Mis ojos se abrieron a las 6:30 en punto. No necesité alarma; era como si mi cuerpo tuviera un reloj interno recién calibrado. Me vestí mecánicamente y me dirigí al área común.
La cocina era sorprendentemente moderna: microondas de acero, una nevera industrial y una mesa redonda de madera maciza que parecía diseñada para aguantar el peso de gente como nosotros. Sobre la mesa, el banquete era puramente funcional. Platos repletos de brochetas de carne, filetes jugosos y huevos; todo rebosante de proteínas. Al parecer, la OHM sabía que alimentar nuestras habilidades consumía una energía inmensa.
Me senté y recorrí con la mirada a los que, según Igna, eran mi nueva familia.
A mi derecha estaba Zack. Comía en un silencio absoluto, con una postura tan rígida que parecía una estatua de hielo. Su cabello blanco brillaba bajo los fluorescentes y sus ojos azules eléctricos no se desviaban del plato. No emitía ni un sonido al masticar, como si incluso el acto de alimentarse fuera una misión táctica.
Frente a mí, la tensión era palpable. Dakota, la pelirroja, mantenía los hombros tensos y una expresión de pocos amigos. Sus ojos verdes escaneaban la habitación como si esperara un ataque en cualquier momento. Al lado de ella, Alba parecía su polo opuesto; la chica de cabello castaño ondulado me dedicó una pequeña y tímida sonrisa, aunque noté que sus manos temblaban ligeramente al sostener el tenedor.
Más allá estaban los hermanos Zverev. Tyler, con su piel morena y su carisma natural, devoraba un filete mientras le pasaba una servilleta a Tiffany.
—Tiff, tienes salsa en la mejilla —dijo Tyler con una sonrisa protectora.
—Déjame, Ty, puedo limpiarme sola —respondió ella fingiendo molestia, aunque se dejó cuidar por su hermano—. ¿Crees que hoy nos dejen usar munición real?
Era extraño verlos. Eran los más animados del grupo, moviéndose con una sincronía que solo años de hermandad podían forjar. Tyler sacó una paleta de cereza de su cinturón y la dejó sobre la mesa, su "seguro de vida" para el bajón de azúcar que vendría después de usar su poder.
A las 7:00 en punto, el sonido metálico de las botas de un guardia interrumpió la calma.
—Es hora. Muévanse —ordenó.
Nos escoltó hacia el exterior, pero no era el exterior que yo imaginaba. El campo de entrenamiento era un híbrido entre naturaleza y prisión. Un mini bosque con árboles reales se extendía frente a nosotros, pero al levantar la vista, el cielo despejado estaba enmarcado por muros colosales de concreto reforzado con titanio. Una lona gigante permanecía retraída en los bordes, lista para cubrirnos como una tapa si el clima de Moscú decidía empeorar.
El aire olía a pino y a metal frío.
—Bienvenidos al "Patio" —dijo Zack, que se había adelantado y ya nos esperaba bajo la sombra de un árbol—. Aquí es donde descubriremos quién sobrevive a la primera semana.
Me ajusté los guantes, sintiendo el sol en mi rostro. El bosque parecía tranquilo, pero sabía que dentro de esos muros, nosotros éramos los depredadores... y a la vez, el experimento.