera cuando mencionó lo suyo.
—Superfuerza y regeneración —repitió, asintiendo para sí mismo—. Eres un tanque. Una pieza difícil de romper. Eso explica por qué te despertaron al final. Necesitaban que el músculo del equipo estuviera listo.
—¿Y tú? —pregunté, cruzándome de brazos—. ¿Qué es lo que tú haces además de ser el guía turístico de este lugar?.
Zack extendió una mano hacia el espacio vacío entre nosotros. En cuestión de segundos, el aire a su alrededor pareció cristalizarse. Un vaho gélido emanó de sus dedos y el metal de la pared cercana se cubrió de una fina capa de escarcha. El frío que desprendía era tan intenso que me hizo retroceder un paso.
—Control de temperatura —dijo con voz monótona—. Puedo congelar el aire, el agua o la sangre de alguien si estoy lo suficientemente cerca. También percibo el calor a cien metros a la redonda. Nada se me acerca sin que yo lo sepa.
Hizo un gesto y la escarcha desapareció tan rápido como había llegado.
—Es un poder útil para matar, pero tiene un precio —continuó, volviendo a caminar—. No siento el dolor físico. Mi cuerpo es inmune a él, lo cual es una ventaja en combate, pero un peligro fuera de él. Podría estar desangrándome y no me daría cuenta hasta que mis pulmones dejaran de funcionar.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Todos nosotros éramos versiones mejoradas de seres humanos, pero cada "mejora" parecía venir acompañada de una maldición.
—¿Por qué me cuentas esto? —le pregunté mientras llegábamos a una zona de puertas reforzadas.
—Porque en la cacería, el dolor de uno es la debilidad de todos —respondió Zack, deteniéndose frente a mi habitación—. Si vas a cubrirme las espaldas, necesito que sepas que yo no gritaré si me hieren. Tendrás que vigilarme tú.
Me sostuvo la mirada un segundo más antes de señalar la puerta.
—Descansa, Odette. Mañana el entrenamiento te hará desear no haber despertado nunca.